viernes, 18 de octubre de 2019

Octubre: Mes del Rosario y de las Misiones (viernes 18)

·        El Rosario:

Orar con el Rosario es comprobar sensiblemente que con María es cierto que “todo va bien”. Estas son las promesas que hizo la Virgen al dominico, beato Alano de Rupe, en favor de los que son fieles al rezo del Rosario: “Todo cuanto se pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente”  y  “Quien rece diariamente mi Rosario recibirá cualquier gracia que me pida”.


·        Viernes: Misterios Dolorosos.

o   Primer misterio : La oración en Getsemaní

“Jesús se apartó de los discípulos como un tiro de piedra, y, puesto de rodillas, oraba diciendo Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. En medio de su angustia oraba con mayor insistencia” (cf. Lc 22, 39-42).

o   Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.

·        Meditación :

Gracias Jesús, por haber padecido la agonía por nosotros. Eran nuestros pecados los que llevabas. También, nuestras angustias. Pensabas en aquellos para quienes tu sacrificio habrá sido inútil. Haznos comprender el dolor que te causa el pecado.

Pero no te encerraste en tu dolor, sino que te dirigiste al Padre: “Padre, si es posible, que se aleje de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y el Padre envió a su ángel para aliviarte. Enséñanos Jesús, en todas nuestras angustias y agonías, a no encerrarnos en el dolor, sino a dirigirnos como vos al Padre y mantener el contacto con él. Te pedimos que consueles a todos los que están angustiados.

·        Petición:

Señor te ofrecemos este misterio por los pobres y por todos los que sufren,

 para que los auxilies en sus necesidades, aprendan a descubrir la dimensión reconciliadora del dolor y encuentren en todos los miembros de la Iglesia un testimonio de amor solidario.


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA JORNADA MISIONERA MUNDIAL 2012
“Llamados a hacer resplandecer la Palabra de verdad”
 (Continuación)



La fe y el anuncio

El afán de predicar a Cristo nos lleva a leer la historia para escudriñar los problemas, las aspiraciones y las esperanzas de la humanidad, que Cristo debe curar, purificar y llenar de su presencia. En efecto, su mensaje es siempre actual, se introduce en el corazón de la historia y es capaz de dar una respuesta a las inquietudes más profundas de cada ser humano. Por eso la Iglesia debe ser consciente, en todas sus partes, de que “el inmenso horizonte de la misión de la Iglesia, la complejidad de la situación actual, requieren hoy nuevas formas para poder comunicar eficazmente la Palabra de Dios” (Benedicto XVI, Exhort. apostólica postsinodal Verbum Domini, 97). Esto exige, ante todo, una renovada adhesión de fe personal y comunitaria en el Evangelio de Jesucristo, “en un momento de cambio profundo como el que la humanidad está viviendo” (Carta apostólica Porta fidei, 8).

En efecto, uno de los obstáculos para el impulso de la evangelización es la crisis de fe, no sólo en el mundo occidental, sino en la mayoría de la humanidad que, no obstante, tiene hambre y sed de Dios y debe ser invitada y conducida al pan de vida y al agua viva, como la samaritana que llega al pozo de Jacob y conversa con Cristo. Como relata el evangelista Juan, la historia de esta mujer es particularmente significativa (cf. Jn 4,1-30): encuentra a Jesús que le pide de beber, luego le habla de una agua nueva, capaz de saciar la sed para siempre. La mujer al principio no entiende, se queda en el nivel material, pero el Señor la guía lentamente a emprender un camino de fe que la lleva a reconocerlo como el Mesías. A este respecto, dice san Agustín: “después de haber acogido en el corazón a Cristo Señor, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer [esta mujer] si no dejar el cántaro y correr a anunciar la buena noticia?” (In Ioannis Ev., 15,30). El encuentro con Cristo como Persona viva, que colma la sed del corazón, no puede dejar de llevar al deseo de compartir con otros el gozo de esta presencia y de hacerla conocer, para que todos la puedan experimentar. Es necesario renovar el entusiasmo de comunicar la fe para promover una nueva evangelización de las comunidades y de los países de antigua tradición cristiana, que están perdiendo la referencia de Dios, de forma que se pueda redescubrir la alegría de creer. La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz.

En este designio de amor realizado en Cristo, la fe en Dios es ante todo un don y un misterio que hemos de acoger en el corazón y en la vida, y del cuál debemos estar siempre agradecidos al Señor. Pero la fe es un don que se nos dado para ser compartido; es un talento recibido para que dé fruto; es una luz que no debe quedar escondida, sino iluminar toda la casa. Es el don más importante que se nos ha dado en nuestra existencia y que no podemos guardarnos para nosotros mismos.