viernes, 25 de marzo de 2022

Modos de Orar de Santo Domingo (VIII)

  


OCTAVO MODO DE ORAR DE SANTO DOMINGO DE GUZMAN

 

“ El santo padre Domingo tenía además otro modo de orar bello, devoto y armonioso.

Inmediatamente después de las horas canónicas o de la acción de gracias que se da en común tras la comida, el sobrio y delicado padre, llevado del espíritu de devoción que le habían provocado las divinas palabras cantadas en el coro o en la comida, se retiraba a un lugar solitario, en la celda o en otra parte, para leer o rezar, entreteniéndose consigo mismo y estando con Dios.

Se sentaba tranquilo y abría ante él un libro. Hecha la señal protectora de la cruz, comenzaba a leer. Su mente se encendía dulcemente, cual si oyese al Señor que le hablaba, según se lee en el salmo: Oiré lo que el señor Dios habla en mí, pues hablará de paz para su pueblo, para sus santos y para los que se convierten de corazón (Sal 85, 9). Por los gestos de su cabeza, se diría que disputaba mentalmente con un compañero. Pues tan pronto se le veía impaciente como escuchando tranquilo; discutir y debatir, reír y llorar a la vez; fijar la mirada y bajarla, y de nuevo hablar muy quedo y golpearse el pecho.

Si un curioso lograra observarlo sin que él se diera cuenta, el santo padre Domingo le parecería Moisés adentrándose en el desierto, contemplando la zarza ardiente y postrado ante el Señor que le hablaba (Ex 3, 1s.). Pues el varón de Dios tenía esta profética costumbre de pasar sin solución de continuidad de la lectura a la oración, y de la meditación a la contemplación.

Cuando leía solo de esta manera, reverenciaba el libro, se inclinaba hacia él y a veces lo besaba, sobre todo si era un códice evangélico o si leía las palabras que Cristo pronunció de su misma boca. En ocasiones escondía la cara y la volvía a otro lado; se tapaba el rostro con las manos, o lo cubría ligeramente con el escapulario. También entonces se tornaba todo ansioso y lleno de deseo. Y, como si diera gracias a una persona superior por los beneficios recibidos, se incorporaba parcialmente con reverencia e iniciaba una inclinación. Una vez recuperado y tranquilo, volvía de nuevo a la lectura del libro.

 

Era lógico que, en este recorrido por las formas en que Domingo oraba, lo encontráramos, en algún momento, rezando por medio del estudio. Para los dominicos, el estudio es oración y nuestra oración se lleva al estudio, es una práctica fundamental en la profundización de nuestra relación con el creador.

Ante todo, esta labor debe partir de La Palabra, como medio de creer y orar también con la razón, hacerlo para –desde Dios y con Dios- afrontar las propias dudas, buscar respuestas, tratar de hacer comprensible nuestra fe y de dar razón de ella. Es saciar una sed de conocer aquello que amas, consciente de que Él es un misterio infinito y que nunca será suficiente, que siempre habrá más y más por descubrir, por disfrutar… y que todo lo que puedas llegar a entender será una insignificancia ante su grandeza. Hablamos, pues, de una búsqueda de la Verdad que no puede ser nunca una posesión de la misma, sino un dinamismo que recorre toda nuestra existencia.

La profundización en la Escritura nos lleva, ineludiblemente, al estudio del resto de ámbitos en nuestra vida, a la comprensión del mundo y la sociedad en la que vivimos, a rastrear la huella de Dios en todo lo que nos rodea y sucede, en los otros saberes humanos; es aprender a contemplarlo todo, incluso a nosotros mismos, con los ojos del Padre. Evidentemente, este objetivo no puede alcanzarse sólo con nuestro esfuerzo, es otro regalo del Señor que es quien nos ilumina. El estudio dominicano, pues, es una herramienta que nos permite disfrutar del don de amar más y mejor cada día.

