SILENCIO
En el silencio se puede vivir una de las emociones más
delicadas y profundas; la emoción del expatriado que vuelve a su patria cuando
uno ya casi no contaba con poder retornar a su país natal, donde está su
verdadero ser, donde se aloja su verdadera identidad. Es el encuentro con
nuestra alegría y felicidad.
El silencio es volver al rincón más amado, y a la vez más
alejado, de nuestro corazón tanto tiempo tapiado; es volver uno a sí mismo,
tanto tiempo extraviado y errante.
Uno puede saberse desterrado de sí mismo. Y siempre es
posible regresar por la puerta de entrada que es el silencio, que es el camino
de vuelta.
El exilio comienza cuando uno, de la mañana a la noche, se
dirige a otros espacios, se echa a andar por otros senderos, distraído y
vagabundo de otras patrias. Ha dado vueltas por otros territorios, contemplado
otros paisajes, oyendo otros pájaros, escuchando la música de otras cosas que
le asedian y reclaman a la vez.
A la hora del retorno no cabe entretenerse con nada ni con
nadie. Cualquier cosa puede retrasar la llegada. No hay que mirar nada, ni
sonreír a nadie, ni dar la mano. Es retornar a un mismo; no es una huida, ni
una escapada. Y urge llegar pronto.
En el silencio se está alerta, predispuesto y pronto para
pisar el umbral del corazón. Poner los pies de nuevo, pisar la tierra íntima,
es como renacer, resucitar. La vida se inauguró, nació ahí dentro. Y uno lo
había olvidado. Pero a pesar de todos los pesares, en esa posada de la
interioridad existe solidez, agua fresca, ímpetu nuevo.
Se siente estremecimiento al advertir que dentro hay tal
dinamismo, intensos sorbos de vida y de paz; es el fluir de la fuente oculta,
ahora abierta por el silencio. Por eso el corazón se vive sano y recobrado,
alentado por la vibración más fecunda.
El interior es tu casa, tu ciudad, tu tierra. Y al volver
te vas a enamorar del que te llena y colma a rebosar. De Dios.
El silencio es deducción de lo absoluto que inunda tu
anchura íntima. Y ahí te encuentras contigo mismo, con lo que eras ya en la edad
de la germinación, desde siempre.
El silencio es lujo del corazón, donde se prepara el trato
con las cosas, sin hosquedad, sin hostilidad. Del silencio brota la suavidad y
la calma del alma que ha regresado a sí misma, y desde él se vierte sobre el
entorno todo el júbilo y toda la felicidad.
Del
libro “La cosecha del silencio”, de José F. Moratiel.
Texto
seleccionado por Blanca Figueroa.
Salmo: "Tú eres mi amparo. A tus
manos encomiendo mi espíritu. Tú, el Dios leal, me librarás. No me abandones, Señor, Dios mío, no te quedes lejos.”
Oración: "Señor, guarda a tu familia en el camino del bien que
tú le señalaste, y haz que, protegida por tu mano, en sus necesidades
temporales, tienda hacia una mayor libertad a los bienes eternos”.
Música para el camino:
"En lo profundo" de Luis Guitarra.