Demasiadas muertes, sí. Nos las dan a diario en televisión, y ni las más dolorosas nos impactan ya. Lo más que despiertan es lástima. Morbo, si acaso. Quizás para eso nos la muestran, para convencernos que está demasiado cerca. Muertes por terremoto y radiactividad. Muertes por guerras, sorpresa y misterio. Muertes por accidente de tráfico y violencia doméstica. Muerte por enfermedades trágicas. Muertes por locos que se cuelan donde la gente apuesta por la vida... La muerte- dicen ellos- siempre está pisándonos los talones.
¿Y si no fuera del todo cierto? ¿Y si quien estuviera de nuestra parte, acorralándonos por completo, fuera la vida? No vende decir ésto. ¡La vida es tan rutinaria e insulsa, tan poco comercial, tan inconsistente! Una "cultura de muerte" -pensada y programada, elegida o impuesta (¡por el bien de todos!), dulce, feliz, romántica, soberanamente libre- hace su agosto en tiempos de crisis. Y se gana adeptos. Todo da igual, nada importa, todo es relativo...
Pero cuando uno se para y piensa, cuando se deja al corazón hacerse preguntas y se le escucha latir, se da cuenta que la vida es un don inmerecido, maravilloso, aún por descubrir. Que la chispa de la vida se esconde con fuerza en todo lo humano y en sus fracasos, que nadie nunca puede morir del todo. Que lo humano no es morir, sino vivir, vivir siempre. Y que existe un Dios que vela con un interés supremo por la vida, por cada vida...
Mientras tanto, ahí andamos buscándonos sepulcros, escondiéndonos de la realidad. Habitando los sepulcros que otros, esos que gritan tanto, nos construyen a módico precio. Uno muere y se entierra cuando pierde la esperanza y cuando no lucha. Cuando mira solamente al suelo y nunca al horizonte. Cuando no ve hermanos, sino enemigos. Cuando dejó de construir y se dedicó a criticar. Cuando se cree que todo, que todos, le pertenecen.
No importa en qué tumbas te hayas metido (¿te lo has preguntado alguna vez?). No importa cuánto pese la losa que te cubre. Ni siquiera lo corrompido que estén tu corazón y tu futuro. Hay Alguien a tu puerta que sabe tu nombre y lo pronuncia. Que te pide que salgas fuera. Que te va a tomar de la mano y nunca te soltará. Que tiene vida en abundancia para regalarte. Apúntate a su resurrección. Apúntate a la Vida.
Quinto domingo de Cuaresma (A)
Ezequiel 37, 12-14
Salmo 129
Romanos 8, 8-11
Juan 11, 1-45
Homilía de dominicos.orgHomilías de José A. Pagola, también aquí
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