“Y nadie os podrá quitar vuestra alegría”
Jn 16,20-23
Nos sucede con frecuencia. Nos movemos entre la alegría, la satisfacción profunda, el optimismo, y la amargura que siempre nos está amenazando. Como si nuestra vida fuera un péndulo oscilante entre dos extremos. El dolor y la alegría siempre suelen ir de la mano. Tanto es así que la auténtica madurez, la fecundidad, la felicidad plena camina equilibrando ambos polos. Una alegría sin dolor es una utopía; una amargura continua sin un rayo de sol en el horizonte es imposible… La imagen del parto, que Jesús utiliza en el evangelio, es el símbolo de la vida. Siempre estamos “engendrando”. Cada paso que damos es un nuevo nacimiento. ¡Tenía razón el Maestro cuando pedía a Nicodemo nacer de nuevo! Es preciso crecer, acompasar el ritmo de nuestro camino entre la frustración, lo que aún nos falta, y la felicidad que nos empuja a seguir avanzando. La Pascua es la invitación que Dios nos hace en lo más profundo a nacer de nuevo, a engendrar vida, a acompañar los partos de la humanidad… En el día de hoy, ¿qué de nuevo vas a dejar que nazca en ti? ¿Con qué mirada vas a percibir la novedad que nace en tantas rutinas?
La alegría que procede de ti, la alegría que se asienta en ti, la alegría de saber que estás con nosotros, la alegría de quien nada teme, pues ha entregado su vida a ti y esta entrega le colma y le llena de alegría. No es la alegría vana, la alegría pasajera, la alegría sin sustancia que nos ofrece el mundo, sino la alegría de quien se sabe en tus manos, la alegría serena que reconforta el ser.(Luis Fernando Crespo SM)
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