viernes, 11 de diciembre de 2020

Curso de Psicología espiritual: El camino espiritual de la fragilidad (9)


EL  CAMINO  ESPIRITUAL  DE  LA  FRAGILIDAD,  SE LLAMA JESUS

 

 QUERIDOS AMIGOS:

Por fin llegamos a la meta en el camino de la fragilidad, que hemos recorrido juntos  haciéndolo coincidir con Adviento. ¿Cuál es esa Meta? ¡La Fragilidad de nuestro Dios expresada en Jesús Encarnado! Y en este último tramo, a las puertas de la Navidad,  esa conciencia de fragilidad nos ayuda a orar diciendo: “Señor, el vacío de mi corazón, tiene la medida de tu inmensidad”. Inmensidad con la que decimos al Señor « ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?». Sí, ¿por qué vuelves de nuevo en Navidad?.. ¿Qué tendré yo para que Dios busque mi intimidad? Podemos leer para saberlo,  esta Palabra de la Escritura: Mira que estoy a la puerta y llamo. ( Apc 3, 20). Mi amado se ha parado detrás de la tapia. Mira por las ventanas, atisba por las rejas.  (Cant. 2, 8) y  hacer oración con el soneto de Lope de Vega. Con él, nos preparamos para celebrar la Navidad desde nuestra fragilidad redimida.

 

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue Jesús mío,

que a mi puerta, cubierta de rocío,

pasas las noches del invierno a oscuras?.

 

¡Oh cuanto fueron mis entrañas duras

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío

Si de mi ingratitud el  hielo frio

Secó las llagas de tus plantas puras.

 Cuantas veces el ángel me decía

Alma asómate ahora a la ventana,

Verás con cuanto amor porfía!.

 

Y ¡cuantas, hermosura soberana,

Mañana le abriremos, respondía,

Para lo mismo responder mañana.

 

                            (Lope de Vega)

 

No sé cómo terminas este recorrido y qué puede significar para ti este poema, pero estés como estés, Dios se te acerca para recorrer El lo que a ti te falta de camino, y tú le puedes abrir para que entre. Es una historia que se repite siempre y de la que tomamos conciencia cuando llega Navidad. Dios viene porque quiere tu intimidad. Y tú lo esperas,  porque necesitas la suya. Es lo que repetía S. Juan de la Cruz en estas fechas: “En el intercambio amoroso entre Dios y la persona, ésta queda transformada, y Dios da a Dios». Es lo que vivimos cuando le abrimos la puerta  de la intimidad y recibimos todo de Dios, sabiendo que El también quiere  recibirlo todo de mí. Con este intercambio y entrega mutua, terminamos este tiempo de Adviento, para llegar felices a la Navidad. Para  cuidar la cercanía y la intimidad con nuestro Dios saboreamos la oración que nos ofrece este soneto.

 

1. ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?. Dios quiere ser conocido y amado  mejor por ti; por eso se acerca y se encarna, para compartir su intimidad contigo. Esta cercanía e intimidad de Dios no tiene más motivo que su propia bondad. Es un amor gratuito, que brota de su corazón amante. Una gratuidad e iniciativa divina que tiende a crear las posibilidades de la reciprocidad, de un amor reconocido y agradecido. Sí, yo no tengo nada más que fragilidad, pero Tú me das tu amistad para que yo te ame. Ahora lo puedo hacer.

 

2. ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío?. Esta cercanía de Dios la  experimento  en su complacencia. El te mira y se complace en tu pequeñez; y tú, al acogerlo, quedas  divinizado por el don de su Amor. Se trata de una complacencia mutua, que se traduce en amar la voluntad divina. Como en la amistad, cada uno de los amigos busca el bien del otro, la búsqueda de Dios por parte del ser humano, amigo de Dios, se traduce en cumplir su voluntad, que es el máximo bien del hombre, pues la voluntad de Dios es siempre la salvación y  felicidad del ser humano. ¡Este es su interés por mí! Esto es, lo que busca y espera.

