La "gente" que ayudaba a los más necesitados
Mt 15,29-37
En este evangelio, Mateo presenta un sumario de las múltiples sanaciones de Jesús en un monte, lugar preferido del evangelista para sus revelaciones, y lo hace sentado, como maestro, como el nuevo Moisés que promulgó la nueva Ley (las Bienaventuranzas) y ahora, la ley de la misericordia, de la compasión y el amor por medio de la curación, que causa la admiración de todos, y acaban glorificando a Dios.
Jesús ha sido un hombre para los demás. Ha vivido dándose a los más empobrecidos y excluidos, a los marginados, a los hambrientos, agobiados y enfermos. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mt 11,28).
Jesús nos invita a ser como él, a mostrar compasión y ser solidarios con los que sufren. Dios encarnado en Jesús, nos pide abajarnos para sentir con las personas empobrecidas.
El ser humano sufre y se pregunta el por qué, y sufre más profundamente si no encuentra una respuesta.
En el cristianismo, la respuesta al sufrimiento viene de la luz de la revelación de Dios. La manifestación del sentido salvífico del sufrimiento alcanza su culmen en Jesucristo, en el misterio de su Pascua, pasión muerte y Resurrección.
Por medio de su sufrimiento, Cristo hace posible “que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16).
En el sufrimiento se esconde una fuerza particular que nos acerca interiormente a Cristo. A esa fuerza se debe la profunda conversión de muchos santos, que no sólo descubrieron el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llegaron a ser hombres completamente nuevos, con madurez interior y grandeza espiritual, fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado.
A medida que nos convertimos en partícipes de los sufrimientos de Cristo, vamos descubriendo el sentido salvífico de nuestro sufrimiento, unido al de Cristo, transformando así toda sensación deprimente.
La respuesta de Jesús al sufrimiento no es abstracta: es una llamada “¡Sígueme!”. Ven, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento, por medio de mi cruz. “Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo” (Lc 14,27). A medida que cargamos nuestra cruz, uniéndonos espiritualmente a la cruz de Cristo, se revelará ante nosotros el sentido salvífico del sufrimiento.
Y es que si frente al sufrimiento cerramos nuestro corazón a Dios, éste se transforma en un insoportable peso y angustia; pero, en la medida en que nuestro corazón se abra a Dios, abandonándonos a su voluntad, sintiéndonos en sus manos de Padre, fluirá en nosotros la fuerza de Jesucristo resucitado, que llena nuestro interior de paz e incluso alegría.
P. Pablo Olmedo, CMF
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