Misterios del Santo Rosario
Cuarto Misterio Gozoso: La Presentación de Jesús en el Templo.
“Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor. Simeón lo tomó en brazos y dijo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc 2, 22-40).
Reflexión:
- Luz para alumbrar a las naciones –
El Misterio de la Presentación es otra manifestación de Jesús al pueblo.
María lleva a Jesús al templo, no para rescatarlo, como los demás primogénitos, sino porque era consciente de que aquella criatura pertenecía a Dios y era preciso restituírsela.
Esta participación en el misterio de la redención le fue revelado a la Virgen poco a poco.
El ángel en la Anunciación nada le había adelantado; ahora es un anciano, movido por el Espíritu, quien se lo hace saber. Un anciano bendecido y una bendición de anciano, que se vuelve a Dios para agradecerle que Jesús sea la luz que ilumine a todos los pueblos, sin deslumbrar a nadie.
Y dirigiéndose a la Madre, que se encontraba como una israelita más en la fila, profetizó: “María, escúchame bien, tu Hijo será como una bandera discutida y a ti una espada te traspasará el alma”.
Tomó a Jesús en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque con mis propios ojos he visto tu salvación, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos” (Lc 2, 29-31).
Y muy cercana a esta escena permanecía en silencio Ana, una anciana profetisa, que no se separaba del templo y hablaba a todos del niño.
Ambos ancianos esperaron durante toda su vida el consuelo de Israel, habiendo compartido su dolor y desolación. Sus ojos podrían haberse oscurecido por el sufrimiento, la soledad, la resignación, el cansancio. Podrían haberse dirigido a otra parte, podrían haberse apagado, limitándose a ver solo de cerca. En cambio, Simeón y Ana supieron esperar toda una vida. Poseían ojos capaces de ver más allá, no cegados por la costumbre y la indiferencia, ojos que no dejan de buscar y de soñar.
En el templo, mientras Jesús se ofrecía a su Padre, se abandonaba en manos de los hombres. Es el doble movimiento de la encarnación: el Hijo entra en el mundo para ser un perfecto adorador del Padre y para estar al servicio de los hombres.
Fr. Manuel Uña, OP
Convento Virgen del Camino – León
* Padrenuestro.
* Diez Avemarías.
* Gloria.
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