martes, 29 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (y 9)


 


La ESCUCHA y el SILENCIO
como “huellas de Santo Domingo de Guzmán” e ingredientes del carisma dominicano.



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    Pertenece a la tradición dominicana más antigua el famoso dicho: “el silencio es el padre de los predicadores”. No sería raro que esta actitud, que es más bien un estilo de vida, fuese distintiva del propio Santo Domingo: la Predicación se gesta en la escucha y en el silencio de forma natural, y va tomando cuerpo real cuando pretende encarnarse en el contexto concreto al que se dirige. Predicar tiene que ver con escuchar, acoger y guardar silencio. Podríamos descubrir estos rasgos en la vida del Fundador de forma fácil; pero nos serviría de poco si no somos capaces nosotros, predicadores y predicadoras de este siglo XXI, de asumir este doble movimiento que origina el servicio de la Evangelización. ¿Qué nos aconsejaría Domingo a quienes queremos hacer de la Palabra nuestro estilo de vida?

     Practica el silencio, puerta de la oración

    El que andaba por los caminos en silencio “pensando en nuestro Redentor”, era el mismo que velaba en la noche, cuando todo está callado, e invitaba a hacer espacio interior a la vida. La palabra que puede alimentar no se improvisa, se madura en la profundidad del silencio, allí donde está lo hondo y auténtico. ¡Somos invitados a cuidar, crecer y practicar el sano silencio donde todo se hace nuevo!

      Escucha y déjate nutrir por la Palabra que quieres predicar

    El Evangelio misionero de Mateo y las cartas de Pablo eran sus escritos preferidos, pero Domingo conocía, y tal vez sabía de memoria, gran parte de los textos bíblicos con los que exhortaba y convencía. No se trata de “lanzar” la Palabra, sino de saborearla primero, acogerla y personalizarla, amarla de forma auténtica, sin traicionarla o menospreciarla. La palabra bíblica es el eco escrito de la Palabra encarnada. ¡Nunca dejemos de enamorarnos, en la escucha y la acogida, de la Palabra de Dios!

     Ponte en el lugar del otro y dialoga

    La llegada de Domingo al Sur de Francia fue sin juicios ni críticas. Empezó escuchando, dedicando tiempo a este servicio, siempre tan urgente. En la posada, en los caminos, en las aldeas, sentado al confrontar intelectualmente con los otros… Escucha, acoge, permite al otro expresarse con libertad, se toma tiempo para exhortar o corregir, con suavidad y sin reñir. ¡Qué necesario sigue siendo dialogar sin prejuicios, dejar espacio al otro para expresarse, reconocer con humildad que no siempre tenemos la razón!

     Acoge la Verdad en el estudio y la compasión

    Estudiar no hace a Domingo alguien alejado. Él tiene la habilidad de darle a este aspecto un sentido apostólico, pastoral. Estudia para cambiarse a sí mismo, pero también para ofrecer la luz de la Verdad al mundo. El estudio es, ante todo, un servicio de escucha, una disciplina interior que permite hospedar en la mente y el corazón a otros, de ahora y de todos los tiempos. Estudiar es acoger la vida y al que es su Autor. Es ofrecer la Verdad como misericordia, un acto de compasión. En el silencio y la reflexión, en los libros y en las vidas de las gentes, Domingo escucha la Verdad, pero a la vez, ofrece la Verdad predicada.

    La escucha, el silencio fueron para Santo Domingo, tal vez sin ser nombradas, actitudes decisivas al servicio de la Predicación. Con nuestro Fundador, queremos retomar nosotros el desafío en este tiempo de ser hombres y mujeres que puedan predicar porque primero han ahondado en el misterio interior que a todos nos habita, han dialogado sin prejuicios y con mirada bondadosa, han hecho de la Palabra la brújula del camino y han procesado de forma disciplinada la Verdad que en todo se esconde.

 

Fr. Francisco Javier Garzón Garzón, OP

viernes, 25 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (8)

 




La DEMOCRACIA
como “huella de Santo Domingo de Guzmán”
e ingrediente del carisma dominicano.




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“Lo que ha de ser vivido por todos, que sea decidido por todos.”

