Como es
sabido, la Regla de san Agustín
son las normas que Agustín de Hipona redactó para organizar la
vida de la comunidad cuando fundó el monasterio de Tagaste, en el norte de Africa, y si bien aquellas las elaboró en tres momentos distintos, en el fondo se
reducen a una sola regla.
La regla del
santo es la más antigua de Occidente, del siglo IV al siglo V. En ella regula las horas canónicas, las obligaciones de los monjes, el tema de
la moral y los distintos aspectos de la vida en monacato.
Muchos
monasterios africanos adoptaron las reglas de san Agustín. Siglos más tarde
fueron también adoptadas por órdenes clericales como los premonstratenses (siglo XII),
los propios agustinos (siglo XIII) y los dominicos, mercedarios o servitas (siglo XIII).
La relación de santo Domingo con la regla de san
Agustín tiene se remonta a los tiempos de aquel como canónigo de Osma. El
obispo Martín de Bazán quiso establecer la vida regular entre los clérigos
adscritos a la catedral de Santa María. Los animó particularmente a aceptar la
vida común, la clausura y el silencio, favorecedores de la meditación, el
estudio y la celebración del culto divino. En tales esfuerzos le precedió el
obispo Beltrán, que fue quien convirtió el cabildo catedral en cabildo regular,
en otras, palabras, en cabildo sometido a la regla de san Agustín.
Martín de
Bazán fue apoyado en sus altos ideales por Diego de Acebes, insigne figura de
aquél tiempo y del que ya se ha dado extensa razón en escritos anteriores.
Éste, convertido en prior del cabildo buscó con esmero personas adecuadas para
ayudar a la Iglesia particular en la marcha hacia nuevos derroteros, en plena
sintonía con una restauración evangélica. Hasta Osma llegó la fama del joven
Domingo, estudiante en Palencia, y averiguaron diligentemente cuál era el
fundamento de semejante buena opinión. Tras confirmarse que era sólida, Martín
de Bazán lo llamó e hizo canónigo de su iglesia catedral.
Domingo
aceptó de buen grado la invitación que le hicieron para ir a la capital de su
diócesis. Desde el comienzo en el Burgo de Osma se sintió plenamente centrado
en el género de vida que se quería para el cabildo. En conformidad con la regla
de san Agustín, cuya profesión mantendrá ya hasta la muerte, tuvo la caridad
como norma suprema, ejercitada en la vida comunitaria, hasta lograr la
unanimidad de alma y corazón en Dios y con los hermanos. Renunció en lo
sucesivo a toda propiedad privada, y siguió con docilidad la fuerte llamada a
la vida de oración, en las horas y tiempos señalados. Cuidó con esmero el clima
de recogimiento en la Iglesia, para facilitar en aquel recinto la práctica de
la oración. Se empeñó en poner en armonía el corazón y los labios en la
celebración de la alabanza divina. Levó una vida austera, en la que entraban
como componentes el ayuno y la mortificación. Alimentó su espíritu con la
lectura, especialmente de las Escrituras Santas. Amó la belleza espiritual, y
logró exhalar a través de su conversación el buen olor de Cristo.
Tan
conocida, aceptada y seguida por fray Domingo fue la regla de san Agustín que
cuando el papa Inocencio III le pidió a Domingo que, de acuerdo con sus
hermanos, eligiera una regla aprobada sobre la que se apoyara su orden, tal
elección no les resultó difícil. Optaron por la regla de san Agustín, llegando
incluso a asumir también algunas observancia más estrictas relativas a comidas,
ayunos, lechos y uso de vestidos de lana.
Incluso,
cuando Domingo fue comisionado por el papa Honorio III, el cual llevó a la
finalización un proyecto de su antecesor Inocencio III, para reunir en un
monasterio a gran parte de las monjas de Roma, en concreto en el Monasterio de
San Sixto, reconstrucción de la antigua basílica paleocristiana del mismo
nombre, que databa del siglo V, organizó la vida en el nuevo monasterio a
partir de la regla de san Agustín. Aunque se conoce como regla de san Sixto, es
de suponer que santo Domingo trasladara a esta regla buena parte de cuanto
reglamentaba la vida de sus hermanas de Prulla, Tolosa y Madrid, pero se mostró
receptivo a otras disposiciones que procedían, por ejemplo, de la regla de san
Benito o de los canónigos de Sempringham. En la regla de San Sixto se proyecta
con claridad la fisonomía de santo Domingo como animador de una vida religiosa
en constante renovación.
________________________
PRECES por las Vocaciones Dominicanas:
Acoge las
vidas de contemplación y oración de las monjas dominicas,
que
encuentren en la construcción del Reino su recompensa y reciban nuevas
vocaciones que continúen su vida de amor.
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