DÍAS DE
BENDICIÓN.
En medio
de estas semanas de Cuaresma, fuera de todo el ajetreo de la ciudad y del ritmo
de vida rápido, subimos a “la Escalera del Cielo” a vivir junto al Padre Félix
y los hermanos el retiro de Cuaresma. El viernes fuimos llegando con deseo de
encuentro de distintas partes de España, Valencia, Madrid, Jaén, Sevilla,
Córdoba. El Padre Mariano, siempre como buen anfitrión, nos acogía en casa
poniendo todo a nuestra disposición.
Después
de los bonitos encuentros y saludos nos reunimos para la primera “charla” y el
primer contacto de lo que nos había llevado hasta allí, prepararnos para lo que
está por venir. Convertirnos para el tiempo de Pascua y Resurrección requería
de este tiempo de “salir al desierto”. Esta salida es tiempo de dedicación y prueba,
pero -como nos decía el Padre Félix- “de probar, como cuando saboreamos y
descubrimos una nueva comida” para conocer nuestra esencia. Para ello es
necesario quitar todo el peso que llevamos, desempolvarnos y quitar todas
nuestras impurezas, y eso requiere encontrarnos con nuestra debilidad. Pero
para esa purificación, mejor comenzar bendiciendo. Desde el “hablar bien de
otro” (bendecir), descubrir que todo es Gracia de Dios, que nosotros también
somos portadores de esa bendición que viene de Él y que los hermanos nos
bendicen cada día, desde ahí conocemos el valor que el Señor ha puesto en
nosotros. Descubrimos nuestra misión y podemos recordarles a nuestros hermanos
que Dios los ama. ¡Qué ilusión sentirse bendecida por tanto! ¡Qué bendición el
Padre Félix que nos llevaba con alegría al encuentro con el Señor, animándonos
a conocer en profundidad el maravilloso proyecto que Dios ha puesto en
nosotros! Bendecidos por el primer día, dimos gracias a Dios recogidos juntos
en la capilla.
Autor de la fotografía:Toni Palacios |
El sábado
tras un precioso amanecer, el silencio que trasmite la Sierra cordobesa sólo
con el despertar de los pájaros, nos encontramos con el Señor en la oración de la mañana. Tras disfrutar
el desayuno, los encuentros de pasillo y paseos por el campo, nos disponíamos a
seguir conociendo nuestra “vocación celestial”. Para ello teníamos que empezar
a ser conscientes de nuestra verdad e ir purificándonos. Necesitábamos
diferentes herramientas que nos ayudaran a hacer frente a las tentaciones de:
poder/control, reconocimiento y pertenencia de cosas materiales. A través del
compartir y la entrega (limosna), el liberarnos de nuestras dependencias (ayuno)
y el fortalecimiento de la relación con Dios (oración) era desde donde podíamos
tomar conciencia de lo importantes que somos para Dios y de que somos
instrumentos de su amor.
Después
de un tiempo de trabajo personal donde limar impurezas e ir descubriendo
nuestra esencia, era importante seguir siendo bendición, y para ello junto a
uno de nuestros hermanos/as compartimos el viacrucis de Jesús. También nosotros
vivíamos momentos de dolor, de incertidumbre, de miedos, pero, teniendo como
ejemplo a Jesús, también estábamos dispuestos a confiar, ser fieles a Dios y
querer descubrir nuestra misión en la tierra. ¡Qué bendición el encuentro con
los hermanos que son ángeles de Dios!
Llegó el
momento de la práctica, de reconocernos débiles pero de ver que el Señor está
con nosotros. En un bonito acto de penitencia, nos disponíamos a despojarnos de
todo y buscar el abrazo del Padre que nos acoge y nos perdona siempre. Desde
ahí nos convertíamos en luz para el mundo y bendición para los hermanos. ¡Qué
bendición conocer cómo Dios nos ve!
Tras la
limosna en el compartir con los hermanos, el ayuno en el acto de penitencia e
eucaristía, el domingo era el día dedicado al silencio y el encuentro personal
con Dios. Pararnos en la capilla, contemplar el Sagrario, a María dolorosa y
Jesús en la cruz podíamos buscar la interioridad y ver qué se removía en
nosotros. En ese momento de paz, de
recogimiento, de escucha de la Palabra, Dios se hacía presente. Desde nuestra disposición de “aquí estoy”, de
llegar con fe y esperanza pidiendo su intercesión, de reconocer nuestra vida
como un regalo que Dios nos había hecho, viviendo agradecidos, la oración nos
trasformaba. Nos llevaba al cambio, a la renovación, a dejarnos actuar por Él y
ponernos en marcha. Y de ahí a la misa,
a ser testigos y mensajeros del amor de Dios. ¡Qué bendición el encuentro con
Dios, con los hermanos y conmigo misma!
¡BENDICIONES!
Belén
Rodríguez Román
Autor de la fotografía: Toni Palacios |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comparte con nosotros...