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El Rosario:
Al rezar devotamente
el Rosario, oramos en sintonía con el Espíritu Santo y, así, hacemos nuestra su
oración. Una oración que asciende derecha y certeramente al Padre. No es sólo
que María nos ayuda a pedir desde los valores del Evangelio, es que,
sobre todo, allá donde ella está, se hace presente el Espíritu de Dios. No
olvidemos que la Virgen es la «llena de gracia», la que –por medio del Espíritu
de Dios– concibió a nuestro Salvador. Por eso, al orar junto a María,
ella nos pone en contacto con el Espíritu Santo, que desde nuestro corazón: «…intercede
por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8,26) y «clama: ¡Abbá, Padre!»
(Gal 4,6). (Fr. Julián de Cos, o.p.)
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Miércoles: Misterios Gloriosos.
“De
repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa
donde estaban los discípulos. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que
se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo”
(Hch 2, 1-4).
o
Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.
· Meditación de S. Juan XXIII:
Contemplación
En la última cena recibieron los
apóstoles la promesa del Espíritu Santo. En el cenáculo, ausente Cristo, pero
presente María, lo reciben como don supremo de Cristo. ¿Qué otra cosa es sino
su Espíritu? Es, además, el que consuela y vivifica las almas. El Espíritu
Santo continúa su acción sobre y en la Iglesia en todo tiempo. Los siglos y los
pueblos pertenecen al Espíritu, pertenecen a la Iglesia. Los triunfos de la
Iglesia no son siempre visibles exteriormente. Pero de hecho los hay siempre, y
siempre están llenos de sorpresas, a menudo de maravillas.
Reflexión
La virtud divina que infunde el Espíritu Santo en el alma de los hombres es
gran apoyo de la esperanza, fuerza poderosa, única ayuda verdadera para la vida
humana. Nos referimos a la gracia que nos santifica, y que en realidad es
precedida y seguida de gracias efectivas. Ciertamente lo que importa
grandemente es el que el espíritu de los hombres se renueve en su interior,
naciendo a nueva vida.
·
Petición:
Padre
de bondad, Tú que eres rico en amor y misericordia, que nos enviaste a tu Hijo
Jesús para nuestra salvación,
escucha
a tu Iglesia misionera y fortalece con el fuego de tu Espíritu a todos los
misioneros, que en tu nombre anuncian la Buena Nueva del Reino.
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CARTA APOSTÓLICA MAXIMUM ILLUD
DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XV
SOBRE LA PROPAGACIÓN DE LA FE CATÓLICA
EN EL MUNDO ENTERO
(Continuación)
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10. Pues bien: quien
considere tantos y tan rudos trabajos sufridos en la propagación de la fe,
tantos afanes y ejemplos de invicta fortaleza, admitirá sin duda que, a pesar
de ello, sean todavía innumerables los que yacen en las tinieblas y sombras de
muerte, ya que, según estadísticas modernas, no baja aún de mil millones el
número de los gentiles.
11. Nos, pues, llenos
de compasión por la suerte lamentable de tan inmensa muchedumbre de almas, no
hallando en la santidad de nuestro oficio apostólico nada más tradicional y
sagrado que el comunicarles los beneficios de la divina Redención, vemos, no
sin satisfacción y regocijo, brotar pujantes en todos los rincones del orbe
católico los entusiasmos de los buenos para proveer y extender las Misiones
extranjeras.
12. Y así, para
encender y fomentar más y más esos mismos anhelos, en cumplimiento de nuestros
más vivos deseos, después de haber implorado con reiteradas preces la luz y el
auxilio del Señor, os mandamos, venerables hermanos, estas letras, con las que
os exhortamos a vosotros y a vuestro clero y pueblo a cooperar en obra tan
trascendental, indicándoos juntamente el modo como podéis favorecer a esta
importantísima causa.
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