El centurión de Cafarnaún
Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sanado
(Mateo 8, 8)
El centurión de Cafarnaún no tiene nombre. No sabemos su lugar de origen. Vamos a imaginarle Hispano. Vamos a imaginarle también, no es difícil, en sus rasgos. Un hombre duro en sus gestos, pero con un corazón profundo. Serio. Ademanes militares. Acostumbrado a mandar. Y a obedecer. Estoico. De pocas palabras y muchas miradas. Por dentro, quizás, como todo ser humano, en búsqueda.
Es un hombre justo, que se preocupa por los suyos. Se deja tocar por el dolor de los demás. Acostumbrado a la guerra, sabe que la espada sólo debe usarse en último recurso, que el dolor y el sufrimiento han de evitarse siempre que se puedan. Es un hombre honesto. Veraz. La verdad es importante y las decisiones y los actos dicen quiénes son las personas más que sus palabras.
Ha viajado y conocido mucho, pero jamás se ha encontrado con noticias de un hombre como Jesús. Ha oído que es capaz de curar a los enfermos. Quizás, a lo mejor, hasta ha visto a alguien que ha sido sanado por Él. Sabe que puede hacer que su criado deje de sufrir. Pero ¿querrá? No es judío, y para un maestro como ese Rabbí itinerante, entrar en una casa no judía quizás sea impuro. Son muchas las normas de pureza de los judíos para recordarlas todas. Él las respeta. ¿Quién es él para juzgar las normas y costumbres de otros?
Ha visto muchas cosas en sus viajes con las legiones y muy distintas. Algunas, obviamente, no merecían respetarse, pero en materia de religión, ¿quién es él para decir algo? Además de lo que ha oído que hace ese nazareno, ha escuchado también las cosas que cuentan que enseña. Y tienen mucho sentido. Si el mundo es tan grande, y tan extraordinario, tan hermoso, tiene que haber algo o Alguien que lo creara. El ser humano es un misterio y hemos de tener un propósito. Estamos todos en esta tierra y quien más sufre necesita que le cuidemos. Eso es como él entiende que ha de ser un soldado. Un protector. Alguien que combate el mal. La vida merece respeto y no es bueno vivir de cualquier manera.
Se acerca con respeto. Ante ese Rabbí todo lo que ha oído es aún más creíble. Tiene una presencia densa. Especial. Su mirada y sus palabras. Se siente escuchado y atendido. Acogido. Comprendido. No le mira con ningún desprecio pese a que se sepa invasor. En el mundo hay sitio para todos y se puede convivir en concordia y respeto y cuidado. ¿Querrá hacer por su criado el milagro de curarle? Siente que sí. Sabe que sí. Con que lo diga, será bastante. Lo que no se espera es además el elogio. Le parece evidente que Él puede hacerlo. Sin más. ¿Será eso la fe que dice Jesús le abrirá las puertas de Dios?
Fr. Vicente Niño Orti, OP
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