La PREDICACION
como “huella de Santo Domingo de Guzmán”
e ingrediente del carisma dominicano.
(Pinchar en el cuadro para oir en audio)
Me centraré en lo que muchos han llamado la “última predicación de Santo Domingo”.
No se trata de una predicación en el sentido estricto y, además, no se dirige a la gente en general. Es, más bien, una predicación “ad intra” de la Orden, pero creo que es una forma de predicación de la que se desprenden algunos aspectos de interés, y esta predicación puede invitarnos a seguir las indicaciones que las huellas de Santo Domingo nos sugieren.
En ese escenario magnífico que es el “dies natalis” de Santo Domingo –día de su muerte- hay dos predicaciones explícitas del Santo: una a los novicios y otra a los frailes profesos.
Según el relato detallado que hace Ventura de Verona, a la sazón prior de Bolonia, Santo Domingo “hizo venir a los novicios y con dulcísimas palabras y alegre semblante los consolaba y los exhortaba al bien”. Se diría que los novicios eran una porción muy querida de Santo Domingo porque los veía como intrépidos en la aventura de su vocación y, también, porque los consideraba ya protagonistas del futuro de la Orden, algo que tanto preocupaba al Santo fundador. Era consciente de la necesidad del consuelo para estos jóvenes que emprendían una vida nueva, llena de incertidumbres y, quizás, de temores. Él, que era maestro en consolar a los frailes, se volcaba en palabras de aliento y de confianza con sus compañeros más frágiles. Predicar a los hermanos atribulados y dejarlos consolados es una forma de persuadirlos de que no hay un motivo para temer en la tarea de vivir el Evangelio, a fin de poder predicarlo. Y, por otra parte, la exhortación revelaba que hay recursos suficientes para cumplir con esa misión.
En cuanto al sermón a los frailes profesos, esta predicación “edificante”, que dice Ventura de Verona, es testimonio de que la predicación no sólo debe iluminar, sino también consolidar lo que la Palabra de Dios transmite, y para ello el predicador debe considerarse un constructor en la edificación de la Iglesia, y el aspecto más espiritual de una predicación edificante, como la solemos entender en el sentido más piadoso, es un valioso estímulo para que el predicador se entusiasme con su ministerio y lo considere un placer deleitoso, además de una responsabilidad institucional. Que los frailes prediquen a los frailes no es ninguna anomalía, ni una pretensión descabellada o indebida, sino más bien un servicio fraterno en orden a nuestra tarea ministerial dominicana de predicación.
Fr. Emilio García Álvarez, OP
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