De cierto fraile español (Gil de Santarem), varón eximio en santidad y preclaro en autoridad, que en el siglo había sido hombre de posición elevada, médico, refirió el venerable Maestro Humberto:
Cuando alguno le pedía algún favor, al punto abandonaba sus quehaceres y, con prontitud y alegría que se reflejaba en el rostro, no solo dejaba los menesteres corporales, sino también la oración, prácticas de devoción, y cosas semejantes, manifestando con palabras y hechos las excelencia de la caridad fraterna. A nadie ofendía. Se adhería en todas las cosas al dictámen de los mayores, y siempre estaba ocupado en rezar, estudiar, enseñar o meditar. Tenía en nada otros estudios menos útiles, aunque era muy versado en letras. Oía y refería con sumo placer las vida de los Padres y de los Santos. Enaltecía generosamente los trabajos y predicación de los demás, ocultando los propios. Edificando a todos con su santa conversación, los animaba al amor de la orden, a la santa pobreza y a la verdadera obediencia.
Prácticamente nunca sucedió que acudieran a él los novicios tentados sin que se volvieran muy consolados. A los enfermos, aun estando enfermo él mismo, los confortaba con piadosos consuelos, exhortándoles a que no se preocupasen de las medicinas, sino que, confiando en la fe de Cristo, recibieran alegremente lo que se les diera, y así les aprovecharía, porque, al fin y al cabo, más podía la gracia que la naturaleza, y más Cristo que Galeno.
(Gerardo de Frachet)
Que al reconocer en tu Cruz tu amor que nos sostiene,
percibamos que la humanidad entera es
la destinataria de ese amor
y así crezca nuestro ser misionero para estar más cerca de los hombres.
- Preces por las Misiones -
(Selvas Amazonicas - Misioneros Dominicos)
