I. Cristo quiso nacer en Belén.
1º) Porque fue hecho del linaje de David, según la carne (Rom 1, 3), al cual también fue hecha una promesa especial de Cristo; y por eso quiso nacer en Belén, donde nació David, para que se mostrase que se había cumplido la promesa hecha a él sobre el mismo lugar del nacimiento; y esto indica el Evangelista, al decir: Porque era de la casa y familia de David (Lc, 2, 4).
2º) Porque Belén significa casa de pan, como dice San Gregorio; y el mismo Cristo es el que dice: Yo soy el pan vivo, que descendí del cielo (Jn 6, 41). Así como David nació en Belén, así también eligió a Jerusalén para establecer en ella la sede del reino, y edificar allí el templo de Dios; y así eligió a Jerusalén, para que fuese a la vez ciudad real y sacerdotal. Mas el sacerdocio de Cristo y su reino se consumaron principalmente en su pasión, y por eso eligió convenientemente a Belén para el nacimiento, y a Jerusalén para la pasión. Del mismo modo confundió la gloria de los hombres, que se glorían de traer su origen de ciudades notables, en las que quieren también ser honrados principalmente. Cristo, por el contrario, quiso nacer en una ciudad oscura, y padecer oprobio en una ciudad noble.
II. Nació en tiempo oportuno.
Pues existe entre Cristo y los demás hombres la diferencia de que estos hombres nacen sujetos a la necesidad del tiempo, mientras que Cristo, como señor y creador de todos los tiempos, eligió para sí el tiempo en que había de nacer, así como la madre y el lugar. Y porque las cosas ordenadas por Dios son convenientemente dispuestas, se deduce que Cristo nació en el tiempo más conveniente.
Cristo, en efecto, había venido para sacarnos del estado de servidumbre y conducirnos al estado de libertad. Y por tanto, así como tomó nuestra mortalidad, para conducirnos a la vida, asimismo se dignó encarnarse en aquel tiempo en que, apenas nacido, fuera inscrito en el censo del César para someterse a la esclavitud en interés de nuestra libertad.
También en aquel tiempo, en que todo el mundo vivía bajo un solo príncipe, se disfrutó de grandísima paz en el mundo. Y por consiguiente convenía que en aquel tiempo naciese Cristo, que es nuestra paz, el que de ambos ha hecho un pueblo (Ef 2, 14). Convenía, además, que en el tiempo en que un solo príncipe dominaba en el mundo naciese Cristo, que venía a congregar a los suyos en uno para que hubiese un solo rebaño, un solo pastor.
Quiso nacer durante el reinado de un rey extranjero para que se cumpliese la profecía de Jacob (Gen 49, 10), que dice: No será quitado de Judá el cetro, y de su muslo el caudillo, hasta que venga el que ha de ser enviado, porque mientras el pueblo judío estaba sometido a reyes de su nación, aunque pecadores, eran enviados profetas para su remedio; pero, ahora, cuando la ley de Dios estaba bajo el poder de un rey inicuo, nace Cristo; porque una enfermedad grave y desesperada reclamaba un médico más sabio.
Por último, Cristo quiso nacer cuando la luz del día comenzó a tomar incremento; con el fin de demostrar que Él había venido para que los hombres creciesen en la luz divina: Para alumbrar a los que están de asiento en las tinieblas, y en sombra de muerte (Lc 1, 79). Y también escogió el rigor del invierno para su nacimiento, para ya padecer por nosotros desde entonces la aflicción de la carne.
(3ª, q. XXXV, a. VII y VIII)
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