martes, 22 de octubre de 2019

Octubre: Mes del Rosario y de las Misiones (martes 22)

·        El Rosario:

El Rosario es una oración contemplativa. La contemplación de María es, ante todo, un recordar, una actualizar los acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Santa Teresa de Jesús decía que “en el Rosario he hallado los atractivos más dulces, más suaves, más eficaces y más poderosos para unirme con Dios”.


·        Martes: Misterios Dolorosos.

o   Segundo Misterio: La Flagelación de Jesús

“Todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decía: Haz de profeta.Y los ciados le daban bofetadas”. “Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran”  (Mc 14, 65; Jn 19, 1).


o   Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.

·        Meditación :


Al sufrimiento del espíritu, tristeza, angustia y soledad de Getsemaní, siguió el dolor corporal y físico de la flagelación, en un contexto saturado de toda clase de vejaciones y desprecios. Entre los romanos, al flagelado que había sido condenado a muerte se le estimaba carente de todo derecho como persona y de toda consideración como humano, y quedaba totalmente a merced de los verdugos; a menudo se desmayaba bajo los golpes y no raramente perdía la vida. Jesús aquella noche fue de Herodes a Pilato, acabó convertido en deshecho humano, varón de dolores, como había escrito el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta».

Aunque los Evangelios no lo refieran expresamente, María, además de las referencias que le darían las personas allegadas, pudo ver a su Hijo, maltrecho y desfigurado, en alguno de sus traslados de unas a otras autoridades, y cuando Pilato lo presentó ante la muchedumbre, y cuando ésta gritó que lo crucificara... Tuvo que oír a Pilato que lo iba a castigar, que lo entregaba para que lo azotaran..., y luego ver en qué había quedado el hijo de sus entrañas. Sin duda, la espada de que le había hablado el anciano Simeón, le iba atravesando el alma.

·        Petición:

Dios de infinita bondad y de eterna justicia, que toleraste la pena dolorosa de la flagelación de tu divino Hijo para que su sangre lavase las miserias de los hombres;

imprime en nosotros sentimientos de vivo dolor por nuestros pecados y confirma el sincero propósito de repararlo generosa y sinceramente.


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HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
en la
SANTA MISA DEL DIA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2019
 (Continuación)

 Si el monte nos recuerda lo que cuenta —Dios y los hermanos—, y el verbo subir cómo llegar, una tercera palabra resuena hoy con mayor fuerza. Es el adjetivo todos, que prevalece en las lecturas: «todas las naciones», decía Isaías (2,2); «todos los pueblos», hemos repetido en el salmo; Dios quiere «que todos los hombres se salven», escribe Pablo (1 Tm 2,4); «id y haced discípulos a todos los pueblos», pide Jesús en el Evangelio (Mt 28,19). El Señor es obstinado al repetir este todos. Sabe que nosotros somos testarudos al repetir “mío” y “nuestro”: mis cosas, nuestra gente, nuestra comunidad…, y Él no se cansa de repetir: “todos”. Todos, porque ninguno está excluido de su corazón, de su salvación; todos, para que nuestro corazón vaya más allá de las aduanas humanas, más allá de los particularismos fundados en egoísmos que no agradan a Dios. Todos, porque cada uno es un tesoro precioso y el sentido de la vida es dar a los demás este tesoro. Esta es la misión: subir al monte a rezar por todos y bajar del monte para hacerse don a todos.

Subir y bajar: el cristiano, por tanto, está siempre en movimiento, en salida. De hecho, el imperativo de Jesús en el Evangelio es id. Todos los días cruzamos a muchas personas, pero —podemos preguntarnos— ¿vamos al encuentro de esas personas? ¿Hacemos nuestra la invitación de Jesús o nos quedamos en nuestros propios asuntos? Todos esperan cosas de los demás, el cristiano va hacia los demás. El testigo de Jesús jamás busca ser destinatario de un reconocimiento de los demás, sino que es él quien debe dar amor al que no conoce al Señor. El testigo de Jesús va al encuentro de todos, no sólo de los suyos, de su grupito. Jesús también te dice: “Ve, ¡no pierdas la ocasión de testimoniar!”. Hermano, hermana: El Señor espera de ti ese testimonio que nadie puede dar en tu lugar. «Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. […] Así tu preciosa misión no se malogrará» (Exhort. apost. Gaudete et exsultate, 24).