·
El Rosario:
La plegaria del
Rosario es la oración del hombre a favor del hombre. Es la oración de la
solidaridad humana, oración colegial de los redimidos a favor de todos los
hombres del mundo y de la historia, vivos o difuntos.
·
Jueves: Misterios Luminosos.
o Cuarto
misterio: La transfiguración del Señor
Subió
Jesús a una montaña muy alta y se transfiguró delante de Pedro, Santiago y
Juan. Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos
como la luz. Y una voz desde la nube decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi
predilecto. Escuchadlo” (cf. Mt 17, 1-9).
o
Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.
· Meditación :
La transfiguración permite que los apóstoles contemplen la divinidad del Señor Jesús. Esto los prepara para vivir la pasión y luego una vida transformada en el Espíritu.
Al transfigurarse delante de los tres Apóstoles, Jesús fortaleció nuestra esperanza sobre la vida eterna, animándonos a soportar bien los sufrimientos y pruebas de esta vida. Cuando nosotros sabemos la gloria que nos aguarda, tenemos más paciencia en medio de las tribulaciones.
·
Petición:
Nosotros buscamos incansablemente ver el rostro del Señor, por eso
Santa Madre te pedimos que nos ayudes a tener una mirada reverente para
descubrir la presencia del Señor en nuestra vida cotidiana y así anunciarlo a
los demás.
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CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON OCASIÓN DEL CENTENARIO DE LA PROMULGACIÓN
DE LA CARTA APOSTÓLICA "MAXIMUM ILLUD"
SOBRE LA ACTIVIDAD DESARROLLADA
POR LOS MISIONEROS EN EL
MUNDO
(Comienzo)
Al venerable Hermano
Cardenal Fernando FILONI
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
Cardenal Fernando FILONI
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
El 30 de noviembre de 2019 se cumplirá
el centenario de la promulgación de la Carta apostólica Maximum illud, con la que Benedicto XV quiso dar un nuevo impulso al compromiso
misionero de anunciar el Evangelio. Corría el año 1919 cuando el Papa, tras un
tremendo conflicto mundial que él mismo definió como una «matanza inútil», comprendió
la necesidad de dar una impronta evangélica a la misión en el mundo, para
purificarla de cualquier adherencia colonial y apartarla de aquellas miras
nacionalistas y expansionistas que causaron tantos desastres. «La Iglesia de
Dios es católica y propia de todos los pueblos y naciones», escribió,
exhortando también a rechazar cualquier forma de búsqueda de un interés, ya que
sólo el anuncio y la caridad del Señor Jesús, que se difunden con la santidad
de vida y las buenas obras, son la única razón de la misión. Así, haciendo uso
de las herramientas conceptuales y comunicativas de la época, Benedicto XV dio un gran impulso a la missio ad gentes, proponiéndose
despertar la conciencia del deber misionero, especialmente entre los
sacerdotes.
Esto responde a la perenne invitación de
Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda criatura» (Mc
16,15). Cumplir con este mandato del Señor no es algo secundario para la
Iglesia; es una «tarea ineludible», como recordó el Concilio Vaticano II, ya
que la Iglesia es «misionera por su propia naturaleza». «Evangelizar
constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su
identidad más profunda. Ella existe para evangelizar». Para responder a
esa identidad y proclamar que Jesús murió en la cruz y resucitó por todos, que
es el Salvador viviente y la Misericordia que salva, «la Iglesia —afirma el
Concilio— debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que
Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del
servicio y de la inmolación de sí mismo», para que pueda transmitir
realmente al Señor, «modelo de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno,
de sinceridad y de espíritu pacífico, a la que todos aspiran».
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