viernes, 1 de abril de 2022

Modos de Orar de Santo Domingo (y IX)

 


 

NOVENO MODO DE ORAR DE SANTO DOMINGO DE GUZMAN

 

“Este modo lo practicaba cuando viajaba de una parte a otra, de manera especial si se encontraba en un lugar solitario. Disfrutaba con sus meditaciones en su contemplación, y en ocasiones recordaba a sus socios por el camino:

- “Está escrito en Oseas: la llevaré a un lugar solitario y le hablaré al corazón” (Os 2, 14).

Por ello algunas veces se apartaba del compañero, adelantándose a él o, con más frecuencia, siguiéndolo de lejos. Y guardando la distancia oraba y caminaba, y se encendía en su meditación como el fuego (Sal 39, 4). Tenía de peculiar en tal oración que gesticulaba como si espantase chispas o moscas de la cara, y por esto se protegía con frecuencia con la señal de la cruz.

Los frailes llegaron al convencimiento de que, en este modo de oración, el santo alcanzó la inteligencia plena de la Sagrada Escritura y la entraña de las palabras divinas, una autoridad sorprendente para predicar con ardor, y una familiaridad secreta con el Espíritu Santo para conocer las cosas ocultas.

 

Encontramos que el último modo es aparentemente diferente a los anteriores: en esta ocasión Domingo reza en el exterior, en el camino durante sus continuos viajes de predicación. Al andar todo el cuerpo se mueve y participa de la actividad y es que es, precisamente, de totalidad de lo que nos habla esta forma de orar.

El dinamismo de la oración hace que, esta, llegue a ser una actitud que no queda limitada únicamente a unos lugares determinados o a unos momentos de la jornada, sino que, progresivamente se va extendiendo por todos los instantes y circunstancias de lo cotidiano.

Nuestro padre ejemplariza, así, la forma de reconocer en el día a día todo lo orado como una realidad; de descubrir la presencia de Dios en cuanto nos rodea; de saber mirar las pequeñas cosas, sorprenderse y admirarse ante la manera misteriosa con que, continuamente, nos bendice y nos regala su amor… de hacer del conjunto de la vida una contemplación.

Para ello, el camino le sirve como preciosa metáfora de la propia existencia: recordatorio de que nuestra travesía por este mundo es fugaz, que solo estamos de paso pues somos peregrinos; caminantes que tienen clara su procedencia, que saben hacia qué meta se dirigen y que, mientras tanto, no dejan de esforzarse y avanzar. Marchar y convertir ese mismo viaje en una oración.

En ese contexto, es bonito el gesto que se nos narra, cuando el santo gesticula con la mano ante su rostro. Son muchas las dificultades que pueden sobrevenir al andar, cansancios, dolores, caídas y seducciones que amenazan con distraernos el destino y Domingo se previene contra todo ello manteniendo fija su mirada en Dios y “espantando” todo lo demás.

Es importante, por último, y en especial en nuestra sociedad donde reina la prisa y la superficialidad, saber pararse. Aprender a detenerse, cuando percibimos de forma intensa la mano del Señor o cuando sentimos que no podemos continuar, para estar con Él y disfrutar de su presencia, para recibir de sus manos la fuerza y la luz que nos hace falta.

Domingo recorrió casi toda Europa predicando la Gracia, son incontables los kilómetros que recorrieron sus pies y estoy seguro de que supo disfrutar de cada uno de ellos de la mejor manera posible pues aprendió a ir siempre de la mano del mejor compañero en el viaje por esta tierra.

 

Fr. Félix Hernández Mariano, OP