jueves, 11 de diciembre de 2025

Adviento 2025: Hacia la Luz de la Esperanza, en comunidad. (13)

 



Misericordia

    El ser humano vive constantemente en espera. Espera momentos mejores, respuestas, justicia, sanación, paz y sentido. La vida se compone de esperas grandes y pequeñas, algunas llenas de alegría, otras cargadas de incertidumbre. En medio de esta realidad, el Adviento aparece como una respuesta espiritual profunda: no es solo una espera cualquiera, sino una espera llena de significado, una espera orientada hacia el amor más grande que el mundo ha conocido: la venida de Jesucristo, Dios hecho hombre.

    En este tiempo litúrgico, la Iglesia invita a detenerse, a mirar con sinceridad el propio corazón y a preparar el camino para recibir al Señor. El hilo conductor que une este camino es la misericordia, una misericordia que Dios ofrece gratuitamente y que transforma la vida de quien la recibe. Junto a esta misericordia, surge con fuerza la figura de Juan el Bautista, el profeta del desierto, la voz que no se apaga, el mensajero que anuncia y prepara. Él se convierte en la imagen de la llamada a la conversión y al cambio de vida. Y, finalmente, todo este proceso se llena de esperanza, una esperanza que no defrauda, que sostiene, que renueva y que abre un horizonte nuevo a la humanidad.

    El Adviento, entonces, no es solo una espera alegre por un niño en un pesebre. Es la espera del Dios misericordioso que viene al encuentro del ser humano para salvarlo, no para condenarlo. Es un tiempo en el que la misericordia se convierte en invitación a cambiar el corazón, a perdonar, a reconciliarse, a amar más y mejor.

    Juan el Bautista es una figura central del Adviento. Su vida, su mensaje y su actitud encarnan el espíritu de este tiempo. Él aparece como un hombre austero, que no busca ser el protagonista. No se presenta como el Mesías. Al contrario, insiste una y otra vez en que él no es digno de desatar las sandalias de aquel que viene detrás de él. Su misión es preparar, allanar, señalar, despertar. Su vida entera está orientada a Cristo.

    El mensaje de Juan es fuerte, claro, directo. Habla de arrepentimiento, de justicia, de verdad. No tiene miedo de enfrentar el pecado, la hipocresía o la indiferencia. Pero su mensaje no es de condena, sino de oportunidad. Él anuncia que la conversión es posible, que una vida nueva puede comenzar, que Dios no rechaza al pecador que vuelve a Él con un corazón sincero.

    Su figura encarna la voz de la conciencia, la llamada a la verdad, la invitación a no conformarse con una vida superficial. En el Adviento, su persona se vuelve actual: sigue siendo la voz que clama en los desiertos modernos —desiertos de sentido, de injusticia, de violencia, de soledad— y que nos invita a preparar el camino del Señor entre nosotros.

    Juan el Bautista fue un hombre profundamente esperanzado. Su esperanza no estaba puesta en el poder, en la riqueza o en la fama, sino en la fidelidad de Dios. Vivía en el desierto, pero su corazón estaba lleno de certeza: el Mesías vendría, y con Él, un mundo nuevo.

    Hoy, en un mundo muchas veces marcado por el desaliento, el miedo, la incertidumbre y la pérdida de sentido, la esperanza que nace del Adviento impulsa a vivir de manera diferente: a no responder al mal con más mal, a construir la paz, a trabajar por la justicia, a defender la vida, a cuidar a los más frágiles.

    Juan el Bautista nos enseña que cada uno tiene una misión: preparar el camino del Señor. Hoy, ese camino se prepara con gestos de solidaridad, con palabras de verdad, con acciones justas, con compromiso por un mundo mejor. Así, la llegada de Cristo no queda en un recuerdo del pasado, sino que se vuelve una realidad presente y futura.



Oración

Señor Dios,
en este tiempo de Adviento vengo ante Ti
con un corazón que espera,
con un alma que necesita tu misericordia
y con una vida que anhela renovarse.

Como Juan el Bautista que clama en el desierto,
despierta en mí el deseo de conversión,
enséñame a reconocer mis errores
y dame la fuerza para cambiar.

Que tu misericordia, Señor,
limpie mi corazón de todo egoísmo,
de todo rencor y de toda indiferencia.

Aviva en mí la esperanza
cuando el camino se haga oscuro,
cuando falten las fuerzas
o cuando la fe parezca débil.
Recuérdame que tu promesa se cumple
y que tu luz siempre vence a la oscuridad.

Hazme escuchar, Señor,
la voz de Juan el Bautista en mi interior
y responder con un corazón disponible,
para que Tú puedas nacer en mi vida
y yo pueda ser signo de tu esperanza en el mundo.

Amén.

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