La oración es
luz del alma
El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.
Conviene, en efecto, que elevemos la
mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino
también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o
las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el
anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si
estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un
alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de
la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.
La oración es luz del alma, verdadero
conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se
eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la
leche divina, como el niño que llorando, llama a su madre; por la oración, el
alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza
visible.
Cuando quieras reconstruir en ti
aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la
modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia;
decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la
fe y la grandeza de alma, a manera de
muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar
un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y
poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que,
por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en
el templo del alma.
(Homilía de San Juan Crisóstomo)
Texto escogido por Antonio Molina -
Hermanos de la Casa de Nazaret
Salmo: "Los ojos del Señor miran a los justos. Cuando
uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de las angustias; el Señor está cerca
de los atribulados, salva a los abatidos".
Oración: "Señor, tú has sido nuestro refugio de
generación en generación. Escúchame cuando te invoco; tú, que en el aprieto me
diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. Ayúdame a vencer nuestro
apego a los bienes de la tierra y a desear los bienes del cielo".