Desde esta perspectiva, podemos decir que este modo de orar alberga, además, una dimensión social. Cuando nos acercamos a la mirada tierna y apasionada que Abba nos dirige, se evidencian todas las situaciones de injusticia, violencia y opresión que nos rodean, que están incluso en nuestro interior y es rezando así como podemos abrir la mente para aprender a escuchar, a acoger al diferente, a encontrar soluciones, alternativas, las respuestas que nuestro mundo necesita.

Es fácil comprender que Santo Domingo expresara en estos momentos emociones de gratitud, entusiasmo, deseo o inquietud pues se trata de una práctica que nos acaba cuestionando a nosotros mismos, que nos sana y nos abre a la esperanza, pues nos conduce a ser también cuestionamiento para los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

 

Fr. Félix Hernández Mariano, OP

 

viernes, 18 de marzo de 2022

Modos de Orar de Santo Domingo (VII)

SÉPTIMO MODO DE ORAR DE SANTO DOMINGO DE GUZMAN

  

 

 “Con frecuencia se le encontraba orando literalmente flechado al cielo, cual saeta lanzada por un arco tenso en línea recta a lo alto (Is 49, 2), con las manos levantadas con fuerza por encima de la cabeza, enlazadas o un poco abiertas como para recibir algo de arriba.

Se cree que entonces se le incrementaba la gracia. Y que, en medio de su arrobamiento, suplicaba a Dios por la Orden que estaba fundando, para sí y para los frailes, los dones del Espíritu Santo y los sabrosos frutos de practicar las bienaventuranzas (Mt 5, 3-10). De manera que cada uno se sintiese dichoso en la absoluta pobreza, en la amargura del llanto, en la dureza de la persecución, en el hambre y sed agudas de justicia, en el ansia de misericordia; y todos se mantuvieran devotos y alegres en guardar los preceptos y en el cumplimiento de los consejos evangélicos.

El santo padre parecía entonces entrar raptado en el santo de los santos y en el tercer cielo (2 Cor 12,2), de tal modo que, después de esta oración, su forma de corregir, gobernar o predicar era la de un profeta, como se narra en el relato de los milagros.

El santo padre no se quedaba mucho tiempo en este modo de orar, sino que volvía en sí mismo, y parecía como venir de lejos o un peregrino en este mundo, lo que fácilmente se podía ponderar por su aspecto y por sus costumbres. Sin embargo, algunas veces los frailes le oían con claridad rezar diciendo con el profeta: Escucha la voz de mi súplica cuando me dirijo a Ti y extiendo mis manos hacia tu santo templo (Sal 28, 2). Y el santo maestro enseñaba con la palabra y con el ejemplo a los frailes a orar así, recordando el salmo: Y ahora bendecid al señor todos sus siervos, dirigid de noche vuestras manos hacia el lugar santo y bendecid al Señor (Sal 134, 1-2). Y también: A Ti, Señor, clamé; escúchame, atiende a mi voz cuando te llamo; el levantar de mis manos como sacrificio vespertino (Sal 141, 1-2).

Todo lo cual, para que se entienda mejor, se muestra en la figura.

 

Por medio de la identificación con Cristo, que nuestro santo mostraba en el modo anterior, se llega necesariamente al Padre y esto precisamente es lo que se expresa ahora, con esta postura.

Si adoptamos esta posición de Santo Domingo, con el cuerpo completamente erguido y los brazos en flecha hacia arriba, lo primero que notamos es una sensación de bienestar: estiramos casi todos los músculos del cuerpo y relajamos las tensiones, pero, además nos parece expansionarnos, como si nos estuviésemos haciendo más grandes de lo que somos y pudiésemos llegar a tocar aquello que no sabíamos que estaba a nuestro alcance.

