Mano de Dios
El tiempo de Adviento nos invita a reconocer la mano silenciosa pero poderosa de Dios actuando en la historia. En el relato de Zacarías e Isabel, contemplamos cómo Dios prepara el camino de la salvación incluso cuando todo parece cerrado a la esperanza. Es un signo profundo de esta acción divina que no se impone con ruido, sino que transforma la vida desde dentro.
Ambos eran ancianos y estériles, marcados por el peso de los años y por una promesa que parecía no cumplirse. Sin embargo, la mano de Dios no se rige por los límites humanos.
Zacarías, sacerdote fiel, recibe en el templo un anuncio que lo descoloca: Isabel concebirá un hijo. Su duda lo deja en silencio, pero ese silencio se transforma en espacio de maduración interior. Dios obra incluso cuando la fe vacila. El silencio impuesto a Zacarías tras su incredulidad no es castigo, sino camino de conversión. En ese silencio, la mano de Dios trabaja su corazón, enseñándole a escuchar más que a hablar, a confiar más que a calcular.
Isabel, por su parte, acoge la gracia con humildad y gratitud, reconociendo que el Señor ha mirado su pequeñez y ha quitado su vergüenza. En ella se manifiesta una fe confiada que sabe esperar.
El nacimiento de Juan es signo de que Dios cumple sus promesas. Juan no es solo un niño esperado, sino el precursor, la voz que clamará en el desierto preparando el camino del Señor. Desde antes de nacer, su vida está marcada por una misión: señalar la llegada de la luz. Así, la mano de Dios actúa no solo dando vida, sino otorgando sentido y vocación.
En Adviento, esta historia nos recuerda que Dios sigue actuando hoy. Aun en nuestras esterilidades, silencios y dudas, Él prepara algo nuevo. Como Zacarías e Isabel, estamos llamados a confiar, a esperar contra toda esperanza, incluso cuando todo parece imposible, a reconocer que la mano, el don, de Dios nunca deja de obrar, guiando la historia hacia el cumplimiento de su amor, y a creer que Él sigue preparando caminos nuevos para nuestra vida.
Oración
Señor Dios de la promesa y de la esperanza,
en este tiempo de Adviento nos acercamos a Ti con el corazón atento,
como Zacarías e Isabel, que supieron esperar aun en el silencio y la prueba.
Tú posaste tu mano poderosa sobre sus vidas
y transformaste la esterilidad en don,
la duda en alabanza,
y el tiempo de espera en cumplimiento de tu palabra.
Enséñanos a confiar cuando no vemos,
a esperar con paciencia, a guardar silencio interior,
a reconocer tu acción discreta pero poderosa,
y a creer que lo imposible se vuelve posible cuando Tú intervienes.
Que este Adviento renueve nuestra fe y prepare nuestro corazón
para acoger tu don más grande: Jesús,
luz que nace en la oscuridad y esperanza que no defrauda.
Amén.

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