    Con esa frase, o muy parecida, justifica el Libellus de Jordán de Sajonia -la primera de las narraciones sobre la vida de santo Domingo y sobre el comienzo de la Orden de Predicadores-, la decisión que tomó Domingo, en pleno IV Concilio de Letrán -que no aceptaba nuevas fundaciones religiosas a menos que eligieran una regla ya existente-, de regresar a Tolosa a consultar con sus frailes cuál fuese esa regla que propondrían como norma de vida para toda la nueva Orden que nacía. Como corazón y fundador de esa nueva Orden hubiera tenido la autoridad, más que asegurada con su vida, de poder elegirla por su cuenta, pero consideró necesario decidir algo tan relevante en conjunto con sus hermanos.

    De esa pequeña -o no tan pequeña- anécdota “democrática” salen muchas cosas.

    Y la primera de todas es que eso de la “democracia” dominicana no puede entenderse al modo de las democracias políticas liberales y contemporáneas de partidos, mayorías, campañas y elecciones. No es ésta sin más una forma de legitimar la autoridad o de obtener el poder en medio de pluralidades. Esa forma de entender la democracia como una cosa de grupos, de unos contra otros, de quienes opinan de una manera a quienes opinan de otra, de quienes tienen la verdad y deben vencer a los contrarios... no es lo dominicano.

    La Democracia dominicana es más bien una disposición espiritual de cómo vivir la comunidad, de entenderse como parte de un cuerpo al servicio de un proyecto, donde cada uno de los que lo forman es necesario, porque ha sido elegido por el Espíritu Santo para formar parte de él, y por tanto siempre tiene algo que decir a lo común.

    La Democracia dominicana busca pues la Verdad, el proyecto común, no mis propios intereses ni tan siquiera mis propias formas de pensar y de entender las cosas, sino que ha de buscar el “nosotros” comunitario que ha de sacar adelante el proyecto de la misión.

    La Democracia dominicana es así casi que la forma más depurada en la que se expresa la espiritualidad de los dominicos, pues recoge cómo la comunidad en su conjunto, formada por cada miembro individual, decide qué hacer y cómo hacer para encarnar la misión de la predicación que ha recibido en la Iglesia.

    Es exigente, mucho, esa forma de entender la democracia.

  •   Exigente porque pide una humildad de reconocer en el otro -como diría santo Tomás- que puede tener más verdad en sus disposiciones que uno mismo, es decir, exigente porque pide pobreza y búsqueda de la verdad. 
  •  Exigente porque necesita una apertura al diálogo, al otro, a la presencia del Espíritu en los otros, a la escucha real, es decir, exigente porque necesita la contemplación.
  •  Exigente porque a uno mismo le pide también tener claridad en sus posiciones, argumentos firmes que proponer, razones que dar, análisis certeros, es decir, exigente porque necesita del estudio.
  •  Exigente porque renuncia a hacer acepción de personas, creación de camarillas o de grupos, de bandos y partidos, es decir, exigente porque necesita optar realmente por construir la comunidad.
  •  Exigente porque obliga a tomar parte, implicarse, sumarse a los demás y no mirar sólo para uno mismo, es decir, exigente porque pide tomar partido en las estructuras institucionales.
  •  Exigente porque pide audacia, creatividad, imaginación para buscar juntos los medios de llevar adelante la misión, es decir, exigente porque necesita despertar la compasión y poner en marcha la itinerancia entendida más allá de lo físico.
    Fascina pensar que en el siglo XIII santo Domingo de Guzmán tuviera esa profunda intuición de unir predicación y comunidad entendida esta de esa manera tan respetuosa entre la libertad de cada individuo y la asunción de un fin común mayor, de optar por la democracia como forma de vida de la Orden.

    Una democracia que ha ido cogiendo unos usos y maneras en el tiempo y la historia y la tradición, y en el que la representatividad a través de los priores y superiores se articula orgánicamente de una manera... que no tiene por qué ser siempre igual.