Estas impresiones físicas favorecen el sentido de la oración, en ella se llenan de significado y se multiplican, porque la totalidad de nuestro yo se dispone hacia el cielo, hacia Dios. Así gozamos del placer de ir tomando más conciencia de la infinidad de su gracia, de su presencia en medio de su pueblo y su cercanía en nuestra vida; disfrutamos del Amor perfecto que no pone condiciones, que nos quiere tal y como somos, que no nos abandona nunca; oramos para que toda nuestra existencia se encamine hacia Él.

Con los brazos elevados ofrecemos nuestro ser por completo y, al tiempo, nos preparamos para acoger todos los dones que el creador nos regala.

Saber que somos todo suyos, confiar en que siempre estamos en sus manos, es lo que alimenta nuestro futuro con la esperanza de saber que caminamos hacia la gran Bienaventuranza, que la meta que se ha concedido es la plenitud de todo eso, el “abrazo” absoluto de Dios, una felicidad mucho más completa de lo que podemos llegar a soñar.

Esta es la experiencia que también ilumina el presente y sana el pasado, pues nos lleva a recordar que Él ha actuado en nuestra historia haciendo maravillas por nosotros, disolviendo nuestros errores en su todopoderosa misericordia y acompañándonos en cada paso, bueno y malo, del peregrinar.

No es de extrañar que Domingo entrara en éxtasis al orar de este modo pues se “transformaba” en una saeta que se orienta certera hacia su feliz destino y, al mismo tiempo, en una señal que indica un camino, que orienta al viajero, que a nosotros mismos nos sirve de guía.

 

Fr. Félix Hernández Mariano, OP

viernes, 11 de marzo de 2022

Modos de Orar de Santo Domingo (VI)

 


 

 

SEXTO MODO DE ORAR DE SANTO DOMINGO DE GUZMAN

 

“Alguna vez se vio orar al santo padre Domingo, según yo mismo escuché con mis oídos de quien lo presenció, con las manos y los brazos abiertos y extendidos con fuerza a semejanza de cruz, cuanto le era posible manteniéndose en pie. De este modo rezó cuando Dios por su oración reanimó al joven Napoleón, en la sacristía de San Sixto de Roma, y se elevó del suelo en la iglesia mientras celebraba la misa, según nos contó la piadosa y santa sor Cecilia, que estaba presente y lo vio con una multitud de gente. Como Elías cuando reanimó al hijo de la viuda (1 R 17, 21), se tendió y se echó sobre el niño. También rezó de igual manera cuando libró junto a Tolosa a unos peregrinos ingleses del peligro de ahogarse en el río, como antes se contó. Así oró también el Señor pendiente de la cruz (Lc 23, 46) con las manos y los brazos extendidos, y su clamor y sus lágrimas fueron escuchadas por su actitud reverente (Hb 5, 7).

Esta forma no era frecuente en el santo varón de Dios Domingo, salvo cuando inspirado por Dios comprendía que algo grandioso y sorprendente iba a ocurrir en virtud de la oración. No prohibía a los frailes que rezasen así, pero tampoco lo aconsejaba.

No sabemos lo que dijo cuando reanimó al joven, y rezó de pie con los brazos y las manos extendidas en cruz. Pero, puesto que imitó la forma de orar de Elías, tal vez repitió sus mismas palabras: Señor, Dios mío, devuelve el alma de este niño a sus entrañas (1R 17, 21). Mas los frailes, las hermanas, los señores cardenales y los demás presentes, sorprendidos por un modo de orar desacostumbrado y prodigioso, no prestaron atención a lo que dijo. Y después no se atrevieron a preguntar a este respecto al santo y admirado Domingo, porque en esta ocasión todos ellos se sintieron sobrecogidos por el respeto y la reverencia que inspiraba.

