domingo, 22 de julio de 2018

La mesa de la Palabra: Evocación

Evocación

Al recorrer las páginas de A la escucha de lo nuevo. Un camino en la fe, me parecía que la voz de su autor, mi hermano Jesús Espeja, me leía en persona sus interesantes apuntes autobiográficos y, al tiempo, desfilaban por la pantalla de mi memoria las imágenes de los veranos habaneros compartidos en no pocos empeños. Por variados motivos, mi modesta presencia entre los hermanos que sirven a las comunidades cubanas ha dejado en mí un grato recuerdo, al que da excelencia y cercanía los múltiples momentos en los que fr. Espeja fue maestro y referente para mí; siempre supe que su quehacer teológico venía trufado por la reflexión que el Concilio Vaticano II le provocaba, como, al tiempo, su especial sensibilidad para captar con tino los derroteros que presagiaban diálogo y servicio. En el tiempo de mi formación teológica no tuve la fortuna de ser alumno suyo; después, sus libros ayudaron a mi pobre fondo teológico que trató de ponerse al día, y las vueltas de nuestras vidas me brindaron la oportunidad de disfrutarlo como hermano, compañero y maestro en cinco veranos al calor del Centro Fray Bartolomé de las Casas, y en circunstancias no fáciles. Con fr. Espeja viví el reto de la exigente escucha como propedéutica para el diálogo, tomé buena nota del entendimiento real entre personas, aún de diferente ideología, pero con un aporte de humanidad comprometida increíble, y la docta paciencia del que se acerca a los demás con la verdad, el respeto y la sencillez. Mi convivencia comunitaria con él, provocó en mí una personal relectura del Vaticano II que me resultó la mar de interesante, porque la historia no se detiene, el lenguaje a veces traiciona y los humanos vivimos por lo que esperamos. Gratitud es lo que mi ánimo necesita expresar en este modesto rincón de Santo Domingo de Scala-Coeli, y aprovecho este modesto medio para así hacerlo constar. A mi humilde predicación le vino de perlas su reflexión teológica, sus intuiciones acerca de nuestro servicio como dominicos e incluso las ironías que cruzábamos al albur de las carencias allí vividas. Ignoro el mecanismo de asociación, aunque lo intuyo, pero cada vez que en mi servicio venía Ireneo de Lyon a escena me referenciaba, en automatismo fraterno, a Jesús Espeja. Gracias, Jesús, hermano, por tantos y tan hermosos aportes serviciales, gracias por el manojo de vivencias que nos regalas en tu, por ahora, última publicación; gracias por todo lo que haces para que nuestra iglesia sea la de Jesús de Nazaret.

Fr. Jesús Duque OP.