domingo, 25 de diciembre de 2022

FELIZ NAVIDAD

 


 

25 de Diciembre: NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

Viviendo en oración desde Scala Coeli la NATIVIDAD DEL SEÑOR


Antífona

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado;

lleva a hombros el principado

y es su nombre: Mensajero del designio divino.

 

Oración

Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana.


Reflexión

 

“…Y habitó entre nosotros” (Jn 1,14)

 Nos hemos estado preparando durante más de cuatro semanas para vivir este momento: la Navidad. A lo largo del Adviento hemos recordado a aquel Niño de Belén, que centra los tiempos de la Humanidad, y hemos pedido que su llegada definitiva no tarde más. Y en la vorágine de las celebraciones, los regalos, la preparación de encuentros familiares, las prisas y ritos especiales de nuestros trabajos… corremos el riesgo de olvidarnos de lo que nos ha traído hasta aquí.

 Todo lo que hemos estado haciendo estos días es muy valioso, ¡cómo no! Pero empieza y acaba en nosotros, y se nos puede quedar en algo muy superficial y rutinario. En este día de Navidad nos toca dejarnos hacer, cambiar la mirada, quedarnos quietos, volvernos pasivos, y sencillamente contemplar. Contemplar para dejar que no sea lo que hacemos lo que nos cambie (cosa difícil, y lo sabemos por experiencia), sino el Amor de Dios el que se imponga frente a nosotros, como si fuera la primera vez que caemos en la cuenta de su grandeza. Contemplar, para entrenar esa otra dimensión de lo humano que nos resulta tan poco familiar: la de la acogida, el reconocimiento de nuestra fragilidad, la necesidad que tenemos de algo más… Hoy, y en estos días que vienen, somos invitados a adorar, a ver a Dios como nuevo, a percibir de otra manera la grandeza de su Misterio, a dejar que Él, a su manera, nos sorprenda. Porque el amor que no sorprende no se puede llamar amor…


 “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo…” (Jn 3,16) Ese mismo Hijo que se hizo semejante a nosotros, vecino y compañero de camino, a quien reconocemos pequeño, vulnerable, hablando un lenguaje que necesita que nos agachemos para comprenderlo. Todo un Dios nos habla hoy, y lo hace de la forma más sencilla y humana. Ojalá seamos capaces de parar el ritmo, contemplar, adorar y agacharnos un poco…

 Feliz Navidad, hermanos. 

Hay una esperanza que es remedio para tantos miedos y zozobras que nos cercan. ¡Jesús Niño es nuestra Esperanza! 

 Hay una luz capaz de ayudarnos a ver distinta la realidad que nos envuelve. ¡Jesús Niño es nuestra Luz! 

Hay paz, una paz diferente que se acoge y se contagia, de adentro hacia afuera. ¡Jesús Niño es nuestra Paz! 

 


Feliz Navidad.

 

Fr. Javier Garzón OP

 

 

sábado, 24 de diciembre de 2022

24 de Diciembre: Vigilia de la Natividad del Señor

 Viviendo en oración desde Scala Coeli la vigilia de la Natividad del Señor


Antífona

Hoy vais a saber

que el Señor vendrá y nos salvará,

y mañana contemplaréis su gloria.

 

Oración

Señor y Dios nuestro, que cada año nos alegras con la fiesta esperanzadora de nuestra redención, concédenos que así como ahora acogemos, gozosos, a tu Hijo como redentor, lo recibamos también confiados cuando venga como juez.


Reflexión

El otro día, cuando volvía a casa de trabajar, me sorprendió por el camino una tormenta enorme que me hizo pasar muy mal rato: el cielo se fundió en negro, el agua caía a mares sobre el parabrisas y yo no veía nada de nada y, aunque ya me conozco la ruta como la palma de mi mano, no sabía por dónde iba, cuándo llegaban las curvas, ni podía distinguir los límites de la carretera. Pocas veces he pasado tanto miedo, porque en este trayecto no hay un lugar donde parar y esperar que escampe, pero me dije a mi mismo que solo eran tres kilómetros, que yendo despacito y extremando las precauciones podría llegar a mi convento.

