jueves, 1 de abril de 2021

SEMANA SANTA Y PASCUA EN PANDEMIA: Jueves Santo

 


 

La primera vez que vine a la que ahora es mi casa fue para participar en una pascua juvenil, tenía entonces 25 añitos y no sabía que aquella experiencia cambiaría mi vida, ¡fueron tantos los descubrimientos de aquellos días…!

Uno de ellos fue, precisamente, el empezar a comprender la belleza y la profundidad de este día, el Jueves Santo: estábamos todos reunidos y una de las hermanas dominicas que nos acompañaba preguntó a uno de los jóvenes si conocía la revolución francesa, este respondió que sí y explicó en que había consistido. Después preguntó por la revolución industrial a otro que, de nuevo, contestó afirmativamente y ofreció una breve explicación de la misma. Por último, me preguntó a mí:

-         Y tú, Félix, ¿conoces la revolución de la toalla?

¡Maldita sea! (pensé) me sabía perfectamente las otras, pero ¡¿esta?! No la había oído en mi vida, me tenía que tocar a mi esta “revolución de la toalla” ¿cómo no la había estudiado nunca?

Aquél día aprendí que la “revolución de la toalla” había sido la más importante de la historia y que en la actualidad se sigue desarrollando, porque lo que hoy celebramos es justamente eso: toda una revolución, la de la misión entera de Jesús, concentrada en una comida.

Una cena pascual, en la que se celebraba el paso de la esclavitud a la libertad, era el contexto ideal para que el Maestro significara con las palabras más hermosas y los signos más sorprendentes, la predicación de toda su vida, una vida en la que, a los ojos de la sociedad, todo era “al revés”: Últimos que son primeros, sufridos que son bienaventurados, el que pierde gana…

Y el Señor se hace siervo, se ciñe la toalla y nos lava los pies para mostrarnos que cuando el yo se empequeñece, el amor se ensancha y que eso es lo que nos hace verdaderamente grandes.

De forma paralela, su vida se rompe y se reparte a todos, manifestando que el amor de Dios no tiene límites, ni condiciones, que es mucho más grande de lo que jamás podremos imaginar.

Y nos invita a nosotros a hacer lo mismo, no sólo a participar de una celebración litúrgica sino a dejarnos partir, a entregarnos por completo los unos a los otros, a vivir “en plural” no buscando lo que yo quiero, necesito o me conviene sino lo que necesitamos, lo que nos conviene, lo que queremos…sabiendo que Él es el único alimento que necesitamos para hacerlo realidad.

Una cena sencilla pero irrepetible, que continúa siendo actual cada vez que conmemoramos aquellos momentos en cada Eucaristía que celebramos y cuyos efectos están más allá del tiempo y del espacio.

Cada vez que participamos de esta mesa, a pesar de las restricciones, los confinamientos y las distancias sociales, nos sentamos junto a todos y cada uno de nuestros hermanos repartidos por toda la tierra, porque es la Eucaristía la que construye comunidad y desde la comunidad cobra sentido la Eucaristía: en el asiento de al lado tenemos a la misionera que se juega la vida en un rincón olvidado del planeta; a un cristiano perseguido en oriente medio; al joven que se pregunta por su fe o a esa persona de la que nadie se acuerda ¡aún más! También están nuestros mayores o los amigos que se fueron, toda la iglesia celestial presente con nosotros.

Y presente, en el centro de todos, Cristo, el mismo Dios, que actúa en y sobre nosotros, codo a codo con cada uno, sosteniendo y nutriendo nuestra fraternidad. Participar de todo esto solo nos exige una cosa, el dejarnos amar. Todo lo demás vendrá después, porque cuando descubrimos lo preciosos que somos a los ojos de Dios; el precio que ha pagado por nuestra felicidad; que pase lo que pase Él, loco de amor, no nos deja de su mano… entonces, ya no podemos vivir de cualquier manera. Quien comprende esto no tirará la toalla ante las dificultades o el dolor, al contrario, se la ciñe a la cintura también, se arrodilla ante el hermano y hace de toda su existencia un servicio: se convierte en un revolucionario del amor.

El Jueves Santo es el punto de referencia para todos los que queremos vivir aprendiendo a amar más y mejor, para quienes estamos convencidos de que, solo este, es el camino de la felicidad y la plenitud humanas. Hoy celebramos la revolución de la toalla, la revolución del Amor.

 

Fr. Félix Hernández Mariano, OP 
 

 

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