lunes, 1 de junio de 2020

María, Madre de la Iglesia


Bienaventurada Virgen María, “Madre de la Iglesia”

El año 2018 el Papa Francisco decretaba que el lunes después de Pentecostés se celebre la Fiesta de María, Madre de la Iglesia. Y lo explicaba así: La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (Gal 4,4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y a la vez Madre de la Iglesia. Por eso, es necesario hacer memoria de la bienaventurada Virgen María, como Madre de la Iglesia, a quien Cristo encomendó sus discípulos para que, perseverando en la oración al Espíritu Santo, cooperen en el anuncio del Evangelio.
La reflexión y la Oración en esta Fiesta, nos ayuda a incrementar el sentido materno de la Iglesia,  en los Pastores, en los Religiosos y en los Fieles, para mejorar la  genuina espiritualidad mariana. En Fátima, el 13 de mayo de 2018,  Francisco decía con pasión: Queridos peregrinos, ¡tenemos una Madre, tenemos una Madre! Aferrándonos a ella como hijos, vivamos, de la esperanza que se apoya en Jesús, porque los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida,  gracias a uno sólo, Jesucristo. Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad- nuestra humanidad- que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre.
Al terminar el mes de mayo, en el que hemos ido  profundizando en la vida y misión de María, en la Predicación del Evangelio y en la construcción de la Iglesia, queremos acoger el fruto del trabajo espiritual de este mes. ¡María es Madre!. Pero ¿qué alcance puede tener esto en nuestra fe y en nuestra misión?.  La Iglesia, los Papas, especialmente después del Concilio Vaticano II, ha permitido que la relación con María haya ido madurando en comprensión de su presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia, con su Maternidad espiritual. En concreto, Pablo VI y Juan Pablo II, y ahora el Papa Francisco,  han profundizado en este misterio de María, que desde la espera del Espíritu en Pentecostés (Hch 1,14) no ha dejado jamás de cuidar maternalmente de la Iglesia, peregrina en el tiempo. Pablo VI afirmó en la clausura de la tercera sesión del Vaticano II que es imposible comprender el misterio de la Iglesia en su esencia más profunda, que es la unión íntima de los hombres con Cristo, sin María, porque ella es la que mejor realizó en si misma a esa comunión.
Este título de María Madre de la Iglesia, habla de una presencia activa, una acción positiva de María sobre la Iglesia tanto en su creación como en su conservación.
a) En su creación. Al aceptar la palabra del ángel y dar a luz a Cristo, estaba alumbrando los comienzos de la Iglesia. María, aceptando con el corazón inmaculado la Palabra, mereció engendrarla en su seno virginal y al dar a luz al creador, fomentó los comienzos de la Iglesia. Si la Iglesia tiene de alguna manera su origen en la Encarnación, María con su Sí, coopera activamente en su nacimiento.
b) En su conservación. La presencia de María junto a la cruz ha de ser comprendida desde el Sí de la anunciación. María en la Anunciación se compromete, en la penumbra de la fe, con una llamada misteriosa de Dios. Todos los actos de su vida son el desarrollo de ese sí en una peregrinación de la fe.
c) En cuanto a nosotros, la Maternidad de María, garantiza el cuidado y providencia que Dios quiere tener sobre cada uno de sus hijos. Asunta a los cielos, María no sólo no ha dejado esta misión maternal, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros de ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada (LG 62). Por eso, se ha llegado a darle el nombre de Omnipotencia suplicante. Por su condición de Madre de Dios,  ora por los hermanos de su Hijo, que también son sus hijos.
“Esperamos que la celebración de este día,  y ya cada lunes después de Pentecostés, recuerde a todos los discípulos de Cristo que, si queremos crecer y llenarnos del amor de Dios, es necesario fundamentar nuestra vida en tres realidades: la Cruz, la Hostia, ofrenda de Cristo en el Banquete eucarístico y la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos. Tres misterios que Dios ha dado al mundo para ordenar, fecundar, santificar nuestra vida interior y para conducirnos hacia Jesucristo.
Fr. José Antonio Segovia, OP



Oración a María,
madre de la Iglesia y madre de nuestra fe

¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.

 Francisco.