El
corazón creyente de Santa María:
una silla
libre para Dios
En estos días en que
estamos tan pendientes de cifras, deseando descender hasta lo más bajo de la
curva, elevamos nuestra mirada a María, la creyente por excelencia. “Dichosa
tú, porque has creído” fueron las palabras que le dirigió Isabel, haciéndonos
entender que no hay mejor modo de contemplarla y de percibir el “secreto” de su
existencia.
Quisiera destacar
algunas claves que nos ayuden también a nosotros a entender cómo María predicó
los Misterios de Cristo, siguiendo un camino, nada fácil, pero también nada
difícil, porque el Dios de los “imposibles” era quien le marcaba los pasos de
su peregrinar.
Nos la imaginamos
“sentada” cada tarde, acogiendo la Palabra en su corazón, consintiendo que el
Espíritu tocara sus fibras más íntimas. Pero hubo un atardecer que no fue como
los demás, ese Dios en el que creía se volvió “original”, atrevido para entrar
en su existencia y quedarse para siempre. La invitación a alegrarse, la
propuesta de dejarse “cubrir” por la sombra del Altísimo la hicieron preguntar,
asegurarse de que lo que estaba escuchando iba a ser real y posible. Es
probable que después que el Ángel se fue, en su mente continuaron abriéndose
paso las preguntas, esas interrogantes que en la vida tenemos que aprender a
amar porque nos hacen llegar hasta el punto donde la roca se convierte en
manantial de “aguas vivas”. Desde entonces María cambió su “silla” por lo
concreto del día a día, moviéndose “a prisa pero sin prisas” para servir, comunicar,
alegrar la vida de otros. Su mejor predicación la desgranó en la atención
contemplativa, no intimista, esa que le hizo “gustar y ver qué bueno es el
Señor” para darse cuenta que faltaba el vino y atreverse a adelantar la hora de
su Hijo.
Nuestra Señora abrió
con su primer “Hágase” un proceso dinámico que movilizó constantemente su fe.
La vemos silenciosa ante las puertas cerradas de Belén, sin sitio ni posada
pero regalándonos la Luz, iluminando siempre, “sin deslumbrar”. Inquieta al
constatar a su hijo “perdido” pero dispuesta a acoger la respuesta que le fue
dada al encontrarlo. Ella fue la mujer Madre que supo convertirse en odre
nuevo, con la elasticidad suficiente para permanecer junto a la cruz, sostener
la fe de los discípulos y engendrar a la Iglesia.
Hay quien dijo que la
aurora se puede “forzar” a nacer, creyendo en ella. No dudamos que María es
quien fuerza la esperanza en nuestros corazones, creyendo también en nuestra
frágil fe. Experta en percibir las sorpresas de un Dios que “abre puertas” pero
“explica poco”, nos ayuda en nuestro peregrinar por la vida. Le pedimos que nos
enseñe a ser como Ella, concretos para servir y amar, arriesgados para darlo
todo, capaces de soñar y de hacer soñar, “afinados” para no desentonar a la
hora de integrarnos al conjunto. En fin, hombres y mujeres de fe, profundamente
creyentes y humanamente creíbles.
MISTERIOS GOZOSOS
Primer
misterio: La Encarnación del Hijo de Dios
“Un ángel
del Señór dijo a José: No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque
la criatura que hay en ella viene del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús.” (Mt.
1, 20-21).
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Segundo Misterio: La Visitación
de María a Isabel
“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto … para guiar nuestros pasos por el
camino de la paz” (Lc. 1, 78-79).
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Tercer
Misterio: El Nacimiento de Jesús
“El ángel
dijo a los pastores: No temáis, os traigo una Buena Noticia, una gran alegría
para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.” (Lc. 2, 10-11).
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Cuarto
Misterio: La Presentación de Jesús en el Templo
“Y cuando
mañana tu hijo te pregunte: ¿Qué significa el consagrar al Señor todos los primogénitos? Tú le dirás: El Señor
nos sacó con mano fuerte de Egipto, de la casa de la esclavitud”. (Ex.
13, 14).
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Quinto
Misterio: El Niño Jesús perdido y hallado en el templo
“María y
José se quedaron atónitos, al verlo,
y le dijo su madre: Hijo ¿por qué nos has tratado así?”. (Lc 2, 44-45).
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Oración a María
“Señora del
Camino”:
Señora del Camino
muéstrame la vía
para llegar al Padre
al lado de tu Hijo.
Señora del camino
en mi oración te pido
que no me dejes nunca,
me siento como un niño.
Dame tu luz para avanzar
y en la noche oscura
guíame.
Hazme transparente
como fue tu vientre
para dar a luz la vida.
Ponme con tu Hijo,
Señora del Camino.
Luis
Guillermo Sarasa, S.J.
(remitida por Fr. Manuel Uña, OP)
Libro sobre María:
“¿QUIÉN ES MARÍA? Hablar de la
Virgen hoy”
Autor:
Marie-Thérèse Nadeau
Editorial: San Pablo