domingo, 31 de mayo de 2020

María en Pentecostés

María en Pentecostés
       
“Os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7).
¿Cómo resonarían estas palabras de Jesús en el corazón de María? También ella, como los apóstoles sentiría tristeza por la desaparición de la vista y el contacto físico de su Hijo. Pero como madre amorosa y creyente fiel, se situaría en la confianza, en ese “os conviene”. Todo sería para el bien.
¿Qué aportó el Espíritu Santo, derramado de una manera nueva en Pentecostés a quien ya estaba tanto tiempo llena de su gracia y bajo su sombra (Lc 1, 28.35)? Podemos intuirlo si repasamos los efectos principales de esa efusión pentecostal en la Iglesia primitiva, de la cual ella es madre y parte integrante.
En primer lugar, la revelación plena de ese plan de Dios en beneficio de todos los hombres, previsto desde toda la eternidad, pero realizado ahora por Cristo (Ef 3, 4-9). María ha participado ardientemente de las esperanzas de su pueblo y de toda la humanidad, su necesidad imperiosa de que Yahweh cumpla sus promesas, como cantó en el Magníficat (Lc  1, 50-55); se ha puesto en manos del Señor, siempre disponible (Lc 1, 38), elegida, como dirá Pablo de sí mismo: “a mí, el más insignificante de los creyentes, se me ha concedido la gracia de anunciar a las naciones la insondable riqueza de Cristo y cómo se  cumple este misterioso plan escondido desde el principio en Dios, creador de todas las cosas” (Ef 3, 8-9). “Misterio escondido” ¡cómo lo sabe María! Ella ha tenido que vivirlo en la oscuridad de lo cotidiano, en las preguntas suscitadas por la fe “¿Cómo será esto?” (Lc 1, 34); sin entender los modos y las maneras de Dios: “Hijo ¿por qué nos has tratado así?” (Lc 2, 48); a través de la horrible experiencia de la cruz…Ahora, a la luz de Espíritu del Resucitado que nos enseña todo, comprende, como los discípulos de Emaús, que estos modos y maneras eran precisos y necesarios (Lc 24, 26).
En segundo lugar, el Espíritu Santo hace presente y eficaz a Cristo en la vida de cada creyente. Ya no se está “con” Cristo, como era acompañado antes de su muerte y resurrección. Ahora, gracias al Espíritu, estamos “en” Cristo; en una relación más profunda y más íntima que la que tiene cada uno consigo mismo. “Ser en Cristo” no es algo pasajero o accidental. Es constitutivo de nuestro ser. Un autor llega a afirmar que el cristiano, por así decir, no se compone de alma y cuerpo, sino de alma, cuerpo y Cristo. Si quiere ser auténtico y honesto consigo mismo tiene que pensarse y sentirse desde ahí. María, que fue la única que pudo decir que Cristo “era” y crecía “en” ella, durante nueve meses, pudo comprender de modo especial, qué suponía el ser y crecer “en” Cristo.
El que es de Cristo, debe vivir como vivió él (1Jn 2,6). Este “vivir” supone hacer de las bienaventuranzas el criterio y las actitudes de nuestro obrar. María, que recibió la primera bienaventuranza que se narra en el Evangelio, de los labios de Isabel (Lc 1, 45), había hecho de la fe su programa de vida. Ahora, bajo el Espíritu, va creciendo de fe en fe (Ef, 3, 17-19).
El Espíritu del Resucitado reparte los carismas “para la construcción del cuerpo de Cristo” (Ef 4, 12), La Virgen había recibido en la cruz, el encargo de ser madre de la Iglesia, representada en Juan (Jn). Ahora recibe el Espíritu cuando se halla reunida con los apóstoles, algunas mujeres y los parientes de Jesús, en el Cenáculo (Hch 1, 13-14). Es como el seno materno que, igual que en la anunciación, recibiendo al Espíritu, le hace madre amorosa y cuidadosa de una nueva humanidad. Y como los dones de Dios son irrevocables, ella sigue ejerciendo ese carisma en su existencia glorificada después de su asunción.

Fr. Francisco J. Rodríguez Fassio, OP


Autor: Félix Hernández, OP


MISTERIOS GLORIOSOS

Primer misterio: La Resurrección del Señor
“El ángel habló a las mujeres: vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho… Id aprisa y decir a sus discípulos: ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea”. (Mt. 28, 5).
Padrenuestro, 10 avemarías, Gloria.
 Segundo Misterio: La Ascensión a los cielos
“Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes.” (Mc. 16, 19-20)
Padrenuestro, 10 avemarías, Gloria.
Tercer Misterio: La venida del Espíritu Santo
“Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo”. (Hch.1, 8)
Padrenuestro, 10 avemarías, Gloria.
 Cuarto Misterio: La Asunción de María
“Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. (Pío XII).

Padrenuestro, 10 avemarías, Gloria.
 Quinto Misterio: La Coronación de Nuestra Señora
“Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas”. (Ap. 12, 1).

Padrenuestro, 10 avemarías, Gloria.

Oración a María

El Señor ha estado grande, a Jesús resucitó.
Con María, sus hermanos entendieron qué pasó.
Como el viento que da vida, el Espíritu sopló,
y aquella fe incierta en firmeza se cambió.

Gloria al Señor, es nuestra esperanza,
y con María se hace vida su Palabra.
Gloria al Señor, porque en el silencio guardó
la fe sencilla y grande con amor.

Pues sus ojos se abrieron y también su corazón,
la tristeza fue alegría, fue su gozo el dolor.
Esperando con María se llenaron del Señor,
porque Dios está presente si está limpio el corazón.

 Nuestro tiempo es tiempo nuevo, cada vez que sale el sol,
 y escuchamos su Palabra, fuerza viva de su amor.
Que disipa las tinieblas y aleja del temor.

Se hacen fuertes nuestras manos con la Madre del Señor.


Libro sobre María:


“ESPOSA DEL ESPIRITU SANTO”
Autor:  Josemaría Monforte
Editorial: EUNSA



María en la música:

"PENTECOSTES: dones y frutos del Espíritu Santo". Ixcis