«Todo Lo Que Deseáis Que Los Demás Hagan Con Vosotros, Hacedlo Vosotros Con Ellos»
Al inicio del camino cristiano se nos plantea el seguimiento de Jesús como un reto. Somos caminantes en esperanza y buscamos encontrarnos con Dios en esta andadura. Todos los elementos nos salen al camino. La Palabra de Dios, la invitación de la cuaresma, con el deseo que Jesús propone al discipulado desde la clave de oración: «Pide, busca, llama» que nos introduce en el paradigma de la bondad: desde la oración debes hacer el bien. La oración va a sacar lo mejor de mí mismo.
En el camino de discernimiento y maduración que nos presenta la fe, la oración se muestra como uno de los puntales esenciales de este camino. Nuestra vida está llamada a una continua transformación, a la conversión en el día a día, a la invitación que Jesús nos hace a vivir en clave del Mandato Nuevo: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34). Transformación que nos habla de que si hemos sido capaces de interiorizar la propuesta de vida que nos plantea Cristo, hacerla nuestra, si vivimos realmente desde la entrega total de la vida, se manifiesta en las relaciones fraternas.
Con esos tres verbos que aparecen en el relato evangélico: «Pedid, buscar, llamar» se nos invita a tener una vida orante fuerte. En la que ponemos nuestra vida al desnudo ante el Crucificado, para vivir en fidelidad. De esta manera, cumpliremos con nuestro deber de cristianos, con alegría y entrega, porque hemos hecho nuestro el mensaje y buscamos hacer su voluntad, como lo expresa san Pablo: «Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Cor 3,3).
La dimensión orante hace que nuestra vida se convierta en ofrenda, no tanto en una retahíla de peticiones, con lo que deseamos, sino en buscar y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida. De este modo, siendo caminantes de esperanza, que rumiamos la Palabra de Dios, nos transformamos y comprendemos la densidad del mensaje de los profetas y de la ley a vivir en amor: «Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas» (Is 58,10). Y, de este modo, ya solo buscas vivir en el amor de Dios: «Todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos» (Mt, 7,12).
Fr. JuanMa Martínez, OP
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