jueves, 22 de diciembre de 2011

Oh Rey

Oh, Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de los dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.

Todas las naciones quisieran integrarse, no en un imperio dominador y unificador, sino en una organización unitaria, pero respetuosa, que se construya desde la solidaridad y la subsidiariedad. Las Naciones Unidas no han llegado todavía a satisfacer las aspiraciones y necesidades de los pueblos. Vivimos en un mundo roto, desgarrado por fuerzas muy diversas. Existen bloques antagónicos, naciones prepotentes, abismos entre unos pueblos y otros. Hay por todas partes guerras y conflictos, tensiones totalitarias y luchas tribales. No se llega a la unidad verdadera, ni siquiera dentro mismo de un Estado, esa unidad que respete la justa autonomía y la necesaria solidaridad, que favorezca la rica diversidad sin llegar a la desintegración.


Miramos con emoción a ese Rey y Deseado de las naciones, que hace de dos pueblos uno solo; que es capaz de destruir todos los muros y murallas que separan y aíslan a los pueblos; que consigue hacer que se entiendan y hablen la misma lengua los antiguos constructores de torres babilónicas. No sólo hace de dos pueblos uno, sino que es capaz de unificar a todos los pueblos; pero una unidad que no mata la diferencia, una unidad armoniosa, pluriforme y liberadora.

Es capaz de hacer de todos los pueblos y razas una sola familia, en la que todos se sientan como hermanos verdaderos.

Como anticipo de esta realidad, como maqueta de este ambicioso proyecto, como semilla del mundo deseado, este Deseado construyó un edificio precioso, pequeño pero emblemático, del que él mismo es la Piedra angular. Lo llamamos Iglesia, pueblo de Dios, familia integrada por miembros distintos y distantes pero que se sienten misteriosamente unidos por un mismo aliento espiritual.

Animados por estas realidades,
aunque no llegan a ser todavía perfectas,
imploramos tu venida,
oh gran Deseado,
para que nos enseñes los caminos de la unidad.
Ven, Piedra angular,
a unir más fuertemente a tu Iglesia
y reparar las brechas que se han producido a lo largo del tiempo. 
Ven, Rey de Reyes,
a coser nuestro mundo roto
con los hilos del diálogo y de la solidaridad.
Ven a salvar al hombre quebradizo,
hecho de barro de la tierra
pero capacitado para convertirse en piedra preciosa
o en recipiente de tu espíritu de amor.

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