    Hoy en día, esta huella de santo Domingo, la democracia, sigue siendo un reto que nos pide madurez y crecimiento. Que nos pide centrarnos en la misión de la predicación, para el hoy y para el mañana, y que nos pide una continua vigilancia en el autoanálisis, para no caer en las trampas de lo que el mundo de hoy, secularizado, entiende por democracia. En medio de un mundo, polarizado, dividido, politizado, la democracia como comprensión espiritual de la vida en común, de la comunidad, para la misión de construir un mundo mejor, tiene mucho que aportar.


Fray Vicente Niño Orti, OP

martes, 22 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (7)

 


La COMPASIÓN

como huella de misericordia de Santo Domingo




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Podemos hablar de la compasión como el modo que heredamos de Domingo para relacionarnos con el mundo. Se trata de uno de los ingredientes esenciales de nuestro carisma, y me atrevería a plantearlo incluso como el “aglutinante” perfecto de los cuatro pilares dominicanos. La compasión la vemos en la manera de pensar y actuar de Domingo. Según Jordán de Sajonia, Domingo “llevaba la miseria de los demás en el más íntimo santuario de su compasión y el cálido sentimiento que tenía por ellos en su corazón se descargaba con las lágrimas que fluían de sus ojos”.

Ahora bien, ¿cómo definir la compasión? Timothy Radcliffe OP se refiere a ella como irse liberando de la dureza de corazón que se manifiesta en el juicio sobre los otros, aprender la vulnerabilidad ante el dolor del otro, y escuchar el grito de ayuda de nuestro hermano.

La compasión de Domingo es contemplativa (de nuestro mundo), orante, intelectual (estudio), comunitaria (compartida) y de acción. Domingo nos presenta al Dios de la misericordia, de la compasión, y, por lo tanto, nos invita constantemente a observar, conocer, y tocar las necesidades de nuestra comunidad y de nuestro mundo. Nos impulsa a observar, a escuchar con los oídos del corazón, a dialogar y a discernir nuestra manera de actuar en favor de los más desfavorecidos, o, dicho de otra manera, de hacernos cargo, de cargar con la miseria y el dolor de nuestros hermanos.

Quizá así veamos mejor el estrecho vínculo que hay entre estudio y compasión, y entre compasión y el compromiso de la Orden en temas de Justicia y Paz. Qué mejor muestra del estudio compasivo que el paso de Domingo por Palencia en donde se decía de él que “por encima de todo anteponía la santidad de vida a las argucias de los razonamientos; y el fruto de las palabras espirituales, a los libros”. El estudio era lo que mantenía viva su compasión, y conmovido por las necesidades de los pobres vendió sus libros: No puedo estudiar en pieles muertas mientras mis hermanos mueren de hambre.

Hoy, ¿nos conmovemos por el sufrimiento de nuestro prójimo?Como cristianos, y especialmente como dominicos, estamos llamados a orientar nuestra vida hacia la predicación del Evangelio, tarea que sólo seremos capaces de llevar a cabo encarnando la compasión de Domingo en nuestro mundo de hoy.

La compasión dominicana es un compromiso de vida, no un ideal al más puro estilo romántico. Implica palabras y hechos, es nuestra manera de posicionarnos ante el sufrimiento de nuestro mundo, de nuestros hermanos. Es la manera en la que estamos llamados a ponernos en acción y de reaccionar en solidaridad con los más vulnerables, pasando la miseria de nuestros hermanos por nuestro corazón, para así poder actuar con-pasión.

 

Mónica Marco, csd


viernes, 18 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (6)


La POBREZA

como “huella de Santo Domingo de Guzmán”

e ingrediente del carisma dominicano.




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    Carisma dominicano es lo que el Espíritu Santo ha hecho en la vida y misión de Domingo y de la Orden dominicana. Carisma dominicano es la experiencia que gratuitamente ha iluminado, animado y motivado la vida y misión de Domingo y su Orden. Carisma dominicano es el alma de la espiritualidad y de la vida y la misión dominicana. Carisma dominicano es, como diría Pablo, la experiencia de gracia que nos hace vivir bajo el dominio del Espíritu y no bajo el dominio de la carne.

    Muchos son los ingredientes específicos del carisma dominicano. Esencial entre ellos es la pobreza evangélica.

