Después de la muerte de Santo Domingo, aumentando los
milagros y no pudiéndose ocultar su santidad por más tiempo, la devoción de los
fieles consideró decoroso trasladar con reverencia su cuerpo, que se hallaba
depositado en un lugar humilde, a otro más noble. Pues creciendo la devoción
del clero y del pueblo hacia él, se iba elevando un monumento sobre el suelo,
como si una fuerza interior apretara hacia afuera.
El sepulcro en el que fue enterrado en primer lugar estaba
cubierto por una gran losa asegurada con durísimo cemento, de modo que nos
salía efluvio alguno de su interior.
Se habían congregado muchos frailes para el capítulo general,
en el año 1233. Se comenta de uno de los frailes, muy inquieto por comprobar si
el Señor se dignaría obrar, para exaltación de santo Domingo, algún milagro con
ocasión del traslado. Por la noche, entre sueños y vigilia, vio a un hombre que
le decía en voz perceptible; “Este recibirá la bendición del Señor, le hará
justicia el Dios de salvación” (Sal 23,5).
Se procedió levantar la lápida. Quitado el cemento emanó de
repente tal perfume de suavísimo olor que no parecía que saliera de un
sepulcro, sino de una tienda de aromas. Quedó de manifiesto su cuerpo virginal,
que había permanecido incorrupto. El olor no solo se hallaba en los huesos,
sino también en la tierra, que después fue llevada a regiones lejanas,
reteniendo este olor por largo tiempo. En las manos de los frailes que habían
tocado algunas de aquellas cosas, se adhirió de tal modo, que aunque se las
lavaran, ofrecían prueba de la fragancia durante muchos días. Muchas gentes del
pueblo que se habían apresurado a ir, atraídos por el admirable perfume,
recibieron el beneficio de la salud. Este, pues, recibió la bendición del
Señor, le hizo justicia el Dios de la salvación.
Pocos días después de la finalización del Capítulo General,
una delegación compuesta por representantes episcopales y del clero, de los
frailes, de las autoridades civiles y ciudadanos y de la universidad de
Bolonia, llegó a Roma para pedir al Papa la apertura de la causa de
canonización de Santo Domingo, de cuya muerte se cumplían doce años. Gregorio
IX hizo los preceptivos nombramientos de comisarios encuestadores y notificó la
introducción del proceso, procediéndose en conformidad con la legislación al
efecto.
El Papa Gregorio IX, decidió inscribirlo en el catálogo de
los santos en Rieti, el 3 de Julio de 1234.
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PRECES por las Vocaciones Dominicanas:
Tú,
Señor, que diste un corazón compasivo a Martín de Porres,
suscita nuevas vocaciones a la vida
dominicana, que hagan cercano tu rostro misericordioso a los desheredados de la
tierra.
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