UN
OIR CAPAZ DE ESCUCHAR
La necesidad de mantener la distancia social de seguridad
mientras dure la pandemia del coronavirus, ha destacado la importancia del oír:
oír noticias para mantenernos informados sobre el progreso de la enfermedad y
las medidas necesarias para combatirla; oír a los familiares y amigos que no
podemos visitar; el impulso solidario de hacer oír nuestros aplausos para que
los que luchan en primera fila contra el mal, se sientan acompañados y
respaldados. Las recomendaciones de psicólogos y consejeros espirituales nos
indican la utilidad de aprovechar este tiempo para oírnos a nosotros mismos en
profundidad, para dialogar con los hijos, la pareja; para rezar, pidiendo a
Dios que atienda a nuestras necesidades.
Pero el oír no se acaba en sí mismo. A la frase: “mirar es
un esfuerzo, ver es un milagro”, se le podía adjudicar como gemela la de “oír
es un esfuerzo; escuchar es un milagro”. Oímos sonidos, pero escuchamos
significados. Oímos palabras, pero escuchamos a personas; los ruidos afectan a
nuestro nervio auditivo, pero escuchamos la intimidad de los hombres y las
mujeres.
¿Qué escucho cuando oigo lo que oigo? Quizás ni siquiera
pongo el oído, o los cierro para no tener que enterarme y tener que responder; para que no me afecte. Atreverse a oír es un
acto de valentía, que exige, a continuación, el discernimiento de la parte de
verdad o de mentira que contiene lo oído, la reflexión sobre ello y asumir el
reto que conlleva para mí, mi forma de actuar y
mi forma de ser. Sí, existe una educación necesaria del oído a fin de
que sea capaz de escuchar y existe también una evangelización del oído y del
escuchar.
La fe bíblica da mucha importancia al oír: “Escucha Israel”:
así empieza la principal oración del AT. “El que tenga oídos para oír, que oiga”,
repite Jesús como clave de comprensión y seguimiento.
¿Dónde está la meta del oír? José Tolentino Mendonça, en su
libro “Hacia una espiritualidad de los sentidos”, recoge una admirable
reflexión de Clarice Lispector:
“Escúchame, escucha mi silencio. Lo que digo no es nunca lo
que digo, sino otra cosa. Capta esa otra cosa de la que hablo en realidad,
porque yo no puedo hacerlo”.
Escuchar el silencio de lo que no puede decirse con
palabras. Esa es la meta del oír. Escuchar este silencio de mí mismo, del otro,
de Dios. Que el oír se transforme en encuentro y
comunión, no sólo de ideas o sentimientos o comentarios, sino de persona a
persona, para existir juntos.
Fr. Francisco J.
Rodríguez Fassio, OP
Salmo:
"Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta tí. El Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y liberar a los condenados a muerte. ”
Oración: "Concédenos, Señor, perseverar en el fiel cumplimiento de tu santa voluntad, perdona nuestras faltas y guía nuestro corazón vacilante, y así alcanzar los dones del cielo.”