Entró para quedarse con ellos.
Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.
A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
«¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino
y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento,
se volvieron a Jerusalén,
donde encontraron reunidos a los Once
con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor
y se ha aparecido a Simón.»
Señor, tú sabes con quién hago camino,
con quién trabajo, a quién amo,
con quién vivo y me divierto,
a quién ayudo y a quién necesito.
Toda mi vida está rodeada de personas,
porque la vida está llena de encuentros…
Querría tratar a cada uno como si fueras tú,
volcarme en los hermanos y ser para ellos.
La misión que tú das a mi vida es vivir para otros,
regalarme, ayudar, acompañar y gozar juntos.
Sé tú mi compañero en todo momento,
el amigo invisible que me da pistas para vivir.
Juntos compartamos nuestro estar en el mundo
para que donde estemos, se esté un poco mejor,
para que en los conflictos pongamos armonía
y llenemos juntos el mundo con tu Amor.
Señor Resucitado:
Haznos gente alegre a tus seguidores,
que lo contemos a los hermanos,
y que nuestra forma de tratarnos
sea un canto a tu confianza y a tu Amor.
- Haz una relación de las personas con las que tratas
y preséntalas al Señor.
- Reflexiona sobre tu forma de actuar
como hermano para los otros.
- Pide al Señor que te ayude a ser.
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