    Sí, solo la pobreza que es verdaderamente “evangélica” es ingrediente del carisma dominicano. La pobreza sin más es una desgracia. Ojalá nadie careciera de los bienes materiales necesarios para llevar una vida digna. Pobreza evangélica era un ingrediente esencial en la espiritualidad mendicante, en el carisma personal de Francisco de Asís y Domingo de Guzmán –en Francisco para imitar a Cristo pobre, en Domingo para predicar a Cristo pobre-. Pobreza evangélica es ingrediente esencial del carisma franciscano y dominicano.

    La pobreza evangélica es rasgo irrenunciable del carisma dominicano. Es una experiencia que descubre, ilumina y anima aspectos muy positivos para animar la espiritualidad y la misión dominicanas.

    La experiencia de la pobreza evangélica descubre y anima en la familia dominicana una libertad radical frente a los bienes materiales, que fácilmente nos seducen como ídolos que prometen felicidad y salvación. Ahí está el símbolo del becerro de oro.

    Descubre y anima en los miembros de la familia dominicana la singular experiencia de aprender a caminar y vivir alegres con lo sólo imprescindible y descubrir así lo único Necesario. Testimonio de enorme necesidad en esta sociedad del consumismo.

    Descubre y anima en cada miembro de la familia dominicana la virtud de la compasión. La pobreza se convierte en experiencia evangélica cuando nos permite hacernos cargo de la situación de los pobres que lo son obligados y a causa de la injusticia social.

    Descubre y anima en las comunidades dominicanas una de las expresiones más realistas del amor y la caridad cristiana: la comunicación de bienes. Sólo es pobreza evangélica aquella que desemboca en la comunicación real de los bienes materiales.

    Y, sobre todo, la pobreza evangélica es ingrediente esencial del carisma dominicano porque es la credencial segura para la misión evangelizadora. Por eso Santo Domingo nos la dejó como herencia en el lecho de muerte. Por eso Santo Domingo anatematizó a quienes desacreditaran la predicación abandonando la pobreza evangélica. Él sólo deseaba acreditar su predicación con la fuerza de la Palabra, con la acción del Espíritu, con el testimonio de una vida evangélica. En este testimonio era esencial la pobreza evangélica.



Fr. Felicísimo Martínez, O.P.

martes, 15 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (5)



LA CONTEMPLACIÓN

como “huella de Santo Domingo de Guzmán”

e ingrediente del carisma dominicano.


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    Contemplar es, según la RAE, poner la atención en algo material o espiritual. ¿Qué puede decirnos esto a nosotros hoy, miembros de la Familia Dominicana? La contemplación es parte integrante de nuestro carisma. De hecho, a lo largo de los siglos, se ha hecho famosa la frase CONTEMPLATA ALIIS TRADERE, como síntesis del Carisma que recibió Santo Domingo.

    Como monja contemplativa en la Orden de Predicadores, ¿qué puedo decir de la contemplación? ¿Cómo vivimos nuestro carisma de monjas predicadoras desde la contemplación?

    La contemplación es para mí, para nosotras, el hábitat natural en el que se desarrolla nuestra vida, es el ecosistema donde todo encuentra sentido. De hecho, en nuestras Constituciones leemos, “las monjas destinadas por Dios especialmente a la oración (contemplación), no quedan excluidas de todo ministerio, pues escuchando la Palabra, celebrándola, y guardándola, anuncian el Evangelio de Dios con el ejemplo de su vida”.

    Todo en el monasterio está ordenado a este “estar atentos”, a este mirar a Dios con nuestros propios ojos, para terminar mirándolo todo con los ojos de Dios. Nuestra vida tiene sentido en la medida en que podemos entregarnos en cuerpo y alma a que se cumpla la Palabra de Isaías: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, así será mi Palabra, que sale de mis labios, no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Isaías 55, 10-11).

    Este es nuestro ministerio, la contemplación, prestar atención a Dios en primer lugar, para luego prestar atención a los hombres y mujeres de nuestro mundo, a todos aquellos a los que queremos proclamar la gracia de Dios en nuestra historia humana.