3. ¡Verás con cuanto amor porfía. Párate ahora en ese amor que insiste y porfía.  En Adviento nos preparamos para un encuentro de Amistad Complaciente e insistente. Pero la porfía de ese amor entre Dios y el ser humano que vivimos en Navidad, es para que se dé una amistad  entre los hombres, en la familia, en la humanidad,  pues la voluntad de Dios  es que nos amemos de corazón. Es un amor que llega y que porfía (Jn 17,26).

 

4. ¡Oh cuanto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí, qué extraño desvarío!. Pero ¿qué vengo haciendo yo de esas invitaciones a vivir en intimidad?. Si soy sincero, reconozco que ante el Amor de Dios, muchas veces me siento pobre e imperfecto. Cerrado y egoísta. Por eso necesito la gracia de la Navidad para que su amor insistente, me permita al final, abrirle. Es la historia personal y de la humanidad: cerrar y cerrar a la voz de la intimidad. Esto nos permite  reconocer cómo vivimos, y darnos cuenta de que no hay proporción entre el amor que llama, y el amor que responde. Dicho de otra manera: Hoy necesito que vuelva y se encarne en mí,  y en todos los que viven conmigo.

 

5. ¡Cuántas veces el ángel me decía: alma asómate a la ventana! Este es el tiempo en el que no faltan ángeles que me avisan de su llegada. ¿Quiénes son los ángeles que me avisan de la llamada del Amor, en el que siempre encontramos un Dios cercano?. El ser humano está llamado a amar a Dios con todas sus fuerzas, pero se da cuenta de que «en el estado presente, es de modo imperfecto, aunque «se perfeccionará cuando se abra a la intimidad con El. Asómate a la ventana del amor a tu hermano y lo verás a El llamando a tu puerta. En la oración siento la invitación de muchos ángeles, para que le abra.

 

6. ¡Mañana le abriremos, respondía!.¡Cómo me reconozco en esta excusa!. ¡Mañana!. Y es que estando en este mundo, parece que aquí no es posible amar a Dios como necesitamos, porque estamos sometidos a múltiples tentaciones que distraen nuestra atención, y nos dedicamos a otros asuntos legítimos y  cosas necesarias para atender la vida presente. Hoy, mis asuntos. Mañana, los de Dios. Y así, no hay tiempo de intimidad amoroso. Parece que no es posible tener «siempre» la mente ocupada en Dios, porque «Llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2Cor 4,7). Pero cuanto nos perdemos cuando lo dejamos a Él para mañana. ¡No tenemos excusa!.Mi hoy, es el suyo.

 

7. A mi puerta,  pasas las noches del invierno a oscuras. ¡Qué paciencia la del Amor de Dios!. ¡Cómo sabe esperar el mejor momento para entrar en mí y quedarte!. Ahora que nos damos cuenta de que estás a nuestra puerta,  reconocemos  que el amor es la oportunidad para abrirle y experimentar su cercanía. Este es el sentido del Adviento y de la Navidad: Que nuestro amor a Dios siendo imperfecto, puede resultar a la vez consolador y estimulante cuando se abre a los demás. Consolador, porque se evitan así falsos perfeccionismos de creer que ya lo conocemos y lo amamos. Y estimulante, porque se evitan también falsas satisfacciones de creer que el amor humano es suficiente. Los otros son la llave con la que abrirle la puerta a Dios. Necesitamos a los otros para encontrarnos con El. En ellos lo buscamos y encontramos. Un amor en el que cada día se ama más, sin que este «más» disminuya un ápice la intensidad del momento anterior.

 

         Por tanto, desde nuestra fragilidad podemos preguntarnos cada día: ¿dónde buscar y encontrar un Dios cercano?. En el ser humano frágil  como sacramento de Dios. Nos necesitamos unos a otros desde la fragilidad para buscarlo, esperarlo, y abrazarlo. Juntos podemos orar y  abrirle la puerta, sin tener que esperar a mañana con  estas preguntas: ¿Cómo valoro la amistad de Dios?. ¿Cómo le respondo? ¿Quién necesita hoy de mi amor, para que sienta a un Dios cercano?.

