Viviendo en oración el Adviento
desde Scala Coeli
Antífona
Pueblo de Sión:
mira al Señor que viene a salvar a los pueblos.
El Señor hará oír la majestad de su voz
y os alegraréis de todo corazón.
Oración
Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida.
¿COMO MANTENERME EN ADVIENTO TODO EL AÑO?
Con el Adviento iniciamos un recorrido y comenzamos una etapa de vida nueva que necesitamos mantener siempre. De nuevo comenzamos con buen pie “quien bien empieza, bien acaba”. Pero es un tiempo tan breve, que se nos pide que logremos una actitud que dure todo el año o mejor, toda la vida. Porque el mundo necesita hombres y mujeres de futuro y de esperanza. La esperanza es la vitamina de la fe; sin ella nos instalamos en la monotonía, en el cansancio y en la ausencia de horizontes. Pero, ¿ cómo mantener el espíritu de Adviento, durante toda la vida? Buscando, Preguntando, Escuchando, Obedeciendo, y Entregándome. Estas actitudes nos mantienen en el futuro de Dios, y a Dios como futuro.
1. Cuando el hombre “busca”, “Dios se acerca”.
Pero hay que buscarlo con sinceridad, y cueste lo que cueste. Dispuesto a salir de sí; a romper la concha del egoísmo. Decía Newmann que para juzgar a un alma no importa tanto ver la distancia a que se encuentra de Dios como ver la dirección que lleva. ¿Va hacia El o se aleja?... Pues si va hacia El, si le busca con sinceridad, es que Dios comienza a atraerle; es que Dios se le acerca. «El que tenga sed —de cosas grandes y nobles, de Verdad, de Belleza, de Amor...—, venga a mí y beba». Y bebiendo —conociéndole— creerá en mí. Y «el que cree en mí, ríos de agua viva correrán de su seno». Y esto lo decía, «refiriéndose al Espíritu que habrían de recibir los que creyeren en El». (Jn 7,37). ¿Cómo es mi búsqueda de Dios?
2. Cuando el hombre “pregunta”, “Dios responde”.
En todo lo que vivimos, si ahondamos, Dios comienza a respondernos por medio de la razón, o por medio de su Palabra, de un consejero, o por medio de un libro humano o por una iluminación interior, en la oración. El caso es preguntar sin tregua ni descanso. Preguntarse a sí mismo y preguntar a todas las criaturas y acontecimientos. Con reconocimiento de nuestra radical incapacidad; con un sincero deseo de obtener respuesta, y una vez obtenida, aceptarla. ¿Qué cuestiones me plantea hoy la vida?
3. Cuando el hombre “escucha”, “Dios habla”.
Si escuchar siempre es difícil, escuchar a Dios parece imposible. Vivimos entre ruidos, por fuera y por dentro. Y así no se puede oír la voz de Dios. Porque la voz de Dios es dulce y suave. Más aún si hace en silencio (Mt. 12,19). Por eso, cuando Dios quiere hablar a un alma, «la lleva a la soledad y le habla al corazón (Os. 2,14). Y, al comenzar este diálogo, todavía el alma tiene cosas que preguntar; pero poco a poco las preguntas van cesando. Y el alma se hace toda oídos. Y Dios habla. El proceso de la oración es así. ¿Cómo vivo la Palabra y la Oración para escuchar a Dios?
4. Cuando el hombre “obedece”, “Dios gobierna”.
Cuando se sabe que Dios es infinitamente sabio, bueno, amoroso, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, entonces es fácil y grato obedecerle!. Obedecerle cuando nos habla por la Escritura; obedecerle cuando nos manda mensajeros; obedecerle cuando nos habla por medio de un buen libro, o aun cuando nos habla sin palabras desde lo más íntimo de nuestro ser. Y así, cuando el hombre obedece, Dios gobierna. ¿Me va ayudando la vida espiritual en vivir en confianza y entrega dócil?. Oro repitiendo: ¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!. ¿Cómo me siento ahora?
5. Cuando el hombre “se entrega”, “Dios obra”.
Es la obra perfecta del amor; cuando se ama con todo el corazón a Dios, y se prescinde de todo lo demás, el hombre se entrega. Nuestro yo queda totalmente entregado al yo divino: «Ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí». El hombre se vació por completo de sí mismo y de todo ser para llenarse de Dios; el hombre murió a sí mismo como hijo de Adán, para resucitar o nacer de nuevo, «no de la carne ni de la sangre, sino del Espíritu de Dios; el hombre se negó a sí mismo, porque a sí mismo, con todas sus fuerzas se entregó a Dios. ¡Ese es el término de la vida cristiana!. Hoy puedo reconocer la obra de Dios en mi.
¡Ven pronto, Señor!. ¡Ven Salvador!.
Fr. José Antonio Segovia, O.P.
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