No obstante, debió de recitar lentamente y de manera sosegada, solemne y atenta las palabras que en el salterio hacen referencia a este modo de orar: Señor, Dios de mi salvación, de día te llamo y de noche grito ante ti, hasta el verso: A Ti, Señor, clamé todo el día, extiendo mis manos hacia Ti (Sal 88, 2, 10). Y así hasta el final. Y también: Señor, escucha mi oración, presta oídos a mi súplica, escúchame en tu verdad y en tu justicia, hasta: Extiendo mis manos hacia Ti, mi alma te anhela como tierra sin agua, escúchame en seguida (Sal 143, 1, 6-7). Con esto podrá cualquier orante piadoso entrever la doctrina del padre sobre esta forma de orar, si desea moverse a Dios por la fuerza de la oración de manera singular o, mejor, cuando por una inspiración secreta se sienta movido por Dios de manera inequívoca para alguna gracia peculiar en favor suyo o de los otros, apoyado en la doctrina de David, en el modelo de Elías, en la caridad de Cristo, y en la devoción de Domingo, como se muestra en esta figura.

 

Al adoptar la posición de Cristo en la cruz, santo Domingo trata de alcanzar una completa identificación con Él. Quiere experimentar todo ese perdón, el inmenso amor universal que Jesús manifestó a lo largo de toda su vida pero que alcanza su máxima expresión en el momento de la pasión.

Busca también la vivencia de donación absoluta que supone el madero para el Señor. El despojamiento, en primer lugar, de uno mismo: de los deseos, comodidades, falsas seguridades… que nos acaban encerrando en la frustración del egoísmo y nos alejan del plan de Dios. Pretende, ante todo, el abandono en las manos de Dios.

Una vez que se ha dado todo lo mejor que se podía y se sabía, pero las cosas no salen como debían; en las ocasiones en que la mentira, la injusticia y la violencia parecen triunfar y nos ahoga la impotencia; ante el dolor que nos rompe el alma y aunque no podamos entender nada ni encontrar un sentido a los acontecimientos; a pesar de que podamos tener la sensación de que Dios se calla, que no nos responde ni hace nada… cuando lo único que nos queda es extender dolorosamente nuestros brazos en la cruz y mostrar nuestra frágil desnudez  para , pese a todo, seguir confiando y esperando en la voluntad del Padre, en la forma misteriosa en la que Él, más allá de nuestra reducida comprensión, siempre actúa en nuestra vida y en el mundo… entonces es cuando se hace patente la verdadera fe, cuando, sin darnos cuenta nos convertimos en la respuesta de Dios a la maldad, en la palabra de victoria que pronuncian sus labios.

Por eso, es también la posición que Domingo adoptaba “cuando inspirado por Dios comprendía que algo grandioso y sorprendente iba a ocurrir en virtud de la oración”. Los brazos abiertos manifiestan igualmente el asombro, la llamada de atención ante la manifestación de Dios, que no deja nunca de responder al dolor humano, pero que solo podemos percibir desde una perspectiva de intimidad y confianza en Él.

Nuestro fundador se mostraba muy prudente con esta segunda significación del modo de orar pues, los brazos en cruz, son expresión incluso de un gran poder, evidentemente no se trata de uno propio sino del misterioso poder de Dios, que se hace fuerte en nuestra debilidad. Al alcanzar el deseado abandono en Dios, somos capaces de experimentar “milagros” cotidianos, pero hemos de cuidarnos de caer en la tentación de pensar que nada de lo que somos y hacemos es fruto de nuestros méritos.

Orar con los brazos así es abrirse por completo a la voluntad de Dios, convertirnos –como siervos inútiles que somos- en herramientas por medio de las que Él llegue a la vida de toda la humanidad ¿hay algún fin más grande para nuestra existencia?

