domingo, 23 de marzo de 2025

CUARESMA 2025: 40 hitos en el camino de la Esperanza (19)



"CONVERTÍOS”

    En este tercer domingo de Cuaresma, las lecturas inciden sobre una idea: la necesidad de convertirnos que todos tenemos. La conversión es una exigencia que a los cristianos se nos recuerda continuamente, pues es imposible vivir la fe desde el estancamiento, la rutina, siempre igual; así se lo dice san Pablo a los corintios.

    Sin embargo, esta convicción también nos puede llegar a causar frustración muchas veces,pues lo intentamos, una y otra vez, y parece que siempre sin los resultados deseados.

    Quizá el problema está en lo que entendemos por conversión. Si yo pretendo transformarlo todo para llegar a ser alguien completamente distinto a quién soy y, además, trato de hacerlo solo por mis propias fuerzas y capacidades, lo más probable es que me esté condenando al fracaso. La conversión que Dios quiere no puede consistir en que yo sea una persona diferente a la que soy, pues Él es quien me ha hecho así, Dios me ha creado tal y como quería que yo fuese… entonces ¿y si resulta que convertirme, lo que quiere decir en realidad, es que sea yo mismo en verdad, auténticamente yo, tal y como el Señor me ha soñado desde toda la eternidad? En ese caso, todo sería diferente, pues la tarea consistiría, principalmente, en liberarme de todo lo que no corresponde a mi ser, sanar las heridas y rescatar toda la belleza y el valor que Dios ha puesto en mí; igual que Moisés fue enviado a liberar al pueblo de Egipto. Una labor para la que es imprescindible dejarme guiar por el que mejor me conoce y me “sabe”, permitir a Dios que me haga alguien auténtico, dejarme “ser” tal y como Él me ve: con confianza y misericordia infinitas.

    Junto a esta hermosa posibilidad, las lecturas nos reiteran la tremenda paciencia que nuestro “papá y mamá” del Cielo tiene con nosotros, una tan inmensa que únicamente puede proceder de quien te ama sin límite ni condiciones.

    Dios no castiga nuestros errores, ni a los Galileos de Pilatos, ni a los sepultados por la torre de Siloé ni a nadie… si así fuera, ¡estábamos todos apañados! Por el contrario, como a la higuera de la parábola, el modo divino de actuar es esperar, una y otra vez, confiando en nosotros, creyendo en ti, dándonos siempre una nueva oportunidad y ofreciéndonos los cuidados y condiciones que necesitamos para crecer, ser libres, auténticos y felices. ¡Descúbrelos a tu alrededor, disfrútalos, aprovéchalos!


Fr. Félix Hernández Mariano, OP

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