Isaías no es un adivino, es un profeta. Es aquel que, con la luz del Espíritu, reflexiona y descubre en los acontecimientos históricos la presencia permanente de Dios cumpliendo sus proyectos. Los sucesos felices o desgraciados que vive el pueblo no se deben a la casualidad, son una muestra de la madurez a la que ha llegado hoy el plan divino que se viene desentrañando desde el pasado, y son signo de su futuro desarrollo. Transmitir al pueblo esa visión de fe y prender la llama de una esperanza que ha de comenzar quemando la falsedad y comprometiendo en la construcción del proyecto divino, constituyen la quintaesencia de la misión profética.
Como consecuencia, el pueblo creyente debe saber descubrir esa manifestación de Dios en la historia. Descubrir la presencia de Dios en la vida y actuar en consecuencia, es algo muy comprometedor. Saber que Dios nos llama a analizar la situación presente y remediarla nos puede complicar bastante. Pero saber también que cuanto uno hace, por pequeño que parezca, es colaborar con el proyecto eterno de Dios, es como para llenar de sentido una vida.
Esto nos lleva a considerar la trascendencia de la historia. Los acontecimientos trascienden el momento histórico concreto. Son gestas de Yahvé con su pueblo como lo fueron en el pasado. Y son tipos de lo que vendrá en el futuro. Dios siempre está presente en su obra y en sus deseos, en el acontecimiento y en su plan permanente. La fe lo descubre y la esperanza lo acoge. Es lógico que fe y esperanza se pongan juntas a celebrar y a celebrarlo lo que fue ayer, lo que es hoy y lo que será mañana.
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