Y lo sabes... sabes que te quiero, porque te lo digo todos los días y a todas las horas... ¡y no me cansaré de repetírtelo!... en el metro, en el bus, cuando cruzas una calle, cuando te sonríen y saludan, cuando la brisa del mar golpea tu cara, cuando te atreves a darte más, cuando sales de tí mismo o de tí misma, cuando te sientas o levantas, cuando tratas de ser alguien en tu vida... ¡ahí! ¡ahí sabes que te quiero!... aunque te cuesta descubrirlo. ¿Y si te lo escribiera en el cielo?
Pero yo, en el fondo, sé que lo sabes... que sabes que te quiero, porque ya me lo dijiste una vez, a la orilla del mar, hace muchos años... entonces eras Pedro. Hoy, eres TÚ. Con tus indecisiones y carencias (como él, a ver si te crees que lo de Pedro fue un ¡ala! ¡de golpe!), con tus pequeñeces y grandezas... eres TÚ quien dice, como él, como Pedro, "Tú lo sabes todo Señor, tú sabes que te quiero".
Por eso ¡gracias! Por tu respuesta, por tu valentía, por tu coraje, por tu entrega, por dar más de ti y por tu SÍ.
"SEÑOR, llévame donde los hombres necesiten tus palabras, donde los hombres necesiten mis ganas de vivir.
ResponderEliminarSEÑOR, llévame donde falte la esperanza, donde falte la alegría, porque no sepan de TÍ".
Este estribillo oído cantar a unas personas con vocación de renuncia al interés sobre lo material y de servicio total a Dios y a los demás, me hace pensar que el verdadero amor no es el que se oye decir a voz en grito, sino el que nos llega a través del susurro de la brisa.