“Vuestra tristeza se convertirá en alegría”
Jn 16,16-20
Es la palabra primordial de la Pascua. La que define (o debería definir) al cristiano en todo tiempo. Pero siempre la alegría que vivimos nos parece insuficiente. Como si fuera del todo imposible quitarse de encima la cierta frustración que nos viene de la vida diaria. El dolor, el sufrimiento, no son contrarios a la alegría. Si así lo vemos, nunca seremos del todo alegres. La auténtica alegría es la que madura en la dificultad, la que está por encima de ella, la que no se deja disminuir cuando los tiempos son contrarios. La alegría se elige (no se regala), se defiende y se contagia. La Pascua nos introduce en el dinamismo de la alegría madura y sana, no infantil y moralizante, forzada. Un cristiano triste es un cristiano pobre… ¿Cómo va tu alegría? ¿Qué hace que no sea suficientemente plena? ¿Cómo la potencias y transmites?
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). El anuncio del Ángel a María es una invitación a la alegría. Pidamos a la Virgen el don de la alegría cristiana.
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