    Para ello nos ayudan la oración, el estudio, el silencio, la ascesis, medios imprescindibles para prestar atención a lo importante, vaciándonos de nosotros mismos. Para llegar a tener la mirada de Dios sobre la realidad, es preciso hacer una kénosis desde lo profundo del corazón.

   Sólo así podremos consagrarnos totalmente a Dios y al mismo tiempo, perpetuar el carisma especial que nuestro Padre tuvo para con los pecadores, los pobres, los afligidos, llevándolos a todos en el Sagrario íntimo de nuestra compasión.


Sor Inmaculada de la Cruz, OP



viernes, 11 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (4)


 

La COMUNIDAD 

como “huella de Santo Domingo de Guzmán” 

y ingrediente del carisma dominicano


      

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    Santo Domingo, desde el comienzo, se fue rodeando de familia: hermanos y hermanas que compartían el proyecto de la predicación. Algunos de ellos fueron buscados, la mayor parte aparecieron como regalo de Dios, de cualquier forma, nuestro padre comprendió enseguida que la comunidad era esencial en su plan evangelizador. La comunidad permitía una mayor difusión del mensaje de Jesús, le otorgaba también solidez y duración, sí, pero, ante todo, la fraternidad era la primera de las predicaciones y la más eficaz. En aquellos tiempos –como en los nuestros- en los que la gente estaba saturada de sermones y palabras, la vida fraterna que se desarrollaba en aquellas “casas de predicación” era un testimonio, una predicación desde el ejemplo, la prueba de que aquello que se dice puede ser vivido, hacerse realidad.

    La vivencia de los dominicos y dominicas, laicos, frailes, hermanas, monjas, jóvenes unidos como familia sigue siendo hoy una de las mejores aportaciones que podemos ofrecer a la iglesia y al mundo actual.

    Ser comunidad supone compartir la oración, el estudio, los bienes y los dones, pero lo esencial es el saberse llamados a una misión común y el aprender a quererse en libertad. Tener presente que los hermanos hemos sido convocados por Dios y que Él sabe por qué ha llamado a cada cual, ha de llevarnos a vivir de un modo realista aquello que únicamente pedimos al profesar: la misericordia.

    Nuestro carisma de la predicación únicamente puede vivirse si nos esforzamos por aceptar al hermano, si dejamos de lado los idealismos o el romanticismo comunitario para amarnos tal y como somos, con nuestras luces y con nuestro pecado también; por perdonarnos y ponernos al servicio… por vernos mutuamente como un don precioso que Dios nos hace.

    Y todo ello no es para crearnos una burbuja de bienestar afectivo y espiritual en la que encerrarnos, sino como impulso para salir a las calles, la vida comunitaria debe llevarnos a extender esa realidad sin miedo: a acompañar la vida de las personas, a denunciar las injusticias y anunciar la esperanza, a llevar a todos la alegría de vivir tras los pasos de Jesucristo.



Fr. Félix Hernández Mariano, OP

martes, 8 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (3)


 

La PREDICACION

como “huella de Santo Domingo de Guzmán”

e ingrediente del carisma dominicano.


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    Me centraré en lo que muchos han llamado la “última predicación de Santo Domingo”.

    No se trata de una predicación en el sentido estricto y, además, no se dirige a la gente en general. Es, más bien, una predicación “ad intra” de la Orden, pero creo que es una forma de predicación de la que se desprenden algunos aspectos de interés, y esta predicación puede invitarnos a seguir las indicaciones que las huellas de Santo Domingo nos sugieren.

   En ese escenario magnífico que es el “dies natalis” de Santo Domingo –día de su muerte- hay dos predicaciones explícitas del Santo: una a los novicios y otra a los frailes profesos.

