La persona, ser finito, pero infinito en sus
sueños
Cuaresma tiempo de limosna, de oración, de ayuno, de penitencia y
de conversión. Cuaresma, tiempo de prueba y de sacrificios que apuntan a la
Cumbre Pascual.
La persona humana es siempre un “misterio” con ansia de felicidad.
Miseria y grandeza se amalgaman en el misterioso barro. Todo dependerá del fuego,
que convierte el barro en una vasija preciosa. La mano del alfarero nos ha
moldeado a su medida y nos ha metido en su corazón. Por esto, el hombre vive en
perpetua búsqueda, aunque muchas veces no sabe lo que busca. En lo más profundo del ser humano, sin
excepción alguna, late siempre un deseo de plenitud y de infinita felicidad. Un
deseo de trascendencia, pese a su caducidad.
Un día fui invitado a celebrar misa en un colegio de niños en un
internado. Para hacer más participativa la homilía, iba preguntando a cada uno
de ellos por sus sueños y aspiraciones de futuro, es decir, ¿qué querían ser de
mayores? Hubo múltiples respuestas desprendidas de la misa con los mismos. El
primer niño alzó la mano diciendo que de mayor quería ser
ingeniero. Muy bien. El segundo dijo que quería ser médico para curar
a los enfermos. La primera niña dijo que de mayor le gustaría ser
azafata. Otro dijo que de mayor quería ser ministro. Así sucedieron
numerosos sueños. Otro sueño era ser spiderman. Sin embargo, me
llamó poderosamente la atención el sueño de dos niños: uno era
llegar a ser rey en el futuro. En cambio, más ambicioso fue otro,
que quería llegar a ser Dios. Somos finitos, pero infinito en nuestros sueños.
A través de los sueños de estos niños nos vemos también
reflejados. Somos humanos, demasiados humanos, con una condición de caducidad y
de finitud. Pero, tendemos y anida en nuestros corazones profundas ansias de infinitud.
Sí, sí. Somos seres para la grandeza infinita.
En toda la historia y en toda la geografía, el hombre ha expresado
su creencia en el “más allá”, por medio de ritos, cantos, aforismos, gestos,
obras de arte… Es que llevamos en lo más profundo de nuestro ser un destello de
infinitud y de eternidad que nada ni
nadie puede borrar.
Esta vida es un ensayo hacia la eternidad. Cada momento nos
preparamos para vivir y amar definitivamente, cuando nuestro presente quedará
definitivamente en el presente de Dios. Buscarse a sí mismo es atrofiarse;
apoyarse en el hombre sería ridículo; si se prescindiera de Dios, se corre el
riesgo de perderse para siempre. Sólo buscando a Dios nos encontramos a
nosotros mismos de verdad.
Cada hombre es portador de un soplo divino y de gracias o dones
diferentes. Lleva grabado en su
corazón las huellas de Dios como “imago Dei”; de ahí que tienda a la infinitud,
porque ha sido primero flechado por el ser infinito. Tiende a la trascendencia,
porque su Creador es la trascendencia pura.
Fr. Roberto Okón, OP
Salmo: "Señor, te daremos gracias siempre, contaremos tus alabanzas de generación en generación".
Oración:
“Señor, ten misericordia de mí. Ayúdame a librarme de la seducción del pecado y a entregarme al cumplimiento filial de tu santa ley”.