María en
Pentecostés
“Os digo la verdad: os conviene que yo me vaya,
porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo
enviaré” (Jn 16, 7).
¿Cómo resonarían estas palabras de Jesús en el
corazón de María? También ella, como los apóstoles sentiría tristeza por la
desaparición de la vista y el contacto físico de su Hijo. Pero como madre
amorosa y creyente fiel, se situaría en la confianza, en ese “os conviene”.
Todo sería para el bien.
¿Qué aportó el Espíritu Santo, derramado de una
manera nueva en Pentecostés a quien ya estaba tanto tiempo llena de su gracia y
bajo su sombra (Lc 1, 28.35)? Podemos intuirlo si repasamos los efectos
principales de esa efusión pentecostal en la Iglesia primitiva, de la cual ella
es madre y parte integrante.
En primer lugar, la revelación plena de ese plan
de Dios en beneficio de todos los hombres, previsto desde toda la eternidad,
pero realizado ahora por Cristo (Ef 3, 4-9). María ha participado ardientemente
de las esperanzas de su pueblo y de toda la humanidad, su necesidad imperiosa
de que Yahweh cumpla sus promesas, como cantó en el Magníficat (Lc 1, 50-55); se ha puesto en manos del Señor,
siempre disponible (Lc 1, 38), elegida, como dirá Pablo de sí mismo: “a mí, el
más insignificante de los creyentes, se me ha concedido la gracia de anunciar a
las naciones la insondable riqueza de Cristo y cómo se cumple este misterioso plan escondido desde
el principio en Dios, creador de todas las cosas” (Ef 3, 8-9). “Misterio
escondido” ¡cómo lo sabe María! Ella ha tenido que vivirlo en la oscuridad de
lo cotidiano, en las preguntas suscitadas por la fe “¿Cómo será esto?” (Lc 1,
34); sin entender los modos y las maneras de Dios: “Hijo ¿por qué nos has
tratado así?” (Lc 2, 48); a través de la horrible experiencia de la cruz…Ahora,
a la luz de Espíritu del Resucitado que nos enseña todo, comprende, como los
discípulos de Emaús, que estos modos y maneras eran precisos y necesarios (Lc
24, 26).
En segundo lugar, el Espíritu Santo hace presente
y eficaz a Cristo en la vida de cada creyente. Ya no se está “con” Cristo, como
era acompañado antes de su muerte y resurrección. Ahora, gracias al Espíritu,
estamos “en” Cristo; en una relación más profunda y más íntima que la que tiene
cada uno consigo mismo. “Ser en Cristo” no es algo pasajero o accidental. Es
constitutivo de nuestro ser. Un autor llega a afirmar que el cristiano, por así
decir, no se compone de alma y cuerpo, sino de alma, cuerpo y Cristo. Si quiere
ser auténtico y honesto consigo mismo tiene que pensarse y sentirse desde ahí.
María, que fue la única que pudo decir que Cristo “era” y crecía “en” ella,
durante nueve meses, pudo comprender de modo especial, qué suponía el ser y
crecer “en” Cristo.
El que es de Cristo, debe vivir como vivió él (1Jn
2,6). Este “vivir” supone hacer de las bienaventuranzas el criterio y las
actitudes de nuestro obrar. María, que recibió la primera bienaventuranza que
se narra en el Evangelio, de los labios de Isabel (Lc 1, 45), había hecho de la
fe su programa de vida. Ahora, bajo el Espíritu, va creciendo de fe en fe (Ef,
3, 17-19).
El Espíritu del Resucitado reparte los carismas
“para la construcción del cuerpo de Cristo” (Ef 4, 12), La Virgen había
recibido en la cruz, el encargo de ser madre de la Iglesia, representada en Juan
(Jn). Ahora recibe el Espíritu cuando se halla reunida con los apóstoles, algunas
mujeres y los parientes de Jesús, en el Cenáculo (Hch 1, 13-14). Es como el
seno materno que, igual que en la anunciación, recibiendo al Espíritu, le hace
madre amorosa y cuidadosa de una nueva humanidad. Y como los dones de Dios son
irrevocables, ella sigue ejerciendo ese carisma en su existencia glorificada
después de su asunción.
Fr. Francisco J. Rodríguez Fassio, OP
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Autor: Félix Hernández, OP |
MISTERIOS GLORIOSOS
Primer
misterio: La Resurrección del Señor
“El ángel
habló a las mujeres: vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el
crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho… Id aprisa y decir a
sus discípulos: ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros
a Galilea”. (Mt. 28, 5).
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Segundo Misterio: La Ascensión
a los cielos
“Después de
hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos
se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes.” (Mc. 16, 19-20)
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Tercer
Misterio: La venida del Espíritu Santo
“Cuando el
Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis
fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta
los confines del mundo”. (Hch.1, 8)
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Cuarto
Misterio: La Asunción de María
“Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la
Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida
terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. (Pío XII).
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Quinto
Misterio: La Coronación de Nuestra Señora
“Apareció
una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por
pedestal, coronada con doce
estrellas”. (Ap. 12, 1).
Padrenuestro,
10 avemarías, Gloria.
Oración a María
El Señor ha estado grande, a Jesús resucitó.
Con María, sus hermanos entendieron qué pasó.
Como el viento que da vida, el Espíritu sopló,
y aquella fe incierta en firmeza se cambió.
Gloria al Señor, es nuestra esperanza,
y con María se hace vida su Palabra.
Gloria al Señor, porque en el silencio guardó
la fe sencilla y grande con amor.
Pues sus ojos se abrieron y también su corazón,
la tristeza fue alegría, fue su gozo el dolor.
Esperando con María se llenaron del Señor,
porque Dios está presente si está limpio el corazón.
Nuestro tiempo
es tiempo nuevo, cada vez que sale el sol,
y escuchamos su
Palabra, fuerza viva de su amor.
Que disipa las tinieblas y aleja del temor.
Se hacen fuertes nuestras manos con la Madre del Señor.
Libro sobre María:
“ESPOSA DEL ESPIRITU SANTO”
Autor:
Josemaría Monforte
Editorial: EUNSA
María en la música:
"PENTECOSTES: dones y frutos del Espíritu Santo". Ixcis