¿POR QUÉ DEBEMOS AMAR A NUESTROS ENEMIGOS?
Una de las cosas que difieren del cristianismo de las demás religiones y otras formas de vida es el “Amor”, un amor universal, es decir, que llega a todos, hasta los enemigos. En este sentido, no hay otra forma de ser cristiano que no es amando. Este amor es el que hace que el cristiano sea especial, es decir, que no sea uno más del montón, sino alguien propio que sobresale y brilla por este instintivo, “Amor”.
Pero, ¿es posible amar al enemigo? ¿Por qué debo amar al enemigo? Hay una razón clara y sencilla, y es que, conviene que un hijo aprenda de su padre, imite a su padre, que parezca a su padre, aunque no tanto en lo físico, sino más bien en el talante, es decir, en la forma de ser. Cuando el hijo se comporta como su padre, cuando hace las mismas cosas que su padre es cuando se parece más y se identifica con él.
Ahora bien, si el cristiano es hijo de Dios y Dios es Amor, es decir, lo que hace que Dios sea el Dios Cristiano es el Amor, luego el cristiano también está llamado a amar, para identificarse como hijo de Dios, para ser hijo de Dios. La única manera que puede parecerse a su Padre Dios es efectivamente amando. Por lo tanto, el cristiano ama para dar sentido de su vida cristiana, de su forma de ser y es lo que le hace diferente del resto como hemos dicho anteriormente. Por eso, ese amor no cabe en sentidos humanos, en lógicas humanas, porque la lógica humana no entiende de amar al enemigo, a los que nos odien o nos persiguen, de hacer el bien a los que nos son indiferentes. Para la lógica humana es cobardía, pero para la lógica de Dios, es la forma ideal de vivir, es la que garantiza la esperanza de ser perfectos, en definitiva ser felices.
Por eso en este tiempo de gracia, la Cuaresma, la Iglesia nos recuerda con insistencia recuperar esta forma de ser y vivir que le caracteriza al cristiano, dejando de lado todas nuestras diferencias, nuestros desentendimientos, a fin de volver abrazar y revestir con esperanza el Amor de Nuestro Padre Dios. Ciertamente, amar a un enemigo, a alguien que te aborrece, no es un caso ideal, sin embrago, por muy fuerte y difícil que nos resulte, primero está nuestra identidad y pertenencia a nuestro Padre Dios.
Fr. Salvador Nguema, OP
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