De la virtud de la oración.
Cierto fraile alemán, de prestigio y virtud, acostrumbraba a venerar a la bienaventurada Virgen María, a su corazón, con el que creyó en Cristo, y le amó; su seno, en que lo llevó; los pechos, que le amamantaron; las finas y hermosas manos, con las que le sirvió, y su pecho, en que le recostó. La veneraba como arca muy singular de todas las virtudes. Hacía a cada una de estas cosas otras tantas postraciones y rezaba el Ave María, aplicándola las virtudes por las que mereció ser Madre de Dios. A saber, la fe, la humildad, la caridad, la castidad, la benignidad y la paciencia, rogándole que le alcanzase del Señor todas ellas. Un sábado se le apareció la bienaventurada Virgen infundiéndole sensiblemente aquellas virtudes que él veneraba y por las que con tanta insistencia había suplicado. Y el fraile, poniendo desde aquel día en segundo lugar el estudio, se dedicó intensamente a la oración, en la que gozaba de admirable dulzura. Pero, advirtiendo esto, los hermanos lo acusaron muchas veces de que se hacía inútil para la orden, por no estudiar. Entonces el fraile rogó al Señor que, parte de aquella dulzura la cambiara en ciencia, con la cual y en su honor, lograra ser útil a las almas. Le escuchó el Señor, y le infundió ciencia que hasta entonces no había conocido. Al presente predica con elegancia, en alemán y latín, gonzando además de gran capacidad de consejo.
(Gerardo de Frachet)
Tú que creaste la tierra redonda
para manifestar que la amas a toda ella por igual,
que moderemos nuestro bienestar para que desaparezcan los desequilibrios Norte - Sur.
- Preces por las Misiones -
(Selvas Amazónicas - Misioneros Dominicos)