La segunda juventud de Domingo de Guzmán coincide con la
terminación de sus estudios en Palencia e incorporación al cabildo regular de
Osma, institución también en plena sintonía con el movimiento de renovación
evangélica y apostólica que aludimos días anteriores.
El obispo Martín de Bazán quiso establecer plenamente la vida
regular entre los clérigos adscritos a la catedral de Santa María. Los animó
particularmente a aceptar la vida común, la clausura y el silencio,
favorecedores de la meditación, el estudio y la celebración del culto divino.
Cabildo regular significaba estar sometido a la regla de san Agustín.
Domingo aceptó de buen grado la invitación que le hicieron
para ir a la capital de su diócesis. Desde el comienzo en el Burgo de Osma se
sintió plenamente centrado en el género de vida que se quería para el cabildo.
Domingo, en conformidad con la regla de san Agustín, cuya
profesión mantendrá ya hasta la muerte, tuvo la caridad como norma suprema,
ejercitada en la vida comunitaria, hasta lograr la unanimidad de alma y corazón
en Dios y con los hermanos. Renunció en lo sucesivo a toda propiedad privada, y
siguió con docilidad la fuerte llamada a la vida de oración, en la horas y tiempos
señalados. Cuidó con esmero el clima de recogimiento en la iglesia, para
facilitar en aquel recinto la práctica de la oración. Se empeñó en poner en
armonía el corazón y los labios en la celebración de la alabanza divina. Llevó
una vida austera, en la que entraban como componentes el ayuno y la
mortificación. Alimentó su espíritu con la lectura, especialmente de las
Escrituras Santas. Amó la belleza espiritual, y logró exhalar a través de su
conversación el buen olor de Cristo, “no como siervo bajo el peso de la ley,
sino como hombre libre dirigido por la gracia”.
Consumía el día y la noche en el claustro o convento y en la
catedral, y se entregaba sin interrupción a la plegaria que alimentaba con la
Palabra de Dios. En este punto, sus biógrafos ya destacan una manera peculiar
en su modo de oración que mantendrá toda su vida: la oración con lágrimas y
gemidos. Era en él una peculiar manifestación del amor que profesaba al
prójimo, a los pecadores, desdichados y afligidos. El amor que ardía en el interior
de su corazón desbordaba al exterior en forma de sollozos, lágrimas e
incontenible llanto.
Hacía uso frecuente de la siguiente oración:
“Dígnate, Señor,
concederme la verdadera caridad, eficaz para cuidarme y procurar la salvación
de los hombres. Estoy convencido de que solo comenzaré a ser de verdad miembro
de Cristo, cuando ponga todo mi empeño en desgastarme para ganar almas, según
el modelo del Salvador de todos, el Señor Jesús, que se inmoló totalmente por
nuestra salvación.”
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PRECES por las Vocaciones Dominicanas:
Tú,
Señor, que hiciste a Domingo predicador de la gracia,
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