UN
MIRAR CAPAZ DE VER
En esta extraña cuaresma-cuarentena, nos están vedados los
sentidos que favorecen un contacto más inmediato: el tocar, el gustar, el oler.
Hay que mantener la distancia social de seguridad. No podemos celebrar juntos,
comulgar sacramentalmente, participar de los desfiles procesionales y de la liturgia con su incienso.
Nos quedan los otros sentidos: el ver y el oír.
En su precioso libro: “Hacia una espiritualidad de los
sentidos”, José Tolentino Mendonça, nos habla de que hay que recuperar la
relación entre los sentidos corporales y la búsqueda del sentido de la vida,
que es Dios. Un Dios de la Vida y en la vida, que se dirige a la persona
concreta viviente en su irrepetible unidad psicosomática, de cuerpo y alma.
Alguien escribió una frase muy certera: “mirar es un
esfuerzo; ver es un milagro”. Hay que ponerse a mirar, y eso exige tiempo y
trabajo; hay que atreverse a mirar, incluso aquello que en nosotros o en los
demás nos provoca el mirar a otra parte; hay que perseverar mirando a través de
los claroscuros o las negras noches. Si insisto pacientemente en seguir
mirando, se abre un espacio donde, de pronto, acontece el eureka, el milagro,
el cambio de nivel: me doy cuenta que, en lo que miraba, había mucho más.
Miraba un cuerpo y encontré una persona; miraba una cosa o un acontecimiento y vi
a Dios; me miraba a mí mismo por dentro y por fuera, y me encontré hijo de
Dios.
La cuaresma y la necesidad en la cuarentena de mantenernos
alejados físicamente, favorece el aprendizaje de la mirada. Este aprendizaje es
muy importante en la Biblia y más ante el Crucificado. El evangelio de san
Lucas señala en su capítulo 23, entre los versículos 35 y 49, todo un
repertorio de miradas a Jesús en la cruz: la del pueblo que está mirando, pero no
se burla como los magistrados (v. 35); el centurión, que al ver su muerte, da
gloria a Dios y proclama “realmente, este hombre era justo” (v. 47); la gente
que había concurrido a este espectáculo (“espectáculo” es lo que se ve) y que
se volvía dándose golpes de pecho (v.
48); y “todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea
se mantenían a distancia, viendo todo esto” ( v. 49).
Distintas miradas, pero que señalan un querer acercarse y
enterarse de lo que está ocurriendo, o un caer en la cuenta de lo profundo, o
un querer mantener la distancia. ¿Cuál es la nuestra?
¿Evangelizamos
nuestro modo de mirar a todo y a todos, incluyendo a Jesús en la cruz, de tal manera
que se nos conceda el ver?
Fr.
Francisco J. Rodríguez Fassio, OP
Salmo: "Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante, su bondad, de por vida. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.”
Oración: "Señor, concédenos la ayuda para que muera en nosotros el antiguo poder del pecado y nos renovemos con la participación en tu vida divina”.
Evangelio:
San Juan 4, 43-54.
Música para el camino:
"Sed felices" de Ain Karem
"Sed felices" de Ain Karem