Misterios del Santo Rosario.
Tercer Misterio Doloroso: La coronación de espinas
«Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña, y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: "Salve, Rey de los judíos"». (Mt 27, 27-29)
Reflexión:
Jesús, el Señor, había dicho ante Pilato que Él era Rey, pero que su reino no era de este mundo y por lo tanto, su corona no podía ser como la corona de los reyes de este mundo. Después de la multiplicación de los panes, la gente intentó hacer rey a Jesús por la fuerza, pero Él dándose cuenta de ello, se retiró al monte, Él solo. Aquellas gentes, quizá como un gesto de agradecimiento por lo que el Señor había hecho por ellos, quisieron hacerlo rey, pero rey de este mundo.
El reino de Jesús no es de aquí, por eso no tiene guardia para defenderlo, ni corona para su cabeza, ni cetro para su mano, ni vive en un palacio como los reyes de la tierra. Jesús, ante tal presión, sintió un profundo temor. ¡No!, el reino de Dios, padre misericordioso, no se identificaba con ninguna coronación. El Reino de Dios es el Reino de la Verdad Viva en el corazón humano.
Jesús, que se había proclamado rey de la Vida y de la Verdad, no rechaza el ser coronado. Esta corona lacera la cabeza de Jesús, y en cada herida que aparece en ella recibe los dolores y los sufrimientos de todos los hombres. Cada pinchazo introduce en su cabeza una razón más para mantenerse firme en la misión que su Padre le había encomendado. Jesús, el Señor, inundado de dolor, recibe la corona de aquellos que tienen roto su corazón y sus entrañas, de aquellos que sólo piensan de forma egoísta, y sólo viven para idolatrarse a sí mismos. De aquellos que se creían los poderosos del mundo. Jesús es Rey, y en su corona, mezclados con las espinas, aparecen sus mejores méritos para serlo; las joyas de sus mejores méritos: aceptar siempre la voluntad de Dios, adornaba el centro de aquella corona, centro envuelto en espinas. “Aquella joya” deslumbraba a los que se acercaban a Él y les obligaba a inclinar la cabeza, ante el Rey. A un lado, un poco más abajo, su “segunda joya”, un servicio absoluto a la condición humana. Dios le había mandado para que los hombres tuviéramos vida y vida en abundancia. El servicio a su misión es su “segunda joya”. Y ya no hay más. Es todo, en aquella corona de espinas.
¿Alguna vez nos hemos dejado “coronar” por alguien? ¿Cómo ha sido “nuestra coronación”? ¿Qué “joyas” podrían hoy adornar la corona de los cristianos y cristianas?
Fr. Benito Medina Carpintero OP
Convento Santa Cruz la Real – Granada
* Padrenuestro.
* Diez Avemarías.
* Gloria.
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