Mientras conducía, pensaba en otros peligros, como que algún animal se me cruzara; chocar con otro conductor que, como yo, viajase sin visibilidad; los imponentes rayos que caían continuamente… un trayecto cotidiano que suelo recorrer automáticamente se había convertido en algo completamente desconocido y amenazante.

Lo que el profeta Isaías nos canta esta noche “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló” me ha recordado este episodio. El “viajecito” a su vez me ha ayudado a comprender mejor la magnitud de estas palabras.

Tener que avanzar en la penumbra da miedo, es inseguro, desalentador… vivir así nos hace sufrir y no nos lleva a ningún sitio, de ahí la profunda alegría que se describe en el salmo 95, la que nos despierta ese destello de amor, del mejor de los resplandores que viene a pulverizar toda la negrura que nos oprime, que nos esclaviza y explota, la que nos mata lentamente, desde fuera y desde dentro, de nosotros mismos.

Aquella noche tan mala, también pensaba que, si la carretera fuese mejor, o mi coche menos viejo o que si hubiese farolas… la cosa sería distinta; no me creería “caminando en tinieblas” y es que, probablemente, lo peor es que muchas veces no somos conscientes, no nos damos cuenta de la oscuridad que nos rodea y, por tanto, no sentimos la necesidad de ser salvados de nada, no comprendemos cuánta falta nos hace la luz y la dejamos pasar: nuestras puertas se le quedan cerradas y tiene que nacer en otro lugar.

Eso es lo que marca la diferencia entre una “Noche Buena” y una noche mala: el saber que necesitamos ser rescatados de un sinfín de sombras, ansiar una claridad que lo haga, descubrir como aparece ante nosotros y ser capaces de acogerla.

Solo los pastores de Belén que pasaban la noche al aire libre, los que eran conscientes de la tiniebla que los envolvía, pueden hallar al recién nacido. Encontrarlo ahí, en el espacio marginal de la vida al que se le ha desplazado y reconocerlo del modo más insospechado, en un niño débil y pequeñito.

No sé si existe una imagen que nos suscite mayor ternura, que despierte tanto nuestro instinto de protección, como un recién nacido, que viene al mundo en medio de una cuadra y que pasa frío, qué fascinante resulta pensar que la luz más brillante, que el que viene a salvarnos, necesite tanto de nuestra acogida y cuidados. ¿Será que Jesús no quiere dejarnos fuera a nosotros a pesar de los cerrojos que le ponemos a Él? ¿será su forma de transmitirnos la falta que le hacemos?

De la misma manera en la que nos resulta imposible reprimir la necesidad de arropar, acariciar y cuidar de un bebé necesitado, es irresistible hacer lo mismo cuando descubrimos la luz del Señor. Cuando advertimos, en el día a día y de verdad, el amor que nos tiene y que, incansablemente y sin condiciones, se derrama sobre todos, que es tan inmenso que llega a un milagro como el de la encarnación, entonces no nos queda otra que caer de rodillas sobrecogidos y enternecidos, que adorar y recibirlo completamente seducidos.

Una acogida y un mimo que, nos lo dice San Pablo, se traducen en:

-                     Renunciar a la impiedad, o tener más presente a Dios en esta vida; dedicar más tiempo a conocerlo, escucharlo, celebrarlo; ir aprendiendo a confiar en Él, pase lo que pase, a dejar que ese pequeño sea la fuerza de nuestra fragilidad y que, realmente, pueda iluminarnos el camino.

-                     No absolutizar las cosas mundanas, las de esta vida que pasa, ni nuestras capacidades o éxitos como algo exclusivamente personal, tampoco las situaciones de dolor o incomprensión, sino permitir que su luz nos muestre las criaturas, únicas y perfectas, pero criaturas que somos en realidad.

