La gracia de Domingo.
La gracia de Domingo se extiende más allá de su Orden. Un ejemplo de ello es el de santa Teresa de Ávila. La visita que hizo a la "gruta" de santo Domingo, en el convento de Predicadores de Segovia, el 30 de septiembre de 1574, nos es conocida en sus detalles por la declaración que hizo en su proceso de beatificación, en 1610, uno de los numerosos confesores de Teresa, Diego de Yanguas. Cuenta allí cómo, habiendo estado meditando en la capilla de aquel convento de la Santa Cruz, tuvo por dos veces la visión de Domingo. La primera vez "le prometió de favorecerla mucho en las cosas que tocaban a sus conventos de Descalzos y Descalzas". Después de la confesión de Teresa y de su comunión en la misa del Padre de Yanguas, se le apareción el Señor con Domingo y le dijo, señalándole al santo: "huélgate con mi amigo". Antes de abandonar el convento, Teresa fue la gruta en la que la tradición refiere que el Padre de los Predicadores oraba y se mortificaba. "Enteramente dominica de corazón", Teresa tuvo el apoyo de numerosos hijos de Domingo: ella es testigo de la irradiación de la gracia de la predicación.
Por otra parte, y también referido al tema de la gracia de Domingo, Santo Tomás se pregunta en la "Suma Teológica" por qué Cristo no escribió, y responde que cuanto más eminente es una doctrina tanto más debe serlo su modo de transmisión. Jesús, el "mayor de los doctores", quiso imprimir su enseñanza en el corazón de sus oyentes. ¿Qué otra cosa es la misericordia, etimológicamente, sino eso? Y el Evangelio ¿no es acaso el anuncio de la misericordia que Dios ha tenido con los hombres? Santo Domingo no dejó escritos, pero toda su vida, tal como ha sido recogida, su enseñanza, tal como fue transmitida, la esperanza que él prometió, todo va pronunciando esa Palabra de gracia capaz de tocar los corazones.
(Guy Bedouelle)
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(Selvas Amazónicas - Misioneros Dominicos)