   Según el relato detallado que hace Ventura de Verona, a la sazón prior de Bolonia, Santo Domingo “hizo venir a los novicios y con dulcísimas palabras y alegre semblante los consolaba y los exhortaba al bien”. Se diría que los novicios eran una porción muy querida de Santo Domingo porque los veía como intrépidos en la aventura de su vocación y, también, porque los consideraba ya protagonistas del futuro de la Orden, algo que tanto preocupaba al Santo fundador. Era consciente de la necesidad del consuelo para estos jóvenes que emprendían una vida nueva, llena de incertidumbres y, quizás, de temores. Él, que era maestro en consolar a los frailes, se volcaba en palabras de aliento y de confianza con sus compañeros más frágiles. Predicar a los hermanos atribulados y dejarlos consolados es una forma de persuadirlos de que no hay un motivo para temer en la tarea de vivir el Evangelio, a fin de poder predicarlo. Y, por otra parte, la exhortación revelaba que hay recursos suficientes para cumplir con esa misión.

   En cuanto al sermón a los frailes profesos, esta predicación “edificante”, que dice Ventura de Verona, es testimonio de que la predicación no sólo debe iluminar, sino también consolidar lo que la Palabra de Dios transmite, y para ello el predicador debe considerarse un constructor en la edificación de la Iglesia, y el aspecto más espiritual de una predicación edificante, como la solemos entender en el sentido más piadoso, es un valioso estímulo para que el predicador se entusiasme con su ministerio y lo considere un placer deleitoso, además de una responsabilidad institucional. Que los frailes prediquen a los frailes no es ninguna anomalía, ni una pretensión descabellada o indebida, sino más bien un servicio fraterno en orden a nuestra tarea ministerial dominicana de predicación.



Fr. Emilio García Álvarez, OP

viernes, 4 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (2)



La ITINERANCIA
como “huella de Santo Domingo de Guzmán”
e ingrediente del carisma dominicano.




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    El ser humano es el ser vivo que no se conforma con su hábitat. Va más allá de sus límites, los horizontes no son una barrera, sino una incitación. Llevado por su deseo de siempre más lejos, siempre más grande, siempre más vivo, usa su inteligencia para planear metas y caminos, y su voluntad para recorrerlos. Así han nacido la cultura, las artes, las ciencias, la sociedad.

   En muchas civilizaciones, el prototipo de la persona es el viajero: Ulises, Abraham, Sigfrido… El que se lanza a lo desconocido pare encontrarse a sí mismo, a los demás y a Dios.

    Pero hay tres modos de hacer camino: el del vagabundo, que anda mucho y se cansa, pero al no tener metas, no llega a ninguna parte; no sabe si avanza o retrocede. El del turista, que recorre mucho, pero superficialmente. Su ideal es hacerse selfies: él siempre protagonista, y lo demás: personas, acontecimientos, culturas, son solo un bonito decorado, con los cuales no se compromete y son intercambiables. Pero está también el del peregrino: sabe su meta, aunque no pueda describirla ni definirla, porque aún está más allá, pero le ofrece una referencia para saber si está en el camino correcto, le aporta esperanza, ilusión, sentido y fuerza.

    Ser itinerante para el hombre y la mujer no es una tarea entre otras. Ni siquiera un modo de vida: es un modo de ser. El que no avanza, retrocede; el que no acierta en el camino, se pierde.

    Los primeros cristianos llamaron a su nuevo modo de vida “el camino”. Cristo, según san Juan, se definió como “yo soy el camino”. Ser cristiano es vivir en seguimiento (por lo tanto en camino) tras el Señor que va delante.

    Domingo de Guzmán fue itinerante: geográficamente, recorriendo los caminos de Europa, a pie, paso a paso y encuentro con encuentro. Mentalmente: abriéndose a las nuevas ideas y mentalidades, incluso de los que no pensaban como él y como la Iglesia. Espiritualmente: dejando que el Espíritu, a través de él, iniciara un nuevo carisma de la predicación en y desde la comunidad: hermanos y hermanas itinerantes de la Palabra.

   Hoy la Iglesia nos quiere en estado de sínodo, es decir: “caminando juntos”. Y tres son las fronteras a dónde tenemos que ir: la frontera del propio corazón, el continente más grande y menos conocido, para evangelizarlo. La frontera de nuestro mundo actual, tan plural, tan global, tan desconcertante, pero amado por Dios. La frontera de nuestra Iglesia para impedir que se convierta en un club de nostálgicos, paralizado por las perezas y los miedos, sino que sea cada vez más una comunidad alegre, dinámica, y contagiadora de la vida de Jesús.

   “Peregrinar o morir”, NO es un lema. Es la ley de la vida, que convierte todas las crisis en crisis de crecimiento.



Fr. Francisco José Rodríguez Fassio, OP

martes, 1 de agosto de 2023

Tras las huellas de Santo Domingo de Guzmán: Ingredientes del carisma dominicano (1)

 



El ESTUDIO

dentro del carisma dominicano

como “huella de Santo Domingo de Guzmán”


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   “Y puesto que nos hacemos partícipes de la misión de los apóstoles, imitamos también su vida según el modo ideado por Santo Domingo, manteniéndonos unánimes en la vida común, fieles a la profesión de los consejos evangélicos, fervorosos en la celebración de la liturgia, principalmente de la eucaristía y del oficio divino, y en la oración, asiduos en el estudio, perseverantes en la observancia regular… Estos elementos, sólidamente trabados entre sí, equilibrados armoniosamente y fecundándose los unos a los otros, constituyen en su síntesis la vida propia de la Orden: una vida apostólica en sentido pleno, en la cual la predicación y la enseñanza deben emanar de la abundancia de la contemplación”… “Entre nosotros, estos elementos no pueden ser cambiados sustancialmente; y deben inspirar formas de vida y de predicación adaptadas a las necesidades de la Iglesia y de los hombres (Constitución Fundamental IV, VIII).

   Así es como describen las Constituciones a nuestra Orden dominicana, la vida de los frailes dominicos. Nos dicen que deben ser “asiduos en el estudio”. Así pues, el estudio es un elemento esencial en nuestra vida, que nunca puede faltar.

   Es claro que Santo Domingo quiso fundar una Orden de predicadores, que predicasen lo mismo que predicó Jesús, su evangelio, su buena noticia y, por lo tanto, que predicasen a Dios, a Jesucristo y su palabra, a los que nadie conoce por ciencia infusa. La vía normal para llegar a ellos y sus mensajes es el estudio. Fue lo que motivó a Santo Domingo, ya desde el principio, a enviar a sus frailes a las Universidades de entonces. “Encaminó a sus frailes hacia las escuelas y los envió a las ciudades mayores para que estudiaran, predicaran y fundaran conventos” (Constituciones 76).

   Bien sabemos los dominicos que por este estudio, fundamentalmente de la filosofía y la teología, los primeros beneficiados somos nosotros, pero tenemos claro que nuestro propósito va más allá, no queremos quedarnos en nosotros mismos, buscamos poner en bandeja a los que nos dirigimos el sublime conocimiento de Dios, de Jesús, de su evangelio… la mejor noticia que les podemos ofrecer para que vivan su vida con sentido y esperanza. “Por lo tanto nuestro estudio debe dirigirse principal, ardiente y diligentemente a esto: que podamos ser útiles a las almas de los prójimos”. (Constituciones 77). De ahí se desprende que nuestro estudio debe tener también en cuenta las diversas ciencias sociales para mejor conocer a los hombres a los que nos dirigimos y la sociedad en la que viven. Los frailes “busquen el diálogo con los sabios y abran su ánimo a los descubrimientos y problemas contemporáneos” (Constituciones 81).

   Nuestras Constituciones, para que todos estos buenos principios no queden solo en palabras, además de hablar de los centros de estudios de la Orden en las diversas provincias, detallan lo que en este terreno del estudio corresponde al Maestro de la Orden, a los provinciales, a los priores, a los lectores conventuales… Todo ello como una prueba más de la importancia que nuestra Orden da al estudio. Sabiendo además que nuestro estudio no termina con las etapas institucionales. Debe seguir toda la vida, como nos insisten todas nuestras leyes, a través de la formación permanente. “El objetivo fundamental de la formación permanente es la renovación y maduración de los frailes según las diversas “edades” de su vida, a fin de que sean siempre más aptos para anunciar la palabra de Dios a gentes, que están condicionadas por las circunstancias del mundo actual” (Constituciones 251-bis).


Fr. Manuel Santos, OP