-                     Llevar una vida sobria en el compartir, justa y piadosa. Encontrarnos unos a otros y vernos con los ojos de Dios, por encima de los prejuicios, las sospechas o la desconfianza para ser capaces de vivir la fraternidad desde la justicia y la compasión.

    Este es el misterio de esta noche de salvación que celebramos hoy, pero que es el de todas las noches y todos los días, el que después de tantos años, nosotros no hemos terminado de encajar…

Por eso me gusta especialmente la escena final del Evangelio, la de los ángeles locos de alegría, la fiesta que se monta en el cielo, porque ellos sí comprenden la infinita magnitud de lo que está pasando y alaban a Dios por ello con el cantico esta noche nos recuerda la calenda, el himno que enlaza con toda la historia de la humanidad y con la nuestra propia, también con nuestro recorrido en el adviento, para recordarnos que la nuestra-con-Dios, es historia de salvación.

¡Santa navidad para todos!

 

Fr. Félix Hernández Mariano, OP

viernes, 23 de diciembre de 2022

Adviento 2022: Cuarta Semana (23 de Diciembre)

 

Viviendo en oración el Adviento desde Scala Coeli


Antífona mayor de Adviento

Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro,

esperanza de las naciones y salvador de los pueblos:

ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.


Oración

Dios todopoderoso y eterno, al acercarnos a las fiestas de Navidad, te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia.


Reflexión

Desde Cuba recibimos hoy la reflexión de Fr. Raisel Matanzas, OP.

"A quien espera su bien le llega"

A punto de finalizar el Adviento, las lecturas de la liturgia de la Iglesia nos siguen invitando a renovarnos en la esperanza que trae el Salvador. Esta espera exige del cristiano actividad y no pasividad. Y es que el Espíritu Santo, que sopla donde quiere (Cf. Jn 3,8), nos conduce de la mano del Padre y del Hijo hacia horizontes insospechados preñados de novedad. Una novedad que sólo es posible ver a través de los ojos de la fe, aquella que nos hace caer en la cuenta de los milagros de Dios en nuestra vida y de su paso por nuestra historia.

Que Jesús nos encuentre en vela, con un corazón abierto, para abrazarlo en la clara y alegre esperanza de saber que "a quien espera su bien le llega". 


¡¡ VEN, SEÑOR JESÚS, NO TARDES !!

 

 

jueves, 22 de diciembre de 2022

Adviento 2022: Cuarta Semana (22 de Diciembre)

Viviendo en oración el Adviento desde Scala Coeli


Antífona mayor de Adviento

Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos,

Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo:

ven y salva al hombre,

que formaste del barro de la tierra.


Oración

Señor Dios, que con la venida de tu Hijo has querido redimir al hombre sentenciado a muerte, concede a los que van a adorarlo, hecho niño en Belén, participar de los bienes de su redención.

 

Reflexión

En la reflexión de hoy, Fr. Salvador Becoba OP, nos habla de las lecturas de este día, las cuales nos ayudan a ser más humildes, más hospitalarios, más agradecidos. Tanto Ana como María después de recibir por obra de la gracia de Dios, una lo pidió desde muy chica, poder engendrar a una criatura (Ana), y la otra sin pedirlo (María), pero asume la voluntad de Dios. La espera de ellas después del milagro recibido, no se quedaron con las manos cruzadas, sino que fueron al encuentro con los demás, Ana fue a Elí, y María fue a asistir a su prima Isabel.

El Señor está muy cerca, es hora de cambiar nuestro corazón como las protagonistas Ana y María, nuestra espera no tiene que ser pasiva, sino activa. Una espera activa es aquella que busca el bien, la caridad de los demás y de mí mismo. Solo así podremos preparar una morada al Señor que viene a nuestros corazones.

 

¡¡ ÁNIMO, DIOS LES BENDIGA ¡¡