EL
ENCUENTRO CON DIOS.
San Juan nos dice que Jesús
“se retiró al Monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el
templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba”; y luego,
san Juan nos cuenta un “efecto” de la oración de Jesús.
Jesús, el Señor, se retiró
al Monte de los Olivos; este monte es muy significativo para el Señor, va a ser la antesala de su Pasión, el
lugar donde su fidelidad a Dios y a los hombres, de buena voluntad, se puso a
prueba de una manera brutal, suprema.
Jesús se retiró de
noche a orar. Este es el “motor” de su vida: su relación con el Padre. Su
experiencia de Dios, su encuentro con Dios; una experiencia, un encuentro que
necesita ser regado, de vez en cuando, con el agua de la fidelidad y de la
confianza incondicional. Su vida, su camino, pronto se hubiesen quebrado si Jesús
no hubiera cuidado constantemente esta experiencia inicial. Esto es lo que le
hace asumir responsabilidad, sembrar esperanza y esperar un tiempo nuevo para
una humanidad nueva.
Jesús, el Señor, no
tiene compartimentos en su vida, un
compartimento para los hombres, otro para Dios. No, Jesús no funciona así. Él
tiene esta profunda experiencia de Dios en su vida, y es esta vida, cargada de
luz y de verdad, la que transmite, sentado, a su pueblo.
“Al amanecer”, cuando
la Luz de Dios empieza a alumbrar la vida de los hombres, Jesús, el Señor, se
presenta en el templo. El Señor sustituye al templo. Las leyes, normas y
mandatos han quedado atrás, Jesús les enseña lo que había aprendido aquella
noche. Dios es misericordia y perdón. Dios nunca nos deja solos. Dios tiene
algo que decir en la vida de cada día. “Al amanecer”, cuando un nuevo horizonte
se dibuja en la frontera de los hombres, Jesús, el Señor, abre la ventana de la
esperanza para un pueblo reseco de emotividad y falto de verdad.
Jesús, es la Luz del
mundo, y todo el pueblo acudió a él, a la luz, para saber qué tenía que hacer
en su vida. Este pueblo, con Jesús, tampoco quiere que Dios se quede en las
puertas de su vida. Quiere que Dios entre, que le diga lo que tiene que hacer.
Y Jesús, sentado, se lo dijo.
La luz de Dios para que
llegue a nuestro fondo, necesita sosiego, no necesita competidores huecos y
vanos; necesita la paz que viene de Dios. Y entonces, el pueblo descubrió que
el Dios de Jesús, el Señor, su Dios, era el Dios del perdón y de la
misericordia, “tampoco yo te condeno”.
Esto es lo que Jesús enseñaba al pueblo y que él había aprendido aquella noche
donde se retiró para fortalecer su encuentro con Dios.
Me pregunto si nosotros
también hemos dejado a Dios que entre en nuestras vidas o lo tenemos en la
puerta, en su compartimento reservado
solo para él.
Fr. Benito
Medina, OP
Salmo: "El Señor es mi pastor, nada me falta; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Su bondad y su misericordia me acompañan todos los días de mi vida.”
Oración: "Señor, Dios nuestro, cuyo amor sin medida nos enriquece, haz que nos preparemos como hombres nuevos a tomar parte en la gloria de tu reino; y que siguiendo las huellas de Cristo, lleguemos a tí, que eres nuestra vida.”
Evangelio:
San Juan 8, 1-11.
Música para el camino:
"Cúrame", de Salomé Arricibita