Jesús, luz salvadora
Santo Tomás recoge palabras de San Agustín: "¿Qué causa mayor puede asignarse a la venida del Señor que la de mostrarnos su amor? Nada hubo tan necesario para fortalecer la esperanza en el hombre como el demostrarnos Dios cuánto nos amaba. Y ¿qué prueba más palpable de este amor que el hermanamiento del Hijos de Dios con nuestra naturaleza?".
La encarnación era necesaria para la plena participación de la divinidad, que constituye la bienaventuranza y el fin de la vida humana. Y esto nos fue otorgado por la humanidad de Cristo; pues, como dice San Agustín: “Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios”.
Luego era conveniente que Jesucristo fuese a la vez Dios y hombre. Por eso, en palabras del papa san León Magno “el poder asume la debilidad, la majestad se apropia de la humildad, a fin de que, como era necesario para nuestra redención, un solo y mismo mediador entre Dios y los hombres pudiese, por un lado, morir y, por otro, resucitar. Si no fuese verdadero Dios, no traería el remedio; y, de no ser verdadero hombre, no nos daría ejemplo”.
Pues si el hombre no hubiese pecado –añade Santo Tomás-, hubiera sido iluminado por la luz de la divina sabiduría y perfeccionado con la rectitud moral, en orden a conocer todo lo que le era necesario. Pero como el hombre, apartándose de Dios, cayó extraviado en las cosas materiales, fue conveniente que Dios, encarnándose, le proporcionase la salvación también por medio de las cosas materiales. Por eso dice San Agustín comentando las palabras de Jn 1, 14: “el Verbo se hizo carne”: “La carne fue la causa de su ceguera y la carne será la que la haga desaparecer; porque Cristo vino de este modo para extinguir por su carne los vicios de la carne”.
Oración - Himno
Cante la voz del Cuerpo más glorioso
el misterio sublime y elevado,
de la Sangre preciosa que, amoroso,
por rescate del mundo ha derramado,
siendo fruto de un vientre generoso,
el Rey de todo el orbe, el Ser increado.
Dado para nosotros,
y naciendo de la Virgen intacta y recogida,
habitando en el mundo
y esparciendo semilla de palabra que da vida,
con orden admirable y estupendo
el tiempo concluyó de su venida.
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