 

Fr. Félix Hernández Mariano, OP

 

 

 

 

 

viernes, 4 de marzo de 2022

Modos de Orar de Santo Domingo (V)

 


 

 

QUINTO MODO DE ORAR DE SANTO DOMINGO DE GUZMAN

 

Algunas veces, cuando residía en el convento, el santo padre Domingo se colocaba de pie ante el altar, con todo el cuerpo erguido sobre sus pies sin apoyarse o arrimarse a nada y en ocasiones con las manos extendidas ante el pecho como si fuera un libro abierto. Se mantenía así derecho con toda reverencia y devoción, cual si estuviera leyendo delante de Dios. Se le notaba entonces por la boca que musitaba las palabras divinas y como que se las decía dulcemente a sí mismo. Le era muy familiar el proceder del Señor que narra Lucas, cuando Jesús entró en la sinagoga un sábado, según su costumbre, y se levantó para leer (Lc 4, 16). Y en el salmo se dice: Se levantó Finés y oró, y se detuvo la ruina (Sal 106, 30).

En algunas ocasiones, enlazaba las manos y las mantenía apretadas con fuerza ante sus ojos, recogiéndose sobre sí mismo, o las levantaba hasta los hombros, según hace el sacerdote cuando celebra la misa, como si quisiera fijar sus oídos en algo para percibir mejor lo que otro le dice. ¡Tendrías que haber visto su devoción mientras rezaba así, quieto y erguido! Le habrías tomado sin dudar por un profeta que, por momentos, hablaba con un ángel o con Dios, los escuchaba, o reflexionaba en silencio sobre lo que le había sido revelado. Incluso cuando iba de viaje, en cuanto podía se tomaba un tiempo a hurtadillas para rezar y, puesto en pie, al instante se elevaba con toda la mente al cielo. Pronto le podías oír pronunciar con suavidad y ternura algunas palabras extraídas de la medula y enjundia de la Sagrada Escritura, cual si las hubiese sacado de las fuentes del Salvador (Is 12, 3).

Con este ejemplo los frailes quedaban muy conmovidos por el aspecto de su padre y maestro, y los más devotos se veían impulsados a rezar con reverencia y sin interrupción, como los ojos de la esclava en las manos de su señora y como los ojos de los esclavos en las manos de sus señores (Sal 123, 2).

Y aquí se muestra.

 

En este modo nos encontramos a Domingo que ya ora erguido, ahora serán las manos las que se muevan mostrando diferentes actitudes.

La posición vertical nos  eleva y hace más visibles, por lo que solemos realizar así las acciones públicas y significativas (jurar un cargo, un discurso, etc.); igualmente, nos ponemos en pie para ofrecernos cuando se piden voluntarios o queremos mostrar que estamos presentes, pues es la posición que mejor expresa la disponibilidad, la atención, la prontitud… sabiéndonos hombres y mujeres nuevos, renovados en el amor de Dios, es desde esa disposición interior de ofrecimiento desde la que parte este modo de orar.

La narración nos habla entonces de la Palabra, el santo la recuerda mentalmente pero nosotros también podemos utilizar la Biblia en este momento, lo fundamental es acoger la Escritura. La primera posición de las manos, como si sostuvieran el libro, expresa además el deseo de recibirla, la petición a Dios de que seamos capaces de comprenderla, de saber descubrir toda  la riqueza que encierra  y poder reconocer e Cristo que se dirige a cada cual en ella.

El segundo paso, con las manos tapando los ojos para que la mirada se dirija a lo más profundo del interior o abiertas por encima de los hombros  como agudizando el sentido del oído, consiste en rezar para que podamos asimilar y realizar lo que la Palabra nos está diciendo, en cada momento,  en cada uno de nosotros  sobre nuestra vida en concreto.

Oramos así para repasar la forma en que la Escritura se hace realidad en mi vida o en mi entorno, encontrar lo que ésta me sugiere personalmente, qué me enseña, cuales son los desafíos que me ofrece y poder escuchar cual es la voluntad de Dios para mí, a qué me compromete cada día.

Domingo, en definitiva, nos muestra ahora que la conversión, la vida nueva en la misericordia de Dios debe tener su cimiento en esa escucha atenta a su Palabra.

 

Fr. Félix Hernández Mariano, OP