        

         Con la gratitud de habernos encontrado en este camino de pobreza, nos felicitamos la Navidad y les decimos a todos: ¡El Camino espiritual de la Fragilidad, se llama Jesús Encarnado!

                                                                                                                                                                                          

Fr. José Antonio Segovia. O.P. 

 

viernes, 4 de diciembre de 2020

Curso de Psicología espiritual: El camino espiritual de la fragilidad (8)

 

RECOMENZAR,  PARA RENACER EN NAVIDAD


         El camino de la Fragilidad encuentra luz, sentido y descanso en Navidad. “Encontrareis un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2,12). ¿Puede haber mayor fragilidad que ésta? Y en ella,  resuena claramente el mensaje de la Navidad: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad, aguardando nuestra bienaventurada esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo. (Tit 2,11-13). La Navidad es la Encarnación de Dios en nuestra humanidad frágil, que nos permite empezar a vivir, a creer, a amar y a luchar de nuevo.

 

1.     En Navidad, somos regenerados: Volvemos a empezar en la fragilidad de un Niño.

        Para ser regenerado se requiere un Padre. Recomenzar, no se hace. Se recibe. Dejarnos trabajar por Dios, estar con Él y dejarlo operar. La vida es una serie interminable de inicios. Volver a empezar parece difícil. Tras un fracaso o una dura prueba, se puede llegar a pensar que recomenzar es ya imposible. Pero recomenzar es posible siempre. Un arte que exige humildad y unos pies que caminen en la realidad.  Un recorrido existencial y espiritual de regeneración y discernimiento, siguiendo los seis días del relato de la creación, conjugando así la Palabra de Dios con nuestra propia vida, que a menudo necesita una nueva creación que reconstruya la propia existencia.

 

2.      En Navidad,  Dios renace en lo pequeño. Ha aparecido nuestro Dios y Salvador Jesucristo.

         Cada vez que nuestra historia conozca el infierno, aquel momento será también el único en que podremos hacer experiencia de Dios, porque su gracia, habiéndonos precedido, estará ya allí esperando abrazarnos.  Dios quiere que todos los hombres se salven, porque están extraviados: el infierno es el único lugar de posible salvación. El infierno es el lugar habitual que todos experimentamos cuando pecamos, cuando nos enfrentamos con nuestros límites, en una situación  difícil donde no nos entendemos.

 

3.      En Navidad,  volvemos a escuchar a Dios,  Encarnado en la fragilidad de un Niño

         Todos los límites que nos vengan a la mente, físicos, interiores, históricos, materiales, afectivos, puedo mirarlos en Jesús. Y contemplar su aspecto. Y decirle: Amén. Este soy yo, estas son mis fragilidades. En esto me parezco a ti, mucho más que en mis cualidades de pacotillas. En mis pobrezas estoy cerca de ti. Así contemplaba Fr. Luis de Granada el pesebre. 

         ¿Cómo se mudó el cielo en el pesebre? ¿Creo cierto todo lo criado acostado en un pesebre de bestias? El Señor, dice el Profeta (Salm. 10,5) está en su santo templo, el Señor tiene en el cielo su silla. Pues, ¿cómo se trocó el templo por el establo?

Aquí aprenderás humildad de corazón, aquí menosprecio del mundo, aquí aspereza de cuerpo y aquí aquella desnudez y pobreza de espíritu tan celebrada en el Evangelio. Sabía muy bien este médico y maestro del cielo cuánta paz e inocencia mora en la casa del pobre de espíritu y cuántas guerras y desasosiegos y cuidados trae consigo el desordenado amor de las riquezas, y por esto luego, desde la cuna del pesebre, como de una cátedra celestial, la primera lección que leyó y la primera voz que dio fue condenando la codicia, raíz de todos los males, y engrandeciendo la pobreza ,y la humildad, fuente de todos los bienes.

         Esto nos predica aquel pesebre, aquellos pañales, aquella pobre casa, y aquel establo. ¡Oh dichosa casa! ¡Oh establo más glorioso que todos los palacios de reyes, donde Dios asentó la cátedra de la filosofía del cielo, donde la palabra de Dios, enmudecida, tanto más claramente habla cuanto más calladamente nos avisa! Mira, pues, hermano, si quieres ser verdadero filósofo, no te apartes de este establo, donde la palabra de Dios, callando, llora; mas este lloro es más dulce que toda la elocuencia de Tulio y aún que la música de todos los ángeles del cielo.                  

 

¿QUIERES TU RECIBIR EL INJERTO DE DIOS EN LA FRAGILIDAD DE TU CARNE?

 

Si es así, ¿Estás dispuesto a  recomenzar en Navidad?

 

1. ¿Permitir que en Navidad, la parte espiritual de tu ser, te ayude a renacer para empezar de nuevo? ¡Ábrete a la presencia de Dios en ti, desde tu fragilidad, por medio  del silencio y la pacificación!

 2. ¿Reconocer y aprovechar tus recursos y riquezas internos mediante la oración humilde? ¿Qué regalos has recibido de Dios este tiempo, con los que hacer felices a los demás? Recuérdalos...

 3. ¿A seguir las luces que te ha ofrecido el Espíritu en este curso sobre la  fragilidad, desde  el silencio, la oración y el análisis espiritual? ¿Qué deseos tienes hoy?

 4. ¿A pedir la fuerza necesaria para aceptar los desafíos que se te presentan y probar nuevas formas de vivir? ¿Qué oportunidades se te presentan para el futuro inmediato?

 5. ¿Aprender a disfrutar de la soledad positiva y reconocer en ella la Historia de la obra de Dios en ti? ¿Qué acontecimientos destacarías de tu vida en estos momentos, en los que Dios te ha visitado? Señálalos.

 6. ¿Perdonarte a ti mismo  por los errores y frustraciones, y a los demás por cuanto te han hecho sufrir? ¿Cómo llevas a cabo este perdón en tu vida?

 7. ¿Transmitir a los demás la paz que hay en ti, el amor que Dios te ha dado, y la aceptación de tu misterio  como vida en confianza? ¿A quién te lleva  concretamente esto? ¿En quién piensas? ¿Con quién puedes contar?

 8. ¿Hacer frente a las pérdidas, a las pruebas, con valor y serenidad hasta aprender de ellas y encontrar al Dios  vivo y verdadero? ¿Qué pérdidas te hablan de Dios? ¿Qué pruebas te llevan a Él?

 9. ¿Creer que todo en la vida tiene un significado y un propósito, y se puede convertir en palabra de Dios? ¿Qué te dice Dios hoy del hecho de estar aquí abordando este trabajo?

 10. ¿Admitir que siempre estás en el proceso de aprender y de crecer, de conocerte y aceptarte como Dios te ha hecho, te conoce y te acepta? El camino espiritual nos lleva a cultivar nuestra capacidad para empezar de nuevo  y adquirir experiencias positivas y constructivas para entregar nuestro ego, que nunca van a ser completas sin la experiencia de una fe amorosa, de la que se benefician los demás.

 

ORACION

Señor, que en Navidad  perciba la fragilidad de Dios en nosotros. Y que en medio del frio, sea un tiempo de calor en el corazón y en los hogares y de ternura desbordada en lo pequeño.

Señor, que en medio del sufrimiento de las tensiones humanas, en medio de lloros, despojos y vida desvalida, la Navidad sea un tiempo de paz y alegría, de murallas abiertas y estrellas luminosas,

Señor, que Navidad sea el desquite de Dios,  nuestro tiempo, el tiempo de todos, sin excluidos, pues todos somos hijos de Dios, regenerados y recién nacidos.

                                                                                             

Fr. José Antonio Segovia. O.P.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Curso de Psicología espiritual: El Camino espiritual de la fragilidad (7)

 

 EL  PROCESO  DE  MARCHITARSE,  PARA  REVERDECER EN ADVIENTO

 

         Todos nos marchitábamos como  si fuéramos hojas. (Is 64,5). No temas tierra de cultivo, salta de gozo, alégrate, porque el Señor ha hecho proezas. Las eras se llenarán de trigo, los lagares rebosarán de vino y aceite. (Jl 2,21-24)

         ¿Quieres curarte? Señor, no tengo a nadie que me introduzca  en el estanque. (Jn 5,6-9) Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Mc 21-12.

         Un minusválido irreversible ha dejado escrito: Todo árbol vuelve a brotar olvidando el invierno.  La rama  florece sin preguntar el porqué.  El pájaro hace su nido sin pensar en el otoño. Y todo ello porque la vida es esperanza.  La vida es volver a empezar.» Es ofrecer siempre lo mejor

         Adviento es  tiempo para reverdecer, que  conectando con las penas y angustias de nuestro mundo, (marchitarse), también lo hace con las ilusiones y esperanzas de los hombres.(Reverdecer). Adviento no sólo es un tiempo fuerte, sino que hay que salir de él “reverdecidos”, con más fortaleza humana y espiritual. «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo». (Vat. II. Gaudium et spes) 

 

1. ¿Sirve para algo la experiencia de  marchitarse en la vida?. ¿De qué experiencia se trata?.

                   Todos sabemos de experiencias  humanas y espirituales que nos recuerdan lo que en botánica llamamos marchitarse. Es decir, esa parte del proceso de germinación de una semilla arrojada a la tierra, que corresponde al momento en que una serie de microorganismos atacan como parásitos a la semilla para comérsela. Y parece que la semilla, marchitándose, perece...En cambio no es así: estos animalitos que la están destruyendo la hacen transfigurarse, y la semilla se transforma en una nueva vida, es ella en realidad quien se come los microorganismos y los sintetiza en la germinación. Y comienza una nueva planta, que habrá aprendido a comer, de ese enemigo, su nueva vida. Parecía un desastre, y por el contrario era una Pascua. (Cfr 1Cor 15,35-38; 42-44). Algo que será siempre sorprendente. Nos desconcertará, nos molestará y su escuela elemental será la humillación y la obediencia. Y la universidad donde aprenderlas será la pobreza y la pequeñez.

         Esta experiencia de reverdecer, sabiéndonos marchitos la vivimos  en Adviento. Y no  tanto como un ejercicio de humillación, sino como una gracia de esperanza. He aquí que lo hago todo nuevo (Apc 21,5). Se trata de la gracia de recomenzar, cuya lógica nunca entenderemos los hombres, pero que es necesaria para recibir al Dios de la vida en Navidad. Sacar vida nueva de una cosa que nos destruye. En verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en ella tierra, queda infecundo, pero si muere, produce mucho fruto. (Jn12,24).

         Se trata de nacer desde abajo, desde el grano que muere. Esta pequeña tierra de mi vida,  debo permitir que me marchite, debo metabolizar la humillación. Necesitamos los amargos choques con la verdad para ser conscientes. Lo real hiere a quien está fuera de la realidad. Lo que hace daño de verdad en estas humillaciones es el orgullo.

 

2. A nosotros nos toca decidir si reverdecer como “diamantes”, o marchitarse como “carbón”.

         Se sabe que el diamante y el carbón están constituidos químicamente por la misma materia, pero con una estructura física distinta. La diferencia consiste en que el diamante permite que la luz lo atraviese y el carbón no. Este prácticamente no vale nada, mientras el primero tiene un valor inmenso. A nosotros nos toca decidir si ser diamantes, cuya riqueza consiste en dejarnos atravesar por la luz de Otro, o pobres trozos de carbón que impiden a la luz atravesarlos y están destinados solamente a ser quemados.  

         El carbón es la debilidad y el sufrimiento, que tantas veces impiden ver la luz, pero puede dar paso a un diamante que nos permite descubrir con su luz la presencia de Dios. Así es: en las humillaciones de la fragilidad,  puede haber un antes y un después, como  si se tratase de un lugar pascual.

         Ocasiones útiles en las que  aprender a descubrir la presencia de Dios que se manifiesta precisamente en las situaciones imperfectas. Son esos momentos en los que la realidad nos da con la verdad en la cara. Como el diamante. Bendito dolor, porque nos humilla y abre las puertas a un cambio. ¡Cuánto bien pueden hacer las debilidades!. Pero cuando llegan, nos cuesta mucho reconocerlas y aceptar la verdad.

 

3. La regeneración espiritual. ¡Es posible y necesario nacer de nuevo en Adviento!

         a)  La regeneración es necesaria y oportuna para todos. La carne humana pecaminosa,  no puede permanecer en la presencia de Dios. En su conversación con Nicodemo, Jesús dijo dos veces que el hombre debe nacer de nuevo para ver el Reino de Dios (Jn 3,3-7). La regeneración no es opcional, porque “lo que nace de la carne es carne; y lo que nace del espíritu, es espíritu. La regeneración es para todos y siempre, como  un Volver a nacer de nuevo. Así es en Adviento.

         b) La regeneración consiste en un cambio radical “desde dentro” y “desde abajo”. Del agua y del Espíritu. Tal como nuestro nacimiento físico resultó en un nuevo individuo entrando en un mundo terrenal, nuestro nacimiento espiritual resulta en una nueva persona que entra en el reino de arriba (Ef 2,6). Después de la regeneración comenzamos a ver, a oir y a buscar las cosas celestiales: empezamos a vivir una vida de fe y de santidad. Ahora somos partícipes de la naturaleza divina, habiendo sido hechos nuevas criaturas (2Cor 5,17). Dios y no el hombre, es el origen de esta transformación (Ef 2,1-8). El amor de Dios, su abundante gracia y misericordia, son la causa del nuevo nacimiento.  (1Ef,1,19-20).

         c) La regeneración es lo que Dios hace por nosotros en el momento de salvación, junto con el sello del Espíritu Santo (Ef 1,13), la adopción (Gal 4,5), la reconciliación (2Cor 5,18-20). La regeneración es lo que Dios hace para que una persona viva espiritualmente, como resultado de la fe en Jesucristo. Antes de la salvación, no éramos hijos de Dios (Jn , 1,12 más bien éramos hijos de ira (Ef 2,3, Rom 5, 18-20). Antes de la salvación estábamos perdidos; después de la salvación somos regenerados. El resultado de la regeneración es la paz con Dios (Rom 5,1), nueva vida (Tit 3,5; 2Co 5,17), y el ser sus Hijos eternamente (Jn 1,12-13; Gal 3,26). Cada regeneración inicia un proceso de la santificación, por medio de la cual nos convertimos en las personas que Dios quiere que seamos (Rom 8,28-30). Todos estos dones nos los trae Jesús, el Salvador, en Navidad.

          d) Regenerar el corazón no se logra sólo por la cantidad de buenas obras. “Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Dios (Ro 3,20) No tenemos necesidad  de reforma o de reorganización exterior; lo que necesitamos es un nuevo nacimiento en el Espíritu.

 

Cuestiones.

1. Puedo vivir en este Adviento un proceso de reverdecer desde lo que está marchito en mi?

2. ¿Diamante o carbón? ¿Cómo soy? ¿Qué me dice esta imagen en mi proceso espiritual?

3. ¿Qué alcance puede tener en mi la regeneración espiritual?

 

Oración.

         Señor, que este Adviento  me refuerce para liberarme mi ego. Sácame de mi mismo para encontrarte a ti. Llévame a la periferia para verte en los pequeños. Mantenme abierto a lo diferente y extraño. Ayúdame a aceptar lo inusual y cotidiano. Vacíame plenamente para poder acogerte. Señor, dame pies firmes para salir a tu encuentro. Y no permitas nunca que pise sueños de otros, ignorándolos o rechazándolos. Hazme reverdecer como un espacio abierto y de fácil acceso, para todos los que andan por la vida buscando refugios y caminos.

                                                                 

                                                                           Fr. José Antonio Segovia. O.P