Gratuidad
El Adviento es un
tiempo de espera que toca lo más profundo del corazón humano. No se trata solo
de contar los días que faltan para la Navidad o de preparar adornos y
celebraciones, sino de disponer el alma para un encuentro que transforma la
vida. En este tiempo resuena con fuerza la figura de Juan el Bautista, un
hombre que encarna como pocos el sentido auténtico del Adviento: preparar el
camino del Señor, señalar su presencia y, cuando llega el momento, hacerse a un lado para que Él crezca.
Juan el Bautista
aparece como una voz valiente en medio del desierto. No grita para llamar la
atención sobre sí mismo, sino para dirigir la mirada hacia Otro. Su misión no
consiste en ocupar el centro, sino en despejarlo.
Hacerse a un lado
es un acto de humildad, pero también de libertad y de amor. Significa reconocer
que no somos el centro del mundo ni de la historia, y que hay Alguien más
grande que viene a traer la luz verdadera.
En una sociedad
que constantemente invita a destacar, a acumular reconocimiento, a hablar más
alto que los demás y a imponer la propia voluntad, la actitud de Juan resulta
contracultural. Él no busca aplausos, no persigue fama, no se aferra a su
influencia. Sabe que su misión es preparatoria, que su palabra es transitoria y
que su papel es desaparecer cuando la Luz verdadera se manifieste. Este gesto
de hacerse a un lado revela una profunda gratuidad interior. Juan sirve sin
esperar recompensa, da su vida sin buscar beneficios personales. Todo en él es
entrega, disponibilidad y verdad.
Cuando Juan
invita al pueblo a la conversión, lo hace no para obtener algo a cambio, sino
para preparar los corazones a recibir ese don inmenso que es Cristo. Su vida es
un reflejo de la gratuidad de Dios: entrega sin condiciones, servicio sin cálculo,
misión sin deseo de recompensa.
El Adviento,
iluminado por la figura de Juan el Bautista, se convierte así en un tiempo de
purificación interior. Preparar el camino del Señor significa desocupar el
trono del propio ego para que Dios pueda ocuparlo. Significa renunciar a la
soberbia, a la búsqueda constante de reconocimiento, al deseo de tener siempre
la razón. Hacerse a un lado no es desaparecer sin valor, sino reconocer el
verdadero lugar en el plan de Dios. Es comprender que nuestra grandeza está
precisamente en servir, en amar, en colaborar humildemente en una obra que nos
trasciende.
Esta actitud abre
la puerta a la esperanza.
La esperanza nace cuando dejamos de apoyarnos únicamente en nuestras propias
fuerzas y comenzamos a confiar en la acción de Dios. Juan sabe que él no es el
Salvador. Y, justamente por eso, espera con alegría la llegada de quien sí lo
es. Su esperanza no está en sí mismo, sino en Cristo. Vive con la certeza de
que viene uno más fuerte, más grande, más lleno del Espíritu, y esa certeza lo
llen a de sentido.
En el mundo
actual, muchas personas viven cargadas de angustia porque creen que todo
depende de ellas: su éxito, su futuro, su felicidad, la solución de los
problemas del mundo. Esta carga resulta demasiado pesada. La figura de Juan el
Bautista nos recuerda que no estamos llamados a salvar al mundo, sino a
preparar el corazón para que Dios lo salve. Y eso es profundamente liberador.
Nos quita un peso de encima y nos abre a una esperanza más grande que nosotros
mismos.
Juan el Bautista
también nos muestra que hacerse a un lado no significa volverse pasivo o
indiferente. Él es activo, valiente, comprometido. Denuncia la injusticia,
llama a la conversión, promueve un cambio real de vida. Pero lo hace siempre
desde la conciencia de que él es solo un instrumento. Su protagonismo es
paradójico: brilla en la medida en que señala a Otro.
Esa es la
verdadera gratuidad: actuar con toda el alma, pero sin apropiarse de los
frutos; trabajar con pasión, pero sin adueñarse del resultado; amar con
intensidad, pero sin buscar reconocimiento. Este tipo de gratuidad es fuente de
verdadera esperanza, porque libera de la frustración y permite confiar en que
Dios actúa más allá de lo que se ve.
Durante el
Adviento, estamos llamados a vivir gestos concretos que expresen esta actitud
de Juan: ofrecer ayuda sin esperar nada, escuchar a alguien sin querer
cambiarlo, perdonar sin pedir explicaciones, dar tiempo sin mirar el reloj,
amar sin condiciones. Cada uno de estos gestos es una manera de “hacerse a un
lado” para que Dios se manifieste en el amor compartido.
En este Adviento, la figura de Juan el Bautista nos
invita a un ejercicio profundo de humildad y de esperanza. Nos llama a revisar
nuestras motivaciones, nuestros deseos de protagonismo, nuestras búsquedas
egoístas de reconocimiento. Y nos propone un camino distinto: el camino de la
gratuidad, del servicio silencioso, de la espera confiada.
Oración
Señor Dios,
en este tiempo de Adviento quiero aprender
a preparar tu camino como lo hizo Juan el Bautista:
con un corazón humilde, libre y disponible.
Enséñame a hacerme a un lado
para que Tú seas el centro de mi vida.
Arranca de mí el deseo de protagonismo,
la necesidad de aplauso y de recompensa,
y lléname de la alegría sencilla
de servir por amor, sin esperar nada a cambio.
Como Juan en el desierto,
quiero ser voz que anuncia tu luz,
sin buscar mi propia gloria,
sin adueñarme de tus obras,
sin importar que no me vean,
si Tú estás presente.
Que cada gesto de mi vida
prepare tu llegada al mundo.
Que cada acto sencillo
sea un espacio abierto a tu gracia.
Amén.