“Gregorio obispo, siervo de los siervos de
Dios, a nuestros venerables hermanos los arzobispos y obispos, a nuestros
amados hijos los abades, priores, arcedianos, arciprestes, deanes y demás prelados
de las iglesias a cuyas manos llegaren estas letras, salud y bendición
apostólica.
“Fuente de la sabiduría” es la
Palabra del Padre, Nuestro Señor Jesucristo, cuya naturaleza es bondad y su
obra misericordia; que redime y renueva a los que ha creado, y no abandona
hasta la consumación de los siglos la viña que transplantó de Egipto, renueva
sabiamente sus prodigios por la inconstancia de la mente humana, y repite los
portentos para salir al paso de la desconfianza de los incrédulos.
Pues desde el
nacimiento de la Iglesia, después de la muerte de Moisés, es decir, tras el fin
de la Ley el Señor subió a los caballos y a las cuadrigas de los Evangelios,
que son en verdad fuente de salud y, queriendo anular la presunción de Jericó,
es decir, la vanagloria del mundo, la derrotó ante la admiración de las
naciones, con el solo estruendo de la predicación, tomando en su mano el arco
de la divina Palabra, que había mantenido en tensión hasta reducir a los judíos
a la impotencia, y recordando el juramento que había hecho a nuestros padres,
abrió en el mar un camino para sus caballos, prefigurando con la señal del hilo
de púrpura de Rahab la salvación de innumerables pueblos.
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Y así podemos
contemplar al presente, después de las tres cuadrigas con diferentes
significados, una cuarta, tirada por caballos robustos y de variado color. Son
las legiones de los frailes Predicadores y Menores, con jefes elegidos para
llevarlos a la par al combate. El Señor suscitó el espíritu de santo Domingo y
le otorgó como a caballo de su gloria, la fortaleza de la fe y el fervor de la
divina predicación, y le hizo brotar el relincho de su cuello.
Desde su infancia tuvo
un corazón de anciano, y eligiendo una vida de mortificación para su cuerpo,
buscó afanosamente al autor de la vida. Entregado a Dios como nazareo, y
consagrado por la profesión de la regla de san Agustín, imitó a Samuel en el
servicio asiduo del Santuario, y continuó las piadosas inspiraciones de Daniel
en su afán por regular sus deseos. Recorrió fielmente cual valeroso atleta las
sendas de la justicia y el camino de los santos. No abandonó ni siquiera por un
instante la casa del Señor, ni su oficio de maestro y ministro de la Iglesia
militante, sometiendo siempre la carne al espíritu, la sensibilidad a la razón.
Hecho un solo espíritu con Dios, se esforzó por abismarse en El por la
contemplación, sin descuidar la caridad para con el prójimo, que le impulsó a
entregarse con justa medida a las obras de misericordia. Así, combatiendo las
delicias de la carne, y alumbrando las mentes endurecidas de los impíos, hizo
temblar a la secta de los herejes, y exultar a la Iglesia de los fieles.
A medida que crecía en
edad, crecía también en gracia, y experimentaba una indescriptible felicidad en
la entrega a la salvación de las almas. Se dio por completo a la predicación de
la Palabra de dios, engendrando a muchos en Cristo por el Evangelio, una
verdadera multitud que, siguiéndole en su ardua vocación, se consagró al
sublime ministerio evangélico. Esto le mereció obtener en la tierra le nombre y
oficio de patriarca. Convertido en pastor y jefe ínclito del pueblo de Dios,
instituyó con sus méritos la nueva orden de Predicadores, la aleccionó con sus
ejemplos, y no dejó de confirmarla con auténticos y evidentes milagros. De
hecho, entre las obras maravillosas de santidad y muestras de poder con las que
brilló todavía en vida, se cuentan diferentes curaciones: dio habla a los
mudos, vista a los ciegos, oído a los sordos, hizo caminar a los atormentados,
por diversas dolencias. En todo esto se muestra claramente la calidad de
espíritu que habitaba en la tierra de aquel santísimo cuerpo.
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Con el consejo y
asentimiento de nuestros hermanos y de todos los prelados presentes en la
actualidad en la Sede Apostólica, decretamos inscribirlo en el catálogo de los
santos
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Dado en Rieti, el 3 de
julio del año octavo
(de nuestro pontificado, 1234)”.
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PRECES por las Vocaciones Dominicanas:
Tú,
Señor, que revelaste el misterio de tu amor a Catalina de Siena, e hiciste de
ella instrumento de paz y reconciliación en tiempos difíciles
ilumina también hoy la vida de los
jóvenes para que te descubran a Ti como fuente de paz y puedan ser, así,
instrumentos de reconciliación en